Hace unos días recibí, como ya "canté" en un poema, un e-mail del consulado avisándome de los próximos comicios al Parlamento Europeo. Como aún sigo creyendo en la democracia (la más justa de las injusticias, se podría decir), me voy al consulado a solicitar el voto por correo y cambiar mi domicilio para que las papeletas no acaben perdidas en algún rincón de la selva.
La mañana luce agradable con sol, y como ya me he programado para perder media mañana en trámites burocráticos, espero tranquilamente en el parque a que aparezca el bus de turno que, sumergido en el renqueante tráfico de la Avda. Amazonas, me dejará justo en frente del consulado al grito de ¡Gracias! (debe ser que me estoy volviendo ecuatoriano) Podría ir en esa lata de sardinas que llaman trole, pero no hay apuro.
A los pocos minutos asoma un bus que hace mi ruta. Después de medio año viviendo en esta ciudad, mi visión hipermétrope descifra instantáneamente la maraña de letreros que cubre la mitad del parabrisas de los buses. Salgo casi a media calle y alzo la mano para que el chofer del bus me vea; de lo contrario seguirá rumbo sur a toda velocidad. Aquí los buses no entienden de paradas pintadas en el suelo y marcadas con la típica seña azul.
Por suerte el bus va medio vacío así que consigo un asiento, aunque sea al sol. No importa, hoy no calienta demasiado. Me distraigo observando el tráfico y a las personas que suben y bajan del bus. Unas cuantas cuadras más allá, se sube el primer vendedor ambulante: maní tostado, simple a 25 centavos, con ajonjolí el doble. Mi mente automáticamente piensa en el lugar y las condiciones en que el pobre señor habrá preparado su maní. Me abstengo, una vez más, por estómago y por conciencia. Personalmente me resulta bastante molesto todo ese reguero de vendedores ambulantes que se suben a los buses, cuentan memorizada cantaleta y ofrecen su producto: "cójalo, tóquelo, mírelo; sin compromiso". La desaparición de toda esta economía informal es una de las asignaturas pendientes de este país: mientras sigan existiendo vendedores ambulantes en los buses y en las esquinas, aún quedará mucho por hacer en pro del estado de bienestar y la igualdad de todos los ciudadanos.
En el siguiente frenazo, que por una vez coincide una parada "oficial", se baja el vendedor de manises, suben pasajeros y el bus arranca a la vez que empieza a sonar una música de órgano y coros en el bus. "Que raro", me pregunto sorprendido, pues no es lo que suele ir sonando por las emisoras habituales. De pronto, tres de los pasajeros que acaban de subir, se viste con trajes de tela morada de carnaval, capuchón puntiagudo con huecos para los ojos y boca incluidos, cordón en la cintura, y cargando típicos instrumentos "andinos" (tambor, palo de agua, otras percusiones) comienzan a cantar no se qué de Amadísima Señora o algo así. Un cuarto personaje, este bien vestido, con camisa, el pelo bien cortado, y un colgante con identificador que no alcanzo a leer, les observa desde la parte frontal de bus.
No quepo en mi asombro. Me han tocado vendedores de los más variados artículos, he escuchado los más ficticios y lastimeros discursos sobre desgracias propias o ajenas, me he topado con un tipo que, de repente dejó a la mujer embarazada y ahora tiene una boca más que alimentar, y como no tiene de donde, se sube al bus a cantar en karaoke canciones que él mismo escribe, incluso me a tocado el tipo franco a no poder más que dice de una: "miren, yo no les voy a contar ninguna historia ni les voy a vender nada. Si me quieren dar unas monedas, Dios se lo pague." Pero desde luego, un grupo evangélico, con baratas copias de trajes de papón o Ku-kus-klan, es algo completamente nuevo. !No me lo puedo creer!
El cuarto tipo, el que va vestido de domingo, comienza a repartir cuartillas entre la gente. "Ahora me dará la típica hojita sobre la salvación universal y me pedirá un donativo". Está a punto de llegar a mi asiento cuando sus tres musicales compañeros dejan de meter bulla con el tambor y los palos de agua y de cantar alabanzas, y gritan al unísono: "¡La mejor Semana Santa se vive en Quito!"
No me caigo del asiento por que voy sentado del lado de la ventana y a mi derecha va sentada una chica que se llevaría un susto aún mayor que el mío si me cayese encima de ella. ¿He escuchado bien? Por si acaso, los tres "papones" cuentan por lo bajo hasta tres y repiten juntos "¡La mejor Semana Santa se vive en Quito!" El cuarto de la timba llega mi asiento y sonriente me entrega una de las cuartillas. Pues no, no son oraciones, ni alabanzas, ni apocalípticas lineas evangélicas. ¡Es el programa de la Semana Santa de Quito, promovido y organizado por el Distrito Metropolitano!
Los cantos y alabanzas duran unas manzanas más. Luego, los tres tenores se sacan los trajes, el "filipichín" vestido de domingo retira el CD con música sacra y se bajan del bus, que poco a poco recupera la normalidad a la par que se va llenando de gente. Yo sigo en mi asombro y me pregunto ¿A qué mente se le puede haber ocurrido hacer esto? Sí, ya se que la Iglesia está dando un giro atrás terrible, diga lo que diga y haga lo que haga el Papa. La gente devota (y de bota) busca el ritualismo frente a la comunión, las ceremonias pomposas frente a la sencillez de convivir en comunidad, la unión bidireccional con un dios al que se rinde "sacrificio" en el altar frente a la experiencia comunitaria de hermanos. La gente buscan signos visibles y palpables con los que identificarse fácilmente, aunque éstos sean signos huecos o representantes de verdades a medias o tergiversadas; incluso los jóvenes religiosos lucen hábito todo el tiempo o vuelven a usar cleriman en un quizá intento de sentimiento de pertinencia que les reafirme en algo que no tienen claro. Soy consciente de toda esta realidad, pero ¿¿promocionar la Semana Santa a bordo de un bus con semejante parafernalia de trajes y cantos y octavillas?? ¿No se supone que la Iglesia Católica intentas ser, es, algo distinto a todo lo que ella llama sectas? ¿Entonces porqué utiliza los mismos medios que estas "sectas"? Una vez más creo que perdemos totalmente el norte cegados por la ambición, no se si de dinero, de orgullo, o de soberbia.
Y encima, que todo el programa venga refrendado por el municipio, la guinda del pastel. Estado laico, gobierno que tiene a la Iglesia bastante atragantada, y un municipio que patrocina la Semana Santa. Quizá sea el nuevo alcalde que es de derechas, aunque creo que aún no se posesiona, así que deber ser del alcalde saliente que es del partido del gobierno.
Recuerdo como mi abuela, que era siempre la primera en madrugar para ir el domingo a misa, se quejaba cuando llegaba la Semana Santa y llenaban los escaparates de bares y tiendas con imágenes de procesiones y pasos. Para ella era toda una falta de respeto al sentimiento religioso, convertir en barato folklore las creecias y el significado de las creencias, de la región de la gente. Me imagino lo que hubiese dicho se hubiese estado sentada ayer junto a mi en el bus.
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