Daisy mashipak, kuyaywan.
El sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo. Sus rayos calentaban y secaban poco a poco los campos, los arroyos, y los labios de las personas, cada vez más temblorosos y faltos de esperanza. El verano, extendía sus dominios más allá de sus propios meses y amenazaba no irse nunca.
Con una expresión de incertidumbre en su rostro, miraba el yucal próximo a la casa. Su pelo, lacio y negro, cubría a medias su rostro, tostado por el calor del sol durante treinta veranos. "La cosecha se va a echar a perder este año", pensó. El campo estaba seco. El río bajaba sin fuerza, apenas acariciando la tierra. Apartó su vista de la ventana y observó con cariño su vientre, mientras lo acariciaba con ternura. Se había movido.
¿Cuántos, cuantos meses iban ya? Ya faltaba poco, lo sabía, lo sentía, y ese sentimiento le llenaba de alegría y miedo: tanto, tanto tiempo había esperado a esa hija, ahora por fin llegaba, pero ¿por qué ahora? ¿por qué en este tiempo de incertidumbre, de sequía, en el que parece que la esperanza se secaba como se secaban los labios y la piel bajo el fuego del sol de un verano eterno.
Rucumama, siempre ocupada, siempre tranquila, se acercó a su lado y le acarició el cabello:
-Ama manchay, ama wakay. Tamyankariun, tamyankariun...
Los días pasaban lentos, el sol brillaba con fuerza marchitando poco a poco el verdor perenne de la selva. El trabajo parecía haberse vuelto monótono, los pies le dolían y se sentía cansada; en esos momentos, algo en su interior se movía, recordándole que pronto, habría cambios en su vida. Ella, empujada por ese coraje que sólo las madres tiene, continuaba cargando un peso que llevaba con alegría, intentado adivinar el futuro leyendo a través del polvo que cubría carreteras y caminos, de regreso al hogar cada día, siempre pensativa, mirando a través de la ventana de un bus, o de la casa.
-Tamyankariun, tamyankariun... -las palabras de rukumama resonaban en aquellos momentos de incertidumbre, eran un eco sabio que le devolvía de vuelta a la realidad... y la esperanza, sí. la esperanza.
Y el futuro llegó. Fue una noche oscura. Se despertó sobresaltada, sintiendo un dolor nuevo y conocido a la vez en su vientre. Un dolor bueno que le habló en sueños con la voz de rukumama "Rikchariy, rikchariy, uktalla"! El viento, fresco, soplaba con fuerza moviendo los tules del mosquitero, haciendo sonar las hojas de los árboles como campanas que anunciaban una nueva.
La casa se llenó de pronto de vida: luces que se encendían aquí y allá, unos pies que corrían silenciosos trayendo agua caliente, compresas, unas manos cálidas y fuertes, que le cogían con amor de sus manos, unos labios suaves sobre su cabello y su frente, una vida, que se asomaban con fuerza a través de otros labios, esos que también hablan de amor y de vida. De pronto, un último grito, un llanto, un trueno. Una nueva vida, descansaba en los brazos de mamá con los ojos entreabiertos a un nuevo mundo, a la vez de unas débiles gotas de lluvia comenzaba su repiqueteo en el tejado para convertirse poco a poco en un aguacero, inundando los campos de nueva, renacida esperanza.
-Rikuychikchu? Tamyanmi!- Rukumama contemplaba a la recién nacida, mientras comenzaba a cantar una canción que sonaba a lluvia y era tan antigua como la lluvia misma.
1 comentario:
¡Llakishka Mashi..., sumak, sumak killka! Ñukapa ushishi kay pachaman shamushkamanta riman. Yupaychani..=D
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