El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 12 de mayo de 2010

Buscando puntos comunes

¿Por qué nos fijamos siempre en lo que nos diferencia del vecino, y no en los rasgos que tenemos en común?
Me hago esa pregunta constantemente. Cada vez que se habla de inmigración y racismo, cada vez que leo libros de historia escritos por unos y por otros, cada vez que se habla de religión. Siempre se marcan las diferencias, aquello que convierte al que habla en alguien distinto al contrario o extranjero, y- necesariamente- mejor o superior a este.
Nos declaramos católicos, protestantes, musulmanes, budistas, comunistas, occidentales, o simplemente, españoles (por ejemplo), y damos por sentado que nuestra religión es la única válida y verdadera, que nuestras ideas políticas son las más acertadas, y que nuestra patria es algo muy personal, perfectamente definido, delimitado, separado de otros paises.

No nos damos cuenta, sin embargo, de que esas diferencias a las que nos asimos con tanta fuerza son diferencias superficiales y muy, muy recientes en el tiempo. A veces no son más que una construcción actual creada con fines políticos -de poder, sea del tipo que sea- que no responde a una realidad social o histórica.
Todos venimos del mismo lugar y hemos vivido a lo largo de siglos una evolución y un desarrollo similar. No hace falta irse hasta Olduwai. En nuestra propia tierra, en nuestro propio país, podemos rastrear las huellas de varios pueblos que dejaron su impronta, su herencia en nuestras construmes, religión, moral, hacer, en nuestra sangre. Un proceso que nos acerca, más que alejarnos a otros pueblos a los que las actuales fronteras -ya sean estas políticas, religiosas, o ideológicas- separan de nosotros marcando un abismo que quieren hacernos creer abarca varios siglos.

Tomemos el caso de "España" por ejemplo. Desde el 5.000 a.C. han pasado por la península, se han quedado en la mayoría de los casos durante varios siglos, mezclándose totalmente con la población actual: pueblos indoeruopeos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos (la península ibérica fue parte del Imperio Romano entre el s. III a. C. y el V d. C., aproximadamente) vándalos, suevos, alanos, visigodos, árabes, bereberes, judíos, ..., sin olvidarnos que a partir de la Edad Moderna (s. XVI) las relacciones económicas y políticas con otros países hacen que pasen por aquí ciudadanos italianos, franceses, "alemanes", ingleses.... y hoy la mezcla aumenta y aumenta cada día más con el fenómeno migratorio, las adopciones de niños de otras razas, etc.
Es dificil situar la aparición de España, como una realidad socioeconómica y más dificil aún, culural, por mucho que se empeñen algunos. Pero, si tomamos por fecha, la simbólica de 1492, momento en que los reinos cristianos culminan la reconquista, y se ha producido además, la "unión" de las Coronas de Castilla y Aragón, el crisol de pueblos, razas, y religiones que hay en el suelo "español", una mezcla se remonta a siglos o incluso milenios, y que se mantiene y acentúa, a pesar de las expulsiones (de judíos y moriscos, por ejemplo), hace dificil que entonces, o hoy día alguien se pueda atrever a definirse como auténtico español, heredero directo de no se qué pueblo, y por lo tanto más legítimo, con más derechos, y distinto por ende, a otros "menos españoles".

Sin circunscribirnos a un área geográfica, las similitudes entre pueblos son aún mayores. Ni siquiera hace falta haber leído historia. Sólo hace falta aplicar unas pocas gostas de sentido común. Por ejemplo, yo me considero una persona creyente, pues todo el mundo en una manera u otra lo es, y el que lo niegue es un necio. Ahora bien, ¿cómo declararme creyente de un credo u otro, de una religión u otra, de esta Iglesia o de la del vecino? Personalmente, no puedo, pues encuentro las mismas enseñanzas, los mismos valores humanos y universales, en los mitos de las culturas aborígenes amazónicas, en la Biblia cristana católica, en el budismo, etc. Leo y encuentro palabras amigas en téxtos, música, manifestaciones artísticas -y por tanto, humanas- de personas que se declaran cristianas, católicas, maronitas, unitarias, baptistas, musulmanas, budistas, animistas, agnósticos o ateos. ¿Cómo voy a acepar un credo concreto y decir "este es el único, verdadero y válido" cuando el hermano vencino me está hablando de lo mismo, pero con palabras distíntas -sinónimas de las que yo uso- sólo porque él nació en otra tierra y aprendió a expresarse de una manera diferente y a llamar a los objetos con nombres diferentes?
Supongo que el que se declara cristiano católico busca, en algún sentido" aquello que le identifica y le hace distinto de aquel que se declara cristiano maronita o cristiano ortodoxo o cristano baptista, etc.
Yo no puedo sino buscar los rasgos comunes. Algo me lleva a ver que todo somos iguales en mayor o menor medida y que las diferencias en torno al habla, las costumbres, la liturgia, no son más que diferencias superficiales, que, si situásemos en su debido lugar y orden, servirían para enriquecer nuestras respectivas vidas y en lugar de para enfrentarlas.

En palabras de un filósofo sin pelos en la lengua:
Todas las tradiciones éticas importantes aceptan, en una u otra forma y de manera consciente con la idea de adoptar el punto de vista del universo, una versión de la regla de oro que alienta la igual consideración de intereses. "Ama a tu prójimo como a ti mismo", dijo Jesús. "Lo que te resulta odioso no se lo hagas a tu vecino", dijo el rabino Hillel. Confucio resumió esta enseñanza en términos muy similares: "Lo que no quieres que te hagan a ti, no lo hagas a los demás". El Mahabharata, la gran épica hindú, afirma: "Que ningún hombre haga a otro lo que sería repugnante para él mismo". Los paralelismos son notables. Aunque Jesús y Hillel se asientan sobre una tradición judía común, Confucio y el Mahabharata parecen haber alcanzado la misma posición indipendientemente uno de otro y de la tradición judeocristiana. Más aún, en cada caso las palabras son ofrecidas como una suerte de síntesis de toda la ley moral. Aunque la forma en la que Jesús y Hillel presentan la máxima podría entenderse como limitadora a los miembros del propio grupo, la parábola del buen samaritano desmiente firmemente esta lectura sobre quién pensó Jesús que era nuestro prójimo. Tampoco Hillel, Confucio y el Mahabharata han de ser interpretados como promotores, al menos en estos pasajes, de algo que no sea una ética universal.

-Singer, Peter, "La buena vida", en Una vida ética. Escritos, Barcelona, 2002

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