A todos los que no tiene prisa, a todos los que prefieren soñar en lugar dejarse encasillar. Y a ese bribón bueno que me hace sentrme delante de esta máquina y escribir...
Tenía una sensación extraña en la habitación cuando se despertó. "¿Que será? A, sí, hoy es mi cumpleaños." "Parece mentira, 24 ya, parece mentira. Ayer eras un mocoso y ya, 24. Pero bueno, aún no llegas al cuarto de siglo..."
Esa sensación extraña seguía en el ambiente. Miró alrededor. En la mesita de noche, junto a la cama, había un paquete de regalo. Era un cubo perfecto, evuelto en un papel de muchos colores, brillantes, mezclados, intrigantes, y con un enorme lazo.
Lo alzó y agitó con tranqulidad. Había algo dentro que rebotaba contra los lados de la caja. Lo abrió con calma. Dentro había un cubo de madera, más pequeño, con dibujos en cada uno de sus seis lados. Se dirigió al armario empotrado y sacó una vieja caja de galletas, algo descolorida y con los bordes gastados, la abrió y saco otros 23 cubos, similares al nuevo. Cuando tenía 4 años había encontrado esa caja en el desbán de sus abuelos, con cuatro cubos dentro. Eran de colores vistosos y no pudo resistir llevarse la caja, algo le decía que debía llevársela, sin saber por qué, sin decir nada nunca a nadie.
Desde entonces, todos los años, el día de su cumpleaños se levantaba y, al lado de su cama, aparecía otro cubo en un paquete de regalo. Y todos los años, repetía la misma operación: montar el rompecabezas. El problema es que todas las combinaciones parecían funcionar. Todas creaban vistosos dibujos, como salidos de un cuadro de Kandinski, o de Pollock, otras veces. Uno esperaba encontrar un dibujo definido, una fotografía, pero, por más vueltas que se daba a los cubos, sólo se formaban vistosas convinaciones de color y líneas. Y cada año había más convinaciones.
Estuvo una hora, aún con pijama, sentado en la alfombra de la habitación dándoles vueltas a los cubos. Nada. Siempre lo mismo, o parecido. Los guardó en la caja y se puso en marcha, la rutina del día a día.
El trabajo, los estudios, como siempre. El día, como todos los años en día de su cumpleaños, salteado de llamadas, de felicitaciones impresas, por correo electrónico, o en persona. Los padres, los abuelos, los tíos y demás familiares, la novia, los amigos, compañeros,...
-"Ya van 24 ¿eh?. ¿Que vas a hacer con tu vida? Tienes que empezar a pensarlo" "Acabaste ya la carrera" "Que tal ese examen" "¡Me alegro, felicidades, hombre! A ver si hacemos un fiestorro enorme.. ¿hoy no puedes?... bueno pues entonces ya eligirás otro día"
- "Bueno ya lo pensaré... sí acabar la carrera, y luego, oposiciones, montar un negocio, trabajar de barman, viajar, seguir estudiando,... ya lo decidiré, sin prisas. Lo del fiestorro ese, claro, a ver cuando nos cuadra a todos..."
Todo el día lo mismo. ¡"Qué viejo eres"! "!Ahora a casarse y tener hijos!". Sí todo a su tiempo, ya lo decidiré..."
Algo había que decidir, pero sin prisas. Había múltiples opciones. El tiempo dirá.
Algo hizo clic en el cerebro. Al llegar a casa fue derecho a la habitación y saco los cubos. 24 cubos. 24 años. Multitud de convinaciones posibles. Multitud de posibles decisiones que tomar en la vida. Y el año que viene, 25. Aún más posibilidades. Sentado en el suelo, pensativo, dando vueltas a los cubos, con una sonrisa de felicidad en la cara, se dio cuenta:
Eso era ese peculiar rompecabezas: la vida misma. La vida es un rompecabezas. Uno muy especial, con un montón de convinaciones, de posibilidades, que aumentan según pasan los años y uno se hace más sabio, se curte con las vivencias y experiencias que ofrece el paso del tiempo. A veces todo está muy claro, otras uno se hace un lío, se pasa días pensando, antes de decidirse, de elegir una opción determinada. Estudiar, trabajar, viajar, amar, dejarse querer, divertirse, llorar, reir, sufrir, recordar viejos momentos, vívidos en imágenes en la mente, ir a un sitio u otro,... un montón de opciones, un montón de convinaciones posibles. Un montón de razones para vivir y disfrutar de la vida. Y cada año, más.
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