Uno lo lee en los periódicos. Lo escucha en la televisón, en la radio, y se siente conmovido, y apoya campañas, marcha en manifestaciones, aplaude películas y canciones comprometidas. Y siente que está haciendo algo para acabar con esa lacra social.
Sin embargo, por más que lo difundan por televisión, es algo lejano, algo aque se sabe que a la vez está y no está, que bien podría ser el argumento de la película del sábado por la noche, y que, cmo algo lejano, es fácil de combatir. Basta con sumar la voz al colectivo, basta con colocar nuestra postal en el muro de los agredidos. Uno se siente vencedor, "acabó" con el problema; final feliz.
Hasta que un día el problema golpea en la puerta. Quizá no le golpee a uno directamente, pero golpea a unos ojos pidiendo ayuda. Es entonces que uno se siente desarmado, impotente. Tdoso los esfuerzos, todas las palabras no sirven. Y ese rostro, inocente, cautivo, le sigue mirando a uno.
¿Qué hago, qué hago ahora? ¿Qué hacer cuando tras esas caras inocentes, tostadas por el sol, a tan temprana edad, esconden tras una sonrisa de esperanza maltrecha una realidad de agresiones físicas, violencia de género, abusos sexuales, palabras rudas, hogares rotos por el abandono o el acohol?
¿Qué hago? ¿Cómo infundirles la esperanza, cómo hacer que su sonrisa sea una sonrisa plena que camine con fuerza hacia el futuro?
¿Hay algún pañuelo, algún beso, algún abrazo o caricia que pueda secar las lágrimas y cauterizar las heridas, infundiendo la fuerza y el valor necesarios para enderezar este mezquino mundo?
¿Qué hacer cuando mis abrazos ya no alcanzan a sanar el corazón?
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