Yo soy tus ojos
y tu pies sobre la montaña,
y tu voz en las calles
y la canción en tabernas y bares.
Y el latido de tu corazón
ese que nunca se calla
aunque el mundo parezca mudo
y la niebla oculte el río:
sabes que corre el agua.
Agua que corre por la piel,
que se te mete en las entrañas
y calma la sed
y oxigena el alma.
Qué más puedo hacer
que cargarte siempre en la espalda,
llevarte donde vayan mis pies
y contarte a la tarde
que después de la noche
sigue saliendo el alba.
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