¡Ay, muchacha de tez morena y ojos oscuros! Corres y ríes bajo la lluvia de la selva y me saludas con una pícara mirada.
Y yo aquí sentado, acompañado por este arrullo de lluvia y canto, no puedo sino pensar qué hago en estas tierras lejanas, qué es lo que espero hallar.
El destino, caprichoso, me hizo cruzar el mar a ciegas para dejarme varado en este perpetuo estío, muerto el día que llegué y resucitado un domingo en que los pájaros comenzaron a cantar sin descanso.
No sé qué voy a aprender, no sé qué te podré enseñar. Al final, esta dura vida en la que luchamos y sufrimos y reímos es la única verdadera maestra. Se feliz, río, sigue corriendo, llueva o haga sol, de la escuela a la casa, de la casa vuelta a la escuela.
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