El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 24 de junio de 2009

El club chimbilaco

¡Qué fuerza tiene aquí la naturaleza! Quince días sin entrar en una casa vacía y los animales ya se han adueñado de ella. Entro el domingo pasado en mi dormitorio en la residencia de varones, la cual abandono cuando se van los estudiantes, y me encuentro con que toda una familia de murciélagos ha encontrado mi escritorio como el mejor sitio para colgarse y dormir todo el día hasta que el sol se oculte y salga la luna.

¡Qué simpáticas estaban las criaturitas, ahí colgadas boca abajo plácidamente, soltando algún que otro rrruuuug o algo similar! En cuando me sintieron levantaron vuelo y se escondieron debajo de la litera, de la estantería, o se fueron volando a otro rincón oscuro de la residencia. Pero en cuanto cerraba la puerta, ahí regresaba la familia murciélago otra vez. Me costó toda la mañana del domingo conseguir que me devolviesen mi cuarto. Limpié la habitación a conciencia, e incluso tuve que impregnar la mesa y las tablas de la cama con diesel para que el olor les ahuyentase. Ahora viene de paso por las noches –oigo su característico aletear en la madrugada- pero ya no se quedan.

La verdad, no tengo nada en contra de los animales, ni siquiera de los murciélagos, que a tanta gente le dan repelús. Incluso les dejo estar, pues ellos, los sapos y las arañas son el mejor remedio para acabar con los molestos mosquitos, cucarachas y otros insectos. Pero convivir con ellos se hace un tanto difícil por lo sucios que son: no hay mierda que salga pero y huela peor que los excrementos de murciélago. Igual me resultaría algo incómodo compartir mi duchan con la tarantulota que dormía en ella este domingo y a la cual yo vine a molestar con legía y estropajo.

Y es que, aquí, en las puertas de la selva, cuando uno se descuida, la naturaleza reclama y se lleva el trozo de tierra que el hombre le ha robado. Si uno se va un mes de casa, a la vuelta se la encuentra tomada por plantas y animales. Es increíble la fuerza que tiene. Estoy seguro que, si algún día el hombre se marcha de aquí, la naturaleza volverá a cubrirlo todo, igual que hace cientos de años cubrió las ciudades mayas en el Yucatán. Da igual lo bruto y cerril que llegue a ser el hombre. Da igual que construya edificios increíbles capaces de soportar un terremoto o un tornado. Da igual que use los venenos más abrasivos para doblegar a la naturaleza a su voluntad. Al final, ésta acaba ganando la batalla, ya sea cubriéndolo todo de nuevo con plantas o convirtiéndolo todo en un desierto inhóspito.

1 comentario:

Kiko dijo...

Sí, la naturaleza simplemente reconquista lo que es suyo.