Me dijo que iba a hacer una demostración. Yo le miré con cara de preocupación. El hombre estaba tan emocionado, que no quería verle cuando la gente, después de la inauguración, se cansase de verle pintar y se fuera a su casa dejándole ahí solo pintando bajo los soportales del museo. Me preocupaba también el clima, por eso insistí en que se colocase bajo el soportal: me lo imaginaba sentado en un banquillo, pintando lentamente un lienzo al óleo, bajo un sol de justicia, sudando a chorro mientras el óleo se resecaba; o quizás huyendo despavorido cuando empezaba a caer algún aguacero que mojaba con gotas gruesas el óleo y lo echaba todo a perder.
Aún así, con mi preocupación y mi cara de preocupación, no le pude convencer. El día de la inauguración haría una demostración. Le pedí entonces que llegase un rato antes, para que el público que viniese a la inauguración lo viese pintar: nunca inauguramos a la hora señalada, la gente llega tarde y las autoridades políticas llegan aún más tarde que la gente.
Él llego un poquito menos tarde que la gente. Yo ya estaba nervioso cuando asomó por el museo cargando un lienzo ya enganchado en un bastidor bajo el brazo. "Por lo menos ya trae le cuadro hecho", pensé. Luego el saludo, pidió disculpas, pidió un caballete de pintura y una mesita, y le acompañé hasta el soportal mostrándole el espacio ya preparado. Entonces, con un "perfecto", colocó el lienzo con bastidor sobre el caballete y rastrilló los dedos: estaba en blanco, vacío.
Yo me eché la mano al mentón y la retiré rápidamente al notar mi mascarilla. "¿Y ahora?", pensé. Mientras tanto el sacaba de su mochila varios pinceles y botecitos de pintura al óleo y los iba colocando estratégicamente sobre la mesa.
Miré el reloj. Faltaban 15 minutos para inauguración y ya había llegado la prensa. "Mire, -le dije-, mejor que le entreviste la prensa, luego pinta, no le va a dar tiempo de hacer mucho ahora, ya mismo inauguramos". "Tranquilo, yo en 40 minutos acabo el cuadro"
Y seguidamente cogió el pincel, lo mancho de pintura al óleo y empezó a pintar, con una velocidad inusitada un cuadro. "Voy a hacer un paisaje amazónico" Y mientras hablaba, y mientras la gente empezaba a arremolinarse a su alrededor, su pinceles se movían cada vez más rápido: ya casi estaba terminado el fondo, luego el cielo, un atardecer, luego un árbol, un árbol con hojas después, luego un río, luego la vegetación, luego dos loros... Los pinceles corrían por el lienzo como si fueran los cabezales de un plóter. Yo no podía creerlo. 40 minutos después, el cuadro estaba acabado. Se apartó a un lado y con un gesto suave saludo y empezó a lavar los pinceles en agua y a guardar las pinturas en la mochila.
- ¿Cuánto vale? - Una señora se había acercado señalando el cuadro.
- 80 dólares, promoción por inauguración.
Vendido. Recién pintado y vendido. La señora cogió el cuadro y se fue caminando por el malecón.
- Muchas gracias por exponer mis cuadros-, me dijo-. Si venden alguno sí puedo traer más, ¿verdad?
- Puede venderlos pero tienen que esperar a que acabe la exposición. Déjeme los precios.
- 110 dólares.
- ¿Cuál?
- Cualquiera, es precio de promoción.
- ¿Cualquiera?
- Sí, estos valen todos lo mismo. A veces hago otros más complicados, que llevan más tiempo y más pintura y claro, esos cuestan más, 300 o 700 incluso, pero estos 110 está bien como promoción.
- ¿Cualquiera? - Yo aún no lo creía.
- Miren si alguien quiere comprar alguno, mejor que me llame, yo le hago otro igualito y así no tiene que desmotar la exposición. Ahora ya se han acercado dos personas interesadas en esos dos paisajes. Ya se lo que quieren, ya tomé nota, les haré dos paisajes similares.
- Similares.
- Sí. La gente me encarga cuadros. Yo lo tengo todo acá en mi cabeza -se tocaba la frente con los dedos según hablaba- y ya yo me lo invento, es mi creación personal, no son paisajes reales ya sabe, es mi inspiración y mi creación. Así que si alguien quiere comprar un cuadro que me llame, ¿sí?
Dicho esto, se puso al hombro la maleta, se despidió y se fue en un bus urbano, con sus pinceles y sus pinturas al óleo y ese brazo de plóter que se movía en el aire según hablaba con la gente.
Yo me quedé quieto, parado, observando esos paisajes amazónicos al óleo, viendo en mi mente como aparecía rápidamente en trazos rápidos uno tras otro, miles de lienzos que se iban llenando a toda velocidad de árboles, ríos, aves, lunas, soles, montañas. Con árbol 50 dólares, con loros unos 100, un puma 180... ¿Qué le gusta? ¿Qué quiere para decorar su salón? ¿De cuántos metros cuadrados lo quiere? Y en un santiamén la impresora humana, el tipo de los brazos de plóter iba llenando lienzos de paisajes y más paisajes, idílicos, con colores chispeantes, con loros que miraban desde las ramas de un árbol el rostro emocionado del dueño que había comprado un cuadro.
No se cuántas exposiciones de cuadros de impresión a chorro de óleo se habrán creado desde que inauguramos, pero tampoco quiero pensar en ello para no tener pesadillas. Pánico me dan los salones decorados con cuadros de 40 minutos. Pero qué se yo de gustos, y qué sabrán los fabricantes de impresoras: se están quedando obsoletos, parece que hay hace tiempo que la cibernética hace lo suyo en el campo del arte plástico...
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