Además se me enseñó que esas autoridades de turno no están ahí por gracia de dios o del dólar; están ahí por nuestra voluntad -la mía y la de los demás ciudadanos-, y que yo como ciudadano tengo el deber de, no solamente elegir a esas autoridades sino de ser -si así lo deseo- una de ellas.
Por lo tanto, las autoridades de turno somos todos nosotros, los ciudadanos, que nos autogobernamos delegando tareas a un pequeño grupo de personas para facilitar esa tarea tan compleja que es el gobierno. Somos juez y parte (¡qué curioso!) de nuestras propias vidas en sociedad. Elegimos cómo queremos que nos gobiernen (como gobernarnos) y ello mismo estamos en nuestro derecho y deber de corregir a esos gobernantes -que son nosotros mismos- cuando se equivocan.
Hasta aquí, la construcción lógica tiene todo sentido. Pero si algo olvida con demasiada facilidad el ser humano, es su capacidad lógica. Pronto, después de razonar y abrazarse como humano, libera su ego y piensa que él, por alguna falsa justificación es superior a los demás, que éstos le han entregado a él todo el poder porque él es más capaz y por lo tanto tiene todo el derecho a hacer las cosas a su antojo para el mejor beneficio de todos.
Claro que nunca dirá esto así, en estos términos y en público. Utilizará una jerga mucho más complicada y enrevesada. A esa jerga le llaman política.
Y así, de pronto, todo eso que le enseñaron a uno como ciudadano durante sus años de escuela y universidad se viene abajo cuando se da cuenta de que no puede protestar contra lo establecido. Si denuncia a sus gobernantes reclamándoles que no hacen lo correcto, que mienten, que engañan, que tergiversan u ocultan la realidad, le llamarán en el mejor de los casos mentiroso, antipatriota, le acusarán de tirar ingenuamente piedras contra su propio tejado; y en el peor de los casos, le perseguirán sutilmente, le someterán a una inaparente censura, le condenarán al ostracismo o le perseguirán hasta la cárcel o la muerte.
¿Y todo porqué? Por ejercer su derecho como ciudadano. Por participar en el gobierno de su país y reclamar, orientar, preguntar a aquellos que ÉL ha elegido para que le gobiernen.
Le callarán e inmovilizarán en favor de la democracia por hacer uso de aquello que llaman democracia.
Democracia. Que palabra tan desgastada y desacreditada. Supongo que tendremos que inventarnos otra nueva. Y mientras se nos ocurre, seguiremos participando de la vida política del país, digan lo que digan los que están arriba, digan lo que digan las leyes hechas a medida por los que están arriba para los que están arriba. Si nos limitan la libertad, si no nos representa a todos, no son leyes que nos legislen. Aunque suene triste y trasnochado, a cuento de viejas, seguiremos el camino de aquellos que protestaron, que se manifestaron en las calles, que se declararon en huelga, que alzaron su voz en contra del unísono en "democráticos" senados, que tomaron fotos a escondidas en lugares que deberían ser públicos y transparentes, que sacaron a la luz pública los trapos sucios de ese país, de esos gobernantes que le representaban.
Lo haremos hoy, y mañana y siempre que haga falta. Porque si nos limitan la capacidad de cuestionamiento, si borran del diccionario las palabras "Por qué" y las palabras "protesta", nos borran a nosotros mismos, dejaremos de existir y nos talarán poco a poco, como a los árboles de la selva ¿Serán ellos, los árboles conscientes de lo que les está pasando? No me atrevo a responder esa pregunta, pero lo que sí se es que nosotros debemos ser conscientes o desapareceremos en nuestra inconsciencia.
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