Bien, Syriza ha ganado en Grecia. La mitad del mundo está asustada porque ha ganado el populismo, léase una panda de "descerebrados" que van a llevarnos a todos a la ruina después de quitarnos las vacas que tenemos, y que como la espuma de la gaseosa, van a desaparecer pronto. La otra mitad está contenta porque ¡por fin! alguien en esta Europa sacudida por la crisis va a plantar cara al Fondo Monetario Internacional y demás poderes económicos explotadores y van a empezar a llevar a cabo políticas que tengan en cuenta primero al ciudadano y después al dinero.
¿Y yo, dónde me pongo yo? De pronto me alegro por la victoria de Syriza, porque desde luego las políticas neoliberales que se están imponiendo por doquier no me gustan ni pizca y soy el primero que tiene ganas de ir pateando traeros y mandando a un montón de economistas y políticos a ese sitio del que no hay como regresar, pero después, cuando se me pasa la euforia y empiezo a leer las cosas con calma, me entra la sensación de que al final, Syriza o Podemos, o los socialistas del siglo XXI que tenemos aquí en Latinoamérica no son otra cosa que más de lo mismo. Sí, puede que miren un poco más por las personas, pero en el fondo son más de lo mismo.
Lo primero que me asusta de estos partidos es su pragmatismo extremo. Un afán de buscar una solución, ahora, al instante, y que tenga efecto inmediato a los problemas que nos acucian, aunque para llegar a ella haya que pactar "con quien sea", hay que pagar el precio más alto. Un pragmatismo, dicho de otro modo, que destapa una carencia de ideología clara, de verdadero compromiso. Que Syriza, por tomar el caso que nos ocupe, pacte con un partido de derechas para poder gobernar, bien poco dice en favor de la posible ideología de ambos. Sí, comparten acciones puntuales y actuales sobre qué hacer ante la situación económica actual, pero ¿qué llevan por dentro? ¿hacia dónde quieren ir en el futuro?
Para mí, desde luego, ese actuar es un craso error. Hay que escuchar a los demás, dialogar, ceder puntos de vista para poder trabajar juntos, sí, abogo por eso todos los días en mi quehacer. Pero también hay que tener bien claro que hacia qué orienta uno sus acciones, en qué principios se fundamenta, cuál es en el fondo la ideología que sirve de base y guía para la vida de uno.
Por ello, en este maremagnum de partidos "atrapalotodo", oportunistas o con soluciones "para el momento", yo sigo viendo aún la luz en aquellos que, con unas ideas bien claras, con unas bases estables, siguen su camino contra viento y marea, les voten cuatro o cuatro millones. Uno puede estar de acuerdo con ellos, o pueden parecerles totalmente equivocado lo que defienden, pero el caso es que lo que importa eso eso: la idea, la línea que proponen, por encima de candidatos, de campañas, de coyunturas puntuales.
Lo segundo que me asusta de estos partidos es su falta de innovación, su falta de verdadera voluntad de cambio: al final, lo que están haciendo es poner parches al mismo sistema critican y que todos vemos que no funcionan; parches que posiblemente consigan arreglar la maquinaria pero ¿por cuánto tiempo? y ¿a qué precio? No me basta más que mirar al ejemplo de Ecuador: un país de cuyo gobierno he estado orgulloso durante varios años, dónde todavía hoy la inversión social es mucho más incluso que en la "vieja Europa". Ahora, casi 7 años después de mi llegada aquí, sin bien veo y aplaudo los logros de este tiempo, miro con desconfianza un futuro que ya no se me antoja como un gobierno del pueblo, dada la disminución de la participación democrática, ciudadana y directa en el proceso; unas políticas socialistas que se me antojan no otra cosa que puro neoliberalismo disfrazado de acción social. No, diga lo que diga la prensa, hoy día ya no hay tantas diferencias entre el gobierno de Ecuador y el de Alemania o incluso el de EE.UU.
Así que en el panorama político y económico actual, me planto en medio, o mejor dicho, creo otra vía más. Y digo: no este no, con aquel tampoco, al margen nunca, activo; siempre. Y la gente me mira raro. Mis amigos de izquierdas no entienden porqué no me uno al grito de la masa y me acusan de dividir a la izquierda, los que antes me llamaban "correísta" ahora me llaman loco, y los correistas me quitan el apellido.
Yo lo que les digo a todos ellos, de un lado y de otro es: ¿Por qué, a ver, por qué tengo yo que votar a un partido político que todo lo que al final quiere hacer es arreglar un sistema en el que no creo? Yo ya estoy cansado de parches. No tiene sentido gastar esfuerzos, en una dirección u otra en seguir remendando algo que no funciona.
Despertemos de una vez. El discurso en el fondo es el mismo. El cambio, la innovación, nulo. Es un baile continuo de izquierda a derecha, pero la partitura es siempre la misma. Arranquémosla, escribamos una totalmente nueva. ¿Dónde está la innovación, donde está la creación, la imaginación? Si el capitalismo no funciona, si su hijo neoliberalismo, fruto de la endogamia, funciona aún peor, tirémoslos ambos a la basura. Si el comunismo cayó y fracasó, deshagámonos de él también. No tiene sentido seguir dándoles vueltas a algo que no nos está llevando a nada más que dar vueltas y más vueltas perdidos en un círculo sin encontrar la manera de salir de éste.
Cojamos papel en blanco y lápiz. Escribamos la primera R; Radical. Escribamos la segunda R: Revolución, y no olvidemos de trabajar después con la Razón. Que nadie tenga miedo, pues el miedo no es más que un producto creado por el sistema que vivimos para impedir que lo cambiemos, que lo destruyamos y construyamos algo totalmente nuevo.
Arranquemos la página del bloc. Tirémosla a la basura pero sin olvidarla, y empecemos a escribir nueva historia. No es necesario escribir ficciones. El fermento lo tenemos en nuestros propios genes, en nuestro propio pasado: creo que hemos crecido lo bastante como seres humanos para, a partir de donde estamos hoy día, distinguir aquello que nos hace más humanos y nos libera de aquello que nos vuelve seres guiados por un darwiniano instinto que nos mantiene encerrados.
Yo no parto de la nada. Estos días, reclamo y pienso el aquella Ilustración con mayúsculas que durante un tiempo, quizá demasiado breve pero de un calado muy profundo, dio vida y forma la verdadera Europa, no a esa otra falsa Europa actual nacida del "carbón y el acero". Aquella Ilustración que exportó a Europa fuera de sus límites geográficos, no ya en forma de mercantilismo, sino de palabra y pensamiento de liberador. Ilustración de una época de Razón, la que da nombre a mi tercera R, y hacia la que tenemos que volver a poner rumbo teniendo cuidado de no pederlo.
Y pienso también en el Decrecimiento, esa ideología económica que aboga por frenar, y frente a los dos grandes modelos capitalismo-neoliberalismo y comunismo, que buscan -cada uno a su manera- el crecimiento como medio único para prosperar y ser más felices; buscar el ser felices en tener menos y compartirlo y disfrutarlo.
Hoy acabo estas líneas siendo una vez más el loco que tira piedras sobre su propio tejado, que utiliza este maltrecho sistema para acabar con él. Un loco que no tiene medio a encontrarse sin nada y a la vez inmensamente rico por su propia culpa. Que no tiene miedo en volver a aprender. Y que sabe que no está loco, porque junto a él, hay también muchos otros que tira piedras contra el tejado y poco a poco construyen con su actuar realidades que otros se niegan a reconocer.
A los necios y a los sordos les diré que su futuro no existe. Perdón si me he dado cuenta y se lo echo a la cara.
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