El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

lunes, 21 de octubre de 2019

El mundo está revuelto

El mundo está revuelto. Otra vez. Llevo escuchando eso desde que soy niño: la guerra en la ex-Yugoslavia, las matanzas entre utus y tutsis en Rwanda, la sequía y el hambre en Somalia, Sudán (entonces sólo un Sudán) siempre en conflicto, los atentados en Argel o El Cairo, más tarde Afganistán, luego Iráq (dos veces, por cierto)... Y sí, también otros procesos más esperanzadores como la unificación de Alemania, la disolución de la Unión Soviética y el bloque del Este, el fin del aparheit en Sudáfrica... El mundo está revuelto. Bien revuelto, desde niño. Revuelto en noticieros, en mapas de clase de ciencias sociales, en películas de ficción basadas en hechos reales, revuelto pero seimpre lejos, salvo cuando algún coche bomba explotaba en Belfast o aún más cerca, en alguna ciudad de mi país.

Esa distancia nos hizo creernos inmunes, ausentes al conflicto, a la tensión. Incluso las civilizadas protestas de los mineros en el pueblo, donde (aprendan a hacer las cosas) se cortan carreteras, se enfrentaba a las fuerzas del (des)orden sin destrozar el pueblo (soy testigo), parecen pequeñas escaramuzas de fin de semana, colecciones de pelotas de antidisturbios de adolescentes, de adolescentes aún lejos del conflicto, de esa revuelta vida de adultos. Nos creíamos inmunes y aún nos creemos así. Somos una generación criada entre algodones, como dijo una vez Julio Anguita. Una generación que se conforma con ver el conflicto, la protesta, la manifestación desde la pantalla de su televisión, desde la tertulia de análisis político, desde las columnas de opinión, o desde las -desde luego muy acertadas- disertaciones de politólogos, filósofos, o doctores universitarios; desde las siempre cómodas conversaciones del bar de la esquina (perdón digamos mejor café o pub, lo de bar suena a pueblo, a viejos y tute) o desde las interminables discusiones del partido, o movimiento o sindicato que tan bien representó en el cine el Frente Popular de Judea.

El tiempo está revuelto. Un trago de cerveza, para casa. Sin prisa, los cristales no estallarán bajo ninguna bomba. Hasta que estallan.

Un día, el supermercado amanece casi vacío. La gente sale del mismo con los carritos repletos de alimentos como en alguna película de catástrofes estadounidense, se anuncia que habrá cortes de agua, se cierran calles aledañas con vallas, se establece un toque de queda y los policías y los militares (de repente son los mismos) patrullan la ciudad. A los pocos días, ya no quedan alimentos frescos, escasean los embutidos y ultracongelados, no hay pan. El gobierno desaconseja ir a trabajar, prohíbe acercarse a sitios de valor estratégico, y la gente, la gente se echa finalmente a la calle armada de su voz, sus manos, su cara de miedo, de rabia, de impotencia, de disgusto, la cara al viento, como en la canción de Raimon que por fin toma sentido; armada de palos, de piedras, de cucharas y cazuelas para hace ruido.

Ahora, ahora el mundo si está revuelto. Revuelto en la calle y en el estómago. Ahora los cristales de la ventada empiezan a hacerse añicos, poco a poco. La seguridad social, el estado de bienestar, la escuela (cerrada por los disturbios), el hospital (con menos médicos por los recortes) la carretera (hoy cortada por los manifestantes pero antes igualmente intransitable por la falta de mantenimiento), los alimentos cada vez más caros y el pobre cada vez más pobre, y el rico cada vez más alto, cada vez más inalcanzable. Los del medio no existen. No son ricos, tampoco pobres pues temen que tienen mucho que perder y en ese miedo, desaparecen...

El mundo está revuelto. Y nosotros vacíos, sin ideologías, sin opinión propia, sin fin, sin motivo, sin ideales, sin valor, sin lucha. Ni teclear sabemos ya. Sólo movemos el dedo gordo, un dedo por cierto que ya se pincho con la rueca...

Quiero acabar este pequeño escrito con algo positivo, con algo de esperanza. Quiero encontrar de nuevo la fuerza en alguna canción, en algún poema. Quiero pensar que en algún lugar aún es posible, pero sin embargo no encuentro salida: Ecuador, Honk Kong, Haití, Santiago de Chile, Cataluña, los jubilados recorriendo las carreteras de España, la selva brasileña ardiendo. El mundo está revuelto. De repente nos hemos dado cuenta de que ese mundo que está revuelto es el nuestro mismo y estamos en medio. ¿Qué vamos a hacer?

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