¿Victoria de los ciudadanos, despertar de la izquierda, resurgir fascista, fin del bipartidismo, continuismo? Todas esas palabras pueblan los titulares de prensa desde ayer a la tarde-noche, y pululan en las elucubraciones de los distintos analistas políticos en los distintos canales de televisión.
¿Tiembla Europa?
Para mí la cosa es bastante más sencilla: la gente se ha hartado de unos políticos que ya no gobiernan pensando en los ciudadanos a los que representan, si no que lo hacen para las corporaciones, para la banca internacional, que vendían el país según marcaban intereses internacionales (europeos o mundiales). ¿La solución? Votar a aquel que te promete gobernar para ti, para el pueblo, para los ciudadanos de a pié. Ese es el discurso que ha triunfado en estas elecciones: Francia para los franceses, Cataluña para los catalanes, un gobierno de y para los españoles; dejemos de vender nuestro país a la banca internacional, dejemos de orientar nuestra economía de acuerdo a unas directrices "supranacionales" que no nos benefician.
Es el triunfo del nacionalismo, pero no el del nacionalismo al uso que venimos conociendo, sino el nacionalismo de esos ciudadanos que, patriotas o no, están cansados de ver como su país se vende, se humilla ante un sistema político-económico mundial en el que no sen ven representados, que no les beneficia y que además les hace responsables de todos los problemas que él mismo ha causado.
Pero, y aquí está lo preocupante, tampoco es un resurgir de las ideologías de un signo u otro. La gente no ha votado a las izquierdas convencida de seguir un modelo socialista o comunista, la gente no ha votado a la ultraderecha convencida del discurso fascista y xenófobo de estos, no. La gente ha votado a la opción que decía lo que ellos querían oír: "Nosotros vamos a gobernar por la gente de nuestro país y para la gente de nuestro país." Este ha sido el discurso triunfador, el discurso de la izquierda en España, en Grecia, de los nacionalistas catalanes o de la utraderecha francesa. la ideología de un partido u otro a quedado en un segundo plano, tanto en la boca de aquellos que esgrimían el discurso como en el pensamiento de los ciudadanos que les han votado: que sea un fascista, es algo secundario un mal menor, siempre y cuando gobierne para nosotros.
¿Pensamiento infantil, iluso? ¿Engaño en el discurso político? No, nada de eso. Simple y llana comodidad. Buscamos nuestra propia comodidad, y no la vamos a arriesgar comprometiéndonos con una ideología, sea ésta del signo que sea. Votamos a aquel que promete satisfacer nuestras necesidades inmediatas, lo que venga después será para el que venga después.
Duele decirlo, pero las masas siguen dormidas en su conformismo, en su comodidad y egoísmo más rancio. ¿Comprometerse? No mejor, no. ¿Hacer por los demás? No, ya tengo bastante con lo mío.
PD: Gracias a J. Cifuentes por el título de la entrada.
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