El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

lunes, 12 de abril de 2021

Don Sánchez

El proceso es sencillo: primero sopla el viendo haciendo sonar las hojas de los árboles. Después todos los pájaros vuelan para refugiarse tras las ramas y se quedan quietos y en silencio. A continuación la gente, salvo algún despistado, corre a las casas y suspiran aliviados cuando están bajo techo. En ese momento comienza el siguiente acto con o sin trueno: comienzan a caer gotas de agua del tamaño de un garbanzo poco a poco, aumentando la velocidad hasta que resulta imposible contarlas y el estruendo sobre los tejados es tal que cesan las palabras y la música y todo se vuelve una película de cine mudo. Justo cuando las gotas alcanza su velocidad máxima las puertas se cierran con un tremendo portazo y las hojas de las ventanas comienzan a golpearse como si estuvieran dando palmadas en un baile frenético. Luego viento sopla huracanado, despeina todos los árboles y doblega a las palmeras y finalmente aparece Don Sánchez.

Es parte del juego mágico de la lluvia en la selva, o quizá producto de un barómetro estropeado. Nunca lo sabré. Sólo se que cuando el aguacero torrencial está a punto de arrancar de cuajo los árboles y el tejado, entonces, llega Don Sánchez. Llega a paso lento, abriéndose camino entre la lluvia, calado hasta los huesos, con un celular en una mano y la otra en su rostro, apartándose el agua que cae a chorro para poder ver la pantalla y llamar a alguien para que baje y le ayude a descargar los bultos que trae en el balde de su camioneta.

Alguien valiente sale a su encuentro, sin paraguas, porque se necesitan las dos manos, para saludar a Don Sánchez y para descargar rápidamente todos los bultos antes de que se convierta en pedazos de un cake borracho. Primero hay que soltar el plástico que tapa el balde sin que se vuele hacia los cielos, luego hay que cargar frenéticamente los cartones hasta un lugar seco. Cuando los cartones ya están a salvo y los demás bien mojados, calados como Don Sánchez hasta los huesos, comienza el delicado y nervioso proceso de abrir todas las cajas de cartón y comprobar -evidentemente- que el cartón es permeable y se han mojado algunos productos.

No pasa nada, dice Don Sánchez, en el próximo viaje los repondrá; en el próximo aguacero los cambiará por otros nuevos que se volverán a mojar y comenzará de nuevo el proceso. Creo que a Don Sánchez le gusta trabajar en bucle. Él es así: baja de los andes, sólo cuando llueve, y nunca consigue entregar el cargamento en buenas condiciones. Tienta a la suerte, pero la suerte no se deja tentar. Ese es Don Sánchez, el incansable batallador contra los elementos atmosféricos, el hombre de los calendarios que huele a lluvia, de los termos que llegan llenos de agua, de los folletos de hojas pegadas y los tirajes interminables para cambiar los ejemplares mojados por unos secos que se mojan por el camino.

Don Sánchez. Me admira su paciencia, su humildad y su buen hacer, y su perseverancia. Don Sánchez que llega siempre con la lluvia, envuelto en el aguacero, y luego se va cuando amaina la tempestad dejando una funda o un canasto de frutas: un arcoiris.

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