El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 8 de diciembre de 2019

Profe

Un encuentro fortuito en un aeropuerto. "Álvaro". Suena como un eco. "Profe". Alzo los ojos de mi celular y sonrío al ver a Luis, el también sonriente, tranquilo, callado y sin expresar gran emoción en su rostro o sus actos como buen kichwa.
A mi se me debe haber pegado algo de eso, de lo de kichwa, porque tampoco suelo expresar efusivamente mis emociones. "Luis" -le digo con la sonrisa en mis labios "¿Qué estás haciendo acá?". Una pregunta ingenua, sin pensar, todavía anclada hace diez años, cuando yo era el profe, el educador del internado, siempre velando por 60 adolescentes; o el profe de historia o geografía, o inglés, o el estudiante-cómplice de kichwa. El tiempo ha pasado, y aquellos adolescentes que me encontré a mi llegada a este país, aquellos que me sacaron algún año y que bebían de mi cansancio, aquellos que me sacaron también alguna sana locura de cómplice son ahora adultos, aunque a través del cristalino de mis ojos sigan siendo aquellos adolescentes preparándose para enfrentar la vida.

Intercambiamos algunas palabras. Luis me mira como una aparición, como un objeto preciado de esos que se tratan con cuidado para que no se gasten, o no se pierdan y desaparezcan. Yo no acierto qué preguntar. Recordamos los viejos tiempos, nos podemos rápidamente al día y la llamada de embarque nos separa con un intercambio de números de teléfono y un breve apretón de manos y otra sonrisa.

Luis. Luis y todos sus compañeros y compañeras. Ahora deben tener ¿cuántos? ¿25, 26 años? Más o menos la edad que yo tenía cuando me puse al frente de aquella clase a enseñar historia e inglés. No sé bien de la vida de la mayoría de ellos. Muchos tienen hijos, alguno sigue de profesor, otro es un destacado líder indígena que lucha por sus tierra y su pueblo, Luis está en un programa de la ONU... cómo pasa el tiempo. Y al final, da igual dónde estén: en algún recodo de este camino que llamamos vida, aparecen de nuevo, y con sonrisa dicen "profe" y estrechan la mano o me dan un abrazo, y siguen caminado. "Profe".

Aún no sé qué hice en mis nerviosos 26 o 27 años cuando yo era profesor y ellos alumnos, para que hoy todavía me sigan sonriendo y llamando profe. Creo que nunca lo sabré. Es algo mágico, como todo lo humano que hacemos, todo lo que hacemos con el corazón, todo lo que entregamos con el corazón, todo lo que entregamos sin esperar recibir nada a cambio. Cuando pienso en todo lo que he hecho en esta vida, todas las labores y luchas a las que me he dedicado, la que más recuerdo es esa: la de profesor, y si alguna tarea nunca he dejado de hacer desde entonces es la de profesor, de propios y extraños, oficial o extraoficialmente. Sé que nunca dejaré de serlo. Si uno no puede transmitir su saber, su arte, su pasión a los demás haciendo lo que hace ¿de qué sirve todo eso que hace?

Si trabajamos para nosotros mismos, no trabajamos para nadie, ni siquiera para nosotros; si trabajamos para los demás, trabajamos para nosotros también. Cada vez veo eso más claro. Y cuando trabajamos para los demás, hacemos aún más si enseñamos a los demás lo que sabemos para que ellos aprendan a hacerlo también.

Por eso, entre todas las cosas que podría ser, elegiré siempre ser profesor, y en todas las cosas que haré, pondré siempre unas gotas de ese elixir de profe, para que la vida se haga fuerte, y el pago no sea un pago, sino una sonrisa y un apretón de manos, siempre todos hermanos como eslabones de esta cada que la cadena humana.

No encuentro finales para esta pequeña reflexión, quizá porque no hay final sino un continuar y un pasar el testigo en esta tarea humana, así que me despediré recordando aquellos versos de una canción que tantas veces cantamos cuando era niño, yo alumno, con y a mis profesores en su día:
"te han robado el corazón, los muchachos en la escuela..."

1 comentario:

Luis Xavier Solis T. dijo...

Un gran profesor! Adelante Naporuna!