El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 26 de agosto de 2006

Problema matemático

Tiene usted una cama canapé de 1,05 por 1,90 y la tiene que subir al segundo piso de una casa. Hasta el primer piso no hay ningún problema. Cuando está usted en el segundo se da cuenta de que la escalera es demasiado estrecha (unos 35 o 40 cm.) y el techo demasiado bajo (2 metros) y claro, al llegar al descanso, no da juego el canapé y se queda usted con cara de pánfilo “atascao” en medio de la escalera. Y encima el canapé dichoso pesa un montón.

Bien, queda claro, aunque usted pensase saber más que un matemático, que por la escalera no cabe.

Decide meterlo por la ventana que tiene 1,07 m. de ancho. Como no trabaja para una empresa de mudanzas y sus ayudantes son un par de colegas ingenuos los pobres que pensaban que iba a ser cosa de 10 minutos, decide atar el canapé con cuerdas y subirlo a pulso, a falta de la grúa móvil o de la más rudimentaria polea.. Cuando el canapé esta ya casi arriba, pega en el alfeizar y dice que no sube más. De repente una de las cuerdas se rompe, y el dinosaurio queda medio colgando, apoyado en cable de la luz. Menos mal que consigue arreglar la cuerda, pero, aún así, sigue sin subir.

Tampoco es solución. Pero lo malo es que no puede dejar caer el canapé, salvo que quiera que se haga pedazos y que de paso le acusen de homicidio involuntario de un pobre transeúnte (la vecina cotilla de enfrente que no pierde detalle seguro que está dispuesta a declarar).

¿Qué es lo que hace usted? Bien, pues mientras sus dos colegas aguantan como pueden el canapé en vilo, usted clava una tercera cuerda en el medio del mismo. Y mientras unos tiran usted empuja el canapé desde abajo con una pértiga para separarlo de la pared... y en un acto casi milagroso el canapé entra por la ventana y queda en medio de la habitación.

Ha llegado el momento de dejarse caer encima y descansar sobre su nueva cama, que va a estar muchos, muchos años ahí metida, porque... ¿Se atreverá a sacarla?

Dibujo de Kiko

miércoles, 16 de agosto de 2006

Coleccionistas involuntarios

Es increíble la cantidad de cosas, de todo tipo, que uno va acumulando en casa a lo largo de la vida. La mía es aún corta y, viendo la cantidad de trastos que pueblan las estanterías, cajones y armarios de cuarto, no puedo sino pensar en cuántos trastos tendré dentro de otros 25 años y aún después.
Cientos de objetos se van acumulando en nuestras casas. Cosas con utilidad o sin ella, pero que en algún determinado momento, por alguna razón que ya hemos olvidado, nos parecieron útiles o atractivos. A veces son los típicos trastos que alguien nos regaló y que nosotros recibimos con una hermosa sonrisa falsa mientras pensábamos “otro chisme que va a coger polvo en el desván?”. Estos son quizá los objetos más excusables de ocupar sitio en nuestros hogares, pues nos recuerda a cierta persona, o cierto lugar o momento, aunque nos parezcan el trasto más inútil que hemos visto, el libro mas insoportable o la camisa más hortera del mundo que nunca nos pondríamos. Lo peor, lo peor, creedme, no son estos regalos. Lo peor son la cantidad de trastos que ha comprado uno mismo. Esa colección de libros: Las 100 mejores novelas del siglo 20. El volumen 100 debería ser Cómo matar al tipo que selección 100 libros insoportables, claro que este ejemplar nunca viene. O esas figuritas horribles que colocamos en el mueble del salón, ¡Con razón nos daban miedo de niños!. Y qué tantos y tantos objetos más acumulados a lo largo de años y años de compras compulsivas de caprichos de sábado por la tarde en centro comercial o de suscripciones no realmente no deseadas al más peregrino de los coleccionables de quiosco.
Uno no se da cuenta de que llena la casa de trastos. Da igual que la casa sea grande y podamos colocar más y más estanterías, o que sea pequeña y tengamos que idear las mil y un maneras de colocar las cosas de manera que quepan más. Vamos acumulando cosas y no nos damos cuenta de que la casa cada vez está más y mas llena de cosas. Es como si el edificio creciese por dentro para albergar cada vez a más y más inquilinos. Hasta que un día, tienes te toca mudarte de casa.
No, no suele ser que se haya quedado pequeña la actual a base de acumular cosas, es simplemente, que uno se ve obligado a mudarse por cuestiones de trabajo, familiares, etc. Y entonces, como el caracol, intentas llevarte la casa a cuestas. Llamas al de la mudanza para que cargue muebles, metes toda tu ropa en maletas, y empiezas a empaquetar mil un chismes. Las cajas se van llenado, necesitas más cajas, el tipo del super empieza a mirarte raro cada vez que vuelves por más cajas vacías como pensando “chico, ¿te dedicas al contrabando o algo así?” y mientras empaquetas vas pensando “y esto para que lo quiero, de donde salió esta cosa,...”
El resultado es un montón en el suelo de cosas que no quieres y que esperas colocar a algún pardillo. No quieres dinero, no, sólo deshacerte de esas cosas que de repente ya no caben en ningún sitio. Llamas a los amigos, a los familiares, al tipo raro que pasa por la calle y se queda mirando los muebles viejos apilados en la acera y les ofreces tesoros salidos de ese enorme cofre del tesoro kitch que ese tu casa, y ellos se llevan alguna cosa, pero sigues teniendo trastos. Es increíble, realmente increíble. Cuántos trastos.

De todos modos, uno no pierde la esperanza. Esta cosa llamada internet tiene un montón de opciones, entre ellas la de ayudarte de librarte de cosas que no quieres. Creo que voy a abrir una tienda en Ebay o Todocoleccion. Y si no tengo clientes, siempre quedará el Punto Limpio...