El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 20 de junio de 2020

La nueva realidad (o las cosas que cambian)

No estrés triste. Ya volverás a ver el sol y volverás a sentir el sol sobre tu cuerpo. Ten paciencia. Se que miras con llanto e impotencia el jardín a través de esa ventana, casi traslúcida: las manchas están por fuera, sí, pero no te preocupes, tiempo al tiempo y podrás salir la limpiarlas. Deja que sean las gotas de lluvia las que limpien los cristales por estos días, que sea el agua el que haga dibujos ellos y no las lágrimas sobre tus ojos.
Sí, ya se. Es un fastidio. Todo el día con esa mascarilla en tu rostro como si fuera un bozal. ¡Ni siquiera se puede respirar bien! Y los lentes. Ah, esos lentes, cuantas veces te los habrás lavado-desfinfectado-esterilizado. Jabón y agua, primero una mano, luego la otra, por dentro, por fuera, entre los dedos, luego se frotan y se entrelazan hasta que salga espuma, una y otra vez, una y otra vez, luego el agua y después el paño seco y limpio. Así, cada hora del día. Todos los días.
Todos los días miras por la ventana. Lo se. Cuentas cada gota de lluvia, cada rayo de sol que ilumina las flores en el alfeizar. ¿Por qué ellas están afuera, y tú tienes que quedarte adentro, encerrada, con miedo de sacar la pequeña jarra que usas para regarlas por la ventana entreabierta, temblando de miedo?
¿Por qué tienes que llegar a casa después de recorrer las calles como si se avecinase una tormenta que nunca llega, porqué tienes que recorrer las tiendas sin mirar a la gente a la cara, sin decirles casi ni una palabra, por qué tienes que entrar en casa mirando de soslayo como si alguien te estuviese siguiendo o  estuvieses haciendo algo prohibido? ¿Por qué tú corazón late nervioso cuando por fin estás adentro, y esa cosa afuera, y las fundas de la compra, repletas, parecen llenas de plantas raras, extrañas y quizás venenosas?
Las limpias y las colocas rápidamente en la despensa y la alacena, como si las introdujeses en cámaras de desinfección herméticas. Y después de miras. La ropa cubre todo tu cuerpo. Quieres tocarte el rostro y apartarte el cabello pero sabes que no puedes. Tus manos se quedan detenidas en el aire y tu rostro se va tus pies descalzos. Los zapatos descansan de la caminata sobre una alfombra segura en la puerta de la casa, como si se estuvieran recargando para la siguiente salida. Repasas tu cuerpo y rápidamente te sacas las ropa y la botas en el tacho de la ropa sucia y corres al baño. Te miras en el espejo: Todas las líneas, las marcas, el sutil vello erizándose mientras contemplas ese mapa que es tu cuerpo. Te acercas al espejo y desprendes tu mascarilla: aún está ahí. Algo más pálida pero aún se sonroja al verte, los labios se separan un poco y en la comisura que no se atreve a sonreír, quieren asomarse tus dientes. Quieres tocar tus labios, sentir esa suavidad de nuevo, pero algo se activa en tu interior y corres a la ducha. Agua caliente, jabón, champú. Tus manos recorren tu cuerpo resbalando sobre el jabón, siguiendo todas las curvas de cuerpo. El cabello descansa suelto, mientras el agua cae sobre tu rostro, llevándose el jabón, permitiéndote abrir los ojos y respirar. Podrías quedarte ahí horas. Se siente tan seguro ahí, bajo la lluvia de la ducha, dejando que el agua se lleve todo bien lejos, es un momento de paz, donde no hay pensamientos y el tiempo no pasa.
Cierras la llave y a tientas coges la toalla, te secas y te envuelves en ella. Cuando sales de la ducha, el vapor comienza disiparse, dibujando curiosas formas de vaho sobre los azulejos del baño. En el sueño, a un lado del lavabo está la mascarilla, caída. La miras y piensas:
"Paciencia, cuídate, resguárdate y protégete del viento y las inclemencias. Y crece, sí, crece por dentro. Pronto pasará este tiempo, pronto se romperá la crisálida y volarás libre, mariposa".

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