El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 3 de marzo de 2019

Cuando llega

Escrito a fines de enero de 2019. Transcrito ahora.

"¡Ay, antes de que me olvide! Toma te traje chocolates, falta uno, si, pero es que me dio ansiedad y me lo comí, perdona. Pero los otros tres sí que están. Ya, lista, vamos."

Aún no reacciono, con la caja de chocolates en la mano, mirando una mochila con dos botas colgado atadas de uno de los cierres, mientras ella ya sale por la puerta. Sigo andando y mientras ella habla y pregunta cómo estoy y yo contesto casi en modo automático y relato el accidente que sufrí como si estuviese ensayando un papel de teatro, mi cabeza más que mis piernas, siguen lentas, ahí atrás en los chocolates y la mochila.
Cuando por fin salto al minuto presente, pienso que es mi contusión cerebral, y luego no estoy seguro y sonrío porque es ella. Siempre ha sido así: un montón de palabras, de gestos, de acciones que surgen como borbotones hasta que con un "Ya, lista", se calman en su sonrisa y rostro inquieto esperando a volver al punto de ebullición.

Caminamos hacia el malecón y yo sigo sin estar presente. Algo en mi cerebro contesta de manera automática, mientras que en mi lentitud sigo reconstruyendo todos los mensajes de estos meses, todas las idas y venidas de estos años; mensajes recibidos de madrugada, interrumpidos por falta de conexión, por mis olvidos de las diferencias horarias, jalonados por fotografías con escuetos pies de foto. Modernos telegramas de un "estoy vivo" o un "no te pierdas" salpicados de un "no te pongas trágico" o un "ni tu ansiosa", seguidos en un "Tranquilo, ya voy" o un "Ya voy yo".
Yo nunca he ido, esa es mi falta. Me dio ahora cuenta. Atado a mi vida, quizá miedos, ahora a mis huesos rotos. Siempre es ella la que viene. Lo anuncia con antelación, preparando la escena, el encuentro que tendrá lugar en cualquier otra fecha que las descritas, porque así es su calendario: un almanaque que cambia día tras día según avanza, viaja, siente y vive, donde los viajes futuros, los planes futuros se escriben pero suceden cuando ella por fin llega. Lo demás, son sonrisas, cariños, abrazos escritos para decir en la distancia "estoy viva, te pienso, te quiero mucho".
Yo espero. Siempre espero. Estos días en cabestrillo y en cama, siempre espero. No se aún hacer nada más. Y luego escribo, siempre escribo cuando ella ya no está, y le digo "gracias, yo también te pienso y te quiero mucho", por escrito, como hago ahora cuando el cuarto se ha quedado quedo y encima de la mesita de noche descansan cuatro chocolates en su caja, uno de ellos comido; en ese, en el que no está, es en el que yo pienso.

"Gracias por el chocolate que te comiste. Por tu sabor, tu viento fresco recorriendo la estancia, por cambiar mis pensamientos de mártir por esos otros de fuerza para luchar por la vida -la mía misma y con ella las de los otros-, por recordarme que el camino sólo importa si llegas, que hay cosas que no se dicen, o a veces se dicen y se escriben, pero sólo son si vives y dejas que te vean vivir.

No voy a acabar estas letras manuscritas con una promesa. Lo dejaré con así como está, en presente: viviendo en mí y en ti."

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