Estoy sentado en la biblioteca preparando unas clases. Los alumnos de 8º o 9º grado de básica están haciendo sus deberes. Una niña se me acerca y me dice:
-Profe, ¿Dónde puedo buscar a Miguel de “Servantes”?
-Allá en la enciclopedia.
Al poco la misma niña vuelve con el tomo de la letra S en la mano.
-Cervantes es con “C” –le digo- no con “S”.
-No. “Servantes” es con “Se” de sapo, profe.
Y me lo muestra tal cual en su cuaderno: “Miguel de Servantes”. El problema con la “C”, que aquí pronuncian como “S”, es sólo la primera de las barreras con las que choco a diario en lo referente al idioma. Aquí no hay “ce”. Hay “se de sapo” y “se de casa”. Pararse es ponerse en pie. “¡Párate quieto!” le gritas a uno, y se te pone firme como si estuviese en un desfile militar. El color marrón no existe, aquí es café. Cuando uno da inglés empieza a liarse. ¿Qué es Brown? ¡Café! Contestan todos. Otro sonido que les cuesta horrores hacer es la doble erre. “rrrr”. Y más y más. Hasta ayer no me había dado cuenta de que el verbo To Can en inglés es Tucán, en castellano, perdón, en español. O por ejemplo Mescla. ¡Ah! ¡Se escribe con Z!...
Y no digamos ya con las palabritas: Yo digo bolígrafo, mi compañero Pacho que es colombiano dice lápiz, aquí le dicen esfero, en la costa de Ecuador pluma,… Y así montones y montones de palabras, diferencias de pronunciación, etcétera.
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