El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 13 de septiembre de 2007

La charanga

Eran las fiestas del pueblo. Las calles se habían vestido de gala, con banderas de todos los países, con flecos de colores, flores en los balcones más grandes, más hermosas y más perfumadas que nunca, formando todo un complicado entramado sobre las cabezas de las personas, como una tela de araña de gala de la reina de las arañas.
La gente se paseaba tranquilamente por la calle, tomabahelados y refrescos en las terrazas de los bares. Había caras viejas, caras nuevas, caras que hacía tiempo ya que no se dejaban ver por el pueblo, todas ellas aguardando expectantes el desfile de carrozas, que se acercaba avanzando lentamente, envuelto en una nube de serpentinas y confeti, dejando tras de sí polvo de estrella fugaz.
Un dragón de colores con chinos de la china, hombres escupefuego, la más guapa de todas las princesas de los cuentos de hadas con traje de lentejuelas de plata y una cohorte de hermosos donceles, figuras de fantasía y caramelo todas sonrientes, felices, saludando a los espectadores, que permanecían quietos en las aceras, cautivos del hechizo del polvo mágico que caía desde las carrazoas y por la música, esa música metálica y festiva de trompetas y trombones, de tambores y bombos, portados por singulares personajes, vestidos con traje de chaqueta bordada de oro y tocados con sombreros de galleta.

Pedro observaba el desfile junto a sus amigos. Aquel año, como otros años pasados, las fiestas les habían vuelto a reunir a todos; aunque ninguno de ellos participase ya en aquellos juegos infantiles que habían ido olvidando con el paso de los años, las fiestas eran la mejor escusa para reunirse, para pasear, charlar con una buena cerveza en la mesa y recordar viejos tiempos y contar nuevas anécdotas e imaginar posibles futuros.
-Es curioso. Fijaos en los miembros de la charanga... Igualitos que el año pasado. Esta gente no envejece, me parece que he crecido viendo desfilar año tras año a ese hombre bajito y gordo de la trompeta, el sigue igual y yo me he hecho mayor. Es como si los guardasen en un armario y los sacasan todos los años para el desfile, como los disfraces de cabezudos: ¡fuera el polvo, un remiendo aquí, una mano de pintura allá, y ala, listos para desfilar! -dijo Pedro.
-Jaja. Deja de fantasear y sonríe a la cámara.- ¡Flash! Jose acababa de importalizar a su amigo con cara de bobo.

El desfile se alejaba lentamente dejando tras de sí una alfombra de confeti y serpentinas, la gente empezaba a dispersarse, charlando, paseando tranquilamente de nuevo, liberados del hechizo mágico de las carrozas. La pandilla de amigos comenzó a caminar lentamente rumbo a los bares, era el momento de hacer una pequeña ronda para abrir el apetito antes de la cena. Mientras avanzaban calle arriba Pedro se quedó pensativo, mirando un escaparate. En éste, un cartel anunciaba la nueva exposición de la biblioteca: Un siglo de fiestas 1907 – 2007, una colección de fotografías de años pasados, donadas por vecinos del pueblo y reunidas ahora por primera vez.
-Mirad...- Pedro estaba de nuevo ido en sus fantasías- Mirad esa foto en blanco y negro. Es por lo menos de 1950. Juraría que el tipo bajito y gordo de la trompeta es el mismo que pasó hoy. Está aquí en esta foto, igual que hace diez minutos en la calle, tocando tranquilamente su trompeta y mirándome de reojo.
-Sí, sí, te dice: “Despierta, que tienes que ir de cortos”- Bromeó Jose.
Los amigos rieron la broma y se fueron de ronda, era una agradable tarde de finales de verano, empezaba a refrescar pero aún se podía caminar por las calles por la noche sin necesidad de chaqueta. Después de cenar continuaron con las charlas, los chistes, todo ello acompañado de cerveza y música.
Cansados, se despidieron y se fueron a casa. Pedro se desvistió y se tumbó en la cama, pensativo. No lograba coger el sueño. Miró el rejo. Eran casi las tres de la mañana. Se levantó y encendió el ordenador. Jose les había mandado las fotos del desfile a la hora de cenar.
Las fotografías aparecían lentamente en la pantalla del ordenador: ahí estaba el con cara de bobo, allí de tapas todos sonrientes en un bar, en otra carrozas, nubes de confetí,... y, sí, la charanga. Pedro quedó de nuevo pensativo mirando la foto, acercó bien el zoom. Ahí estaba aquel hombre gordito de la trompeta, idéntico al del cartel de los años 50.
Le empezaban a picar los ojos, imprimió la foto y se metió en la cama.

A la mañana siguiente Pedro se levantó perezoso. Se estaba estirando cuando vio la fotografía impresa sobre su escritorio. De pronto lo recordó todo. Esas dos imágenes en su mente, una en color, otra en blanco y negro, una actual, otra de hace 50 años, y en ambas el mismo hombre, tal cual, sin una arruga, un arañazo, una sola marca de la vejez. El mismo hombre de cincuenta y tantos años, en ambas fotos.
Desayunó rápidamente, cogió la foto y marchó corriendo dando un portazo
-¡Donde vas...!- Se oyó gritar a su madre.
Pedro corrió raudo hasta la biblioteca. Se detuvo en la puerta, mirando con detenimiento aquella foto del cartel de la exposición. Sacó la foto actual y la colocó al lado. No había duda, era la misma persona.
Entró excitado en la biblioteca. La bibliotecaria levantó la cabeza de su libro y miró a Pedro a la cara inquisitorialmente.
-¿La exposición de fotografías esta en el piso de arriba, no? –dijo Pedro
La bibliotecaria asintió y volvió a sumergirse en su lectura.
Pedro subió los escalones con paso ligero, pero controlando sus nervios. Era temprano y la sala de exposiciones estaba vacía. Había unas 50 o 60 fotografías colocadas por orden cronológico, que retraban distintos momentos de las fiestas a lo largo de todo un siglo: gentes de los años 20, sentados en la era, merendando, otros, de punta en blanco, posando a la entrada de la iglesia, también inocentes muchachos de pantalones cortos haciendo burlas en una estampa de 1960, fotos de los ya desparecidos mercados en la plaza mayor, de aquellos autobuses cargados de gente hasta el techo, de fiestas “disco” de los 70 y sí, de los desfiles, con sus charangas incluidas. Ahí estaban, delante de sus narices, tocando pasodobles con pantalones de campaña, un mes de septiembre de 1978. Pedro pegó la nariz a la foto. No estaba seguro, pero detrás, en segunda línea parecía asomar ese personaje bajo y gordito con su trompeta. Empezó a recorrer la sala lentamente, buscando más fotos en que saliese la charanga. 1986, sí, ahí estaba el hombrecillo gordito de la trompeta, igualito a este año, y... un momento, también en 1962 y 1957, la foto del cartel de la entrada. Era increíble. Ese hombre tendría unos 40 o cincuenta años en 1957 y seguía idéntico en la actualidad. Un momento, ahí estaba, sí, tocando su trompeta en 1935, y en ¡1916!
Empezaba a sentirse mareado. Salió lentamente de la biblioteca y se sentó al fresco en los peldaños de la entrada.

Continuará...

1 comentario:

Mario dijo...

Me está gustando cómo está quedando esto. Creo que incluso podría terminar ya así. Están las 3 partes de la acción bien delimitadas.