El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

martes, 11 de diciembre de 2007

Tierra de olivos y castillos

Provincia de Jaén. Pensando en ir allí este pasado puente de la Constitución, lo único que me venía a la mente eran los olivos y el aceite. Luego, mirando el mapa, empecé a recordar. Fue zona minera, de plomo si no me falla la memoria (La Carolina) y, aún más atrás, no ¿no fue una de las fronteras entre Al-Andalus y los reinos cristianos en la reconqusita? Las Navas de Tolosa, también están en Jaén.
Así, de repente, me encontré ojeando guías y páginas de internet, llenando mi agenda de notas sobre lugares de esta provincia andaluza que merece la pena visitar. Demasiado para tan sólo 4 días. Al final hubo que conformarse con ver las tres ciudades monumentales de Jaén: Baeza, Úbleda y Jaén capital, a la velocidad del rayo, y con alguna que otra escapada entre medias. Un viaje cansado, pero merecedor del mismo, y que me ha servido para dar una primera "descubierta" a zona de España.

El viaje comenzó con un horrible viaje hasta Madrid, pues el que aquí escribe, cometió la osadía de tomar un bus con paradas hasta la capital. ¡Ay! Me parece que después de esto me hago usuario perpetuo del tren... por lo menos así podré pasear y estirar las piernas. Lo del viaje a la capital es condición obligatoria. El trazado radial de nuestras carreteras, si bien tiene un montón de ventajas, tiene también la desventaja de que uno tiene a la fuerza que pasar por Madrid, aunque no quiera; y si uno viaja en tren o bus, se dará cuenta de que, a fectos de comunicaciones norte-sur, España está divida en dos zonas: no hay forma de ir directo desde estas tierras leonesas a la verde Al-Andalus; la parada en Madrid, al menos por un par de horas, es obligatoria.
Tampoco digo que Madrid sea un infierno. Salir o entrar o estar en transito lo es, pero una vez que uno llega al corazón de la ciudad, todo cambia.
Continuando con el viaje, después de mi noche madrileña, me monté en un tren cargado hasta los topes de gente y maletas y atravesando La Mancha y cruzando Despeñaperros (que pensé sería mas imponente) llegué a una tierra sembrada de norte a sur, de este a oeste, de olivos, todos en ileras, en una cuadrícula de precisión matemática que se extiende más allá de donde alcanza la vista. Y en medio de estos campos de olivos, salteados, pequeños pueblos, de pequeñas casas pintadas de blanco, vigiladas por un castillo subido en lo alto de una loma. Y es que la provincia de Jaén, es la que más castillos tiene.

Tras dejar el tren, la primera parada fue Baeza, pequeña ciudad monumento de la humanidad -o algo así,.. hablo de memoria- que yo conocía por el Palacio de Jabalquinto y por estar en ella la academia de la Guardia Civil -será porque el verde del uniforme se camufla con el de los olivos (chiste malo número....)- gracias a lo que, dicho sea de paso, yo me vi puesto en ruta a tierras jeneses para ver a un amigo guardia civil en pontencia.
Tras un paseo por las calles de Baeza, por la tarde, antes de que los últimos rayos de sol nos mandasen para casa, visitamos Cazorla, esperando encontrarnos con un pueblo de montaña al estilo de la montaña leonesas, y en su lugar dando con un precioso pueblo colgado a los pies de una montaña con un imponente castillo vigilando a los vecinos. No tuvimos tiempo ya de pasear por ninguna de las rutas del parque natural, otra vez sera, pero callejeamos disfrutamos de las vistas de este hermoso enclave.
A decir verdad, lo único que echaba para casa a uno en estas noches jienenses era la necesidad de dormir y descansar para madrugar y aprovechar el día siguiente, porque, a pesar de estar ya en diciembre, por aquellos lares del sur, el tiempo es todavía agradable. Se puede caminar una tarde con apenas una chaqueta sobre los hombros, es como si allí acabase de llegar el otoño con los árboles empezando a mudar el color de las ojas y la niebla apoderándose de las calles alguna que otra mañana. Ésta es una de las maravillas de este país. Recorriendo unos 600 kilómetros, uno cambia de clima, incluso de estación.

Jaén capital, es, al menos para nosotros, nerviosos personajes del norte, un auténtico caos circulatorio. Quizá fuese que eran el puente y había más gente de lo habitual, pero la verdad, es que cirucularo -y no digamos aparcar- por esa ciudad, es decididamente dificil. Supongo que no hace falta más que paciencia, buen humor y una sonrisa amable, algo de lo que, por suerte, gozan todos los andaluces con que nos cruzamos por el camino. Gente amable, tranquila, que se toma la vida con clama y que, es capaz de meter un minibus urbano por medio de unas callejuelas estrechísimas sin que nadie se vea perturbado (salvo el asombrado turista que se queda mirado "que demonios..."
Jaén tiene mucho que ver: su catedral, los magníficos baños árabes, palacios, museos,... pero yo me quedo con el imponente casitillo de Sta. Catalina que vigila la ciudad desde un un cerro próximo. Sobran palabras para describir la emonción del ascenso hasta el castillo y las vistas que se disfrutan desde el mismo si el tiempo lo permite. Además de aprender un poco de historia gracias al maravillos montaje que han preparado dentro de los muros de la fortaleza.

La tercera ciudad monumental de la provincia no se queda atrás. Úbeda es un auténtico sembrado de casas solariegas, palacios, iglesias,... no da tiempo de perderse por todos los rincones y monumentos de la ciudad en una solo día. Aquellos que llegan y se quedan en Carrefour, a la entrada del pueblo desde Baeza (y haberlos hailos) no saben lo que se pierden. A nosotros nos llevó un poco de tiempo dar con el corazón de la ciudad, pero, a falta de plano en mano, siempre hay un vecino presto a dar todas las indicaciones necesarias para que no se pierda uno por la ciudad. Esta amabilidad desinteresada de los andaluces, es algo que no deja de sorprenderme y agradarme, a ver si aprendemos algo de ellos por aquí arriba.

El último día decidimos escapar de las tierras de Jaén y poner rumbo a la capital del califato: Córdoba. La última vez que estuve en esta ciudad, hace ahora más de 10 años, fue en una visita relámpago a la magnífica mezquita y la también preciosa sinagoga, así que, me gustó volver y esta vez, al margen de pelearme con una auténtica borágine de turistas-saca-fotos por entrar en los distintos monumentos, perderme por las callejuelas de la ciudad, viendo portales azlejados, hermosos patios andaluces, y degustando algún que otro palto típico cordobés.

Si hay algo del viaje que cambiaría, sería la fecha del mismo. Las vacaciones de la gente deberían ser por turnos y no todos la la vez. Es un caos de tráfico, de gente en tránsito en las estaciones, de colas interminables y empujones en todos los monumentos, y cabezas asomando por las esquinas del objetivo de la cámara de fotos. Me gustan viajes más tranquilos, pero a veces no queda otra opción, y, también es bueno de vez en cuando dejarse llevar por la riada de gente y perderse y desconectar, para despertar después metido en un tren o bus, adormecido, cansado, pero contento y con ganas de más y más viajes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

d tus xistes malos ya perdi la cuenta...jajaja.y respecto al tren, sigo pensando q esta sobrestimado.