El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 26 de marzo de 2011

Paisaje lunar


La casa está en silencio. Los pasillos vacíos. Todo el mundo duerme en una hibernación estelar, suspendidos en un paraje blanco y negro, de sobras metálicas. La naturaleza, congelada por la luz de la luna, parece haber perdido su vida.

Tengo la sensación de haberme despertado en la mitad de la noche, en un jardín perdido de la luna. Un viajero de las estrellas más, asomado a la ventana de su estación lunar, con miedo de salir afuera y no poder respirar.

El enrejado de la puerta me parece más frío que nunca, y aunque el clima sigue cálido, una sensación de frío, de extrañeza, recorre mi cuerpo. Escucho con atención e intriga el cantar incesante de los insectos- selenitas adoradores nocturnos de esa madre con cara de leche que baña hoy la tierra con su luz. Quiero salir, pero tengo miedo. Me produce más miedo este paisaje lunar, que una noche oscura de luna llena. Tal es claridad ahí fuera, que puedo ver perfectamente la vereda de cemento, las palmas, la vegetación, y el camino de grijo al fondo. Pero los matices no son los mismos. Ahora todo es un mundo frágil y misterioso.

Tomo valor. Salgo a fuera, camino despacio, intentando bañarme de esa pálida luz blanca, del aire y los sonidos de ese extraño ambiente. Siento el viendo en mi cara. Puedo respirar. Pero es un viento extraño. Se me eriza el cabello, me siento observado, soy un ser extraño en una tierra extraña que me está vedada por unas horas.
Algo me dice que no debo desvelar sus secretos. Doy media vuelta, me aseguro de que la puerta está bien cerrada y me cubro con mi sábana y me duermo en mi pálido lecho bañado por la luna, esperando a que la luz del día me devuelva el color y el oxígeno que me permiten caminar.

Pero, en el fondo de mi ser, en mi sueños, en mi duermevela, sigue la intriga: ¿qué hay ahí fuera?

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