Le veo todos los días, con la espalda curva, los zapatos gastados, cargando un enorme fardo de cartón atado con cuerdas sobre sus hombros. Le veo, o la veo, rebuscando en la basura, recogiendo en las esquinas pedazos de cajas, envoltorios, carteles...
Hay de todo: lavadoras, televisores, galletas de salvado, Play Stations, presidentes, promesas falsas, ilusiones sin nada adentro. Todas juntas valen unos centavos, unos dólares para sobrevivir, para engañar al estómago y pasar el día como quien pasa una página donde las últimas palabras estarán escritas sobre una losa, o sobre una caja de cartón.
Dólares a cambio de cartón prensado. Dólares como billetes de Monopoly donde sólo el hombre del sombrero de copa hace dinero. Él si acaso tiene un sombrero como Carpanta, y unos zapatos raídos mientras cambia centavos por salchipapas en un carrito en la esquina de la calle. Noche sin luz ni techo, mañana vuelta al trabajo.
Reciclador de cartones, como su padre. Algún día cambiarán las cosas, piensa. Pero las falsas promesas electorales cada vez pesan menos en la romana.
¿No habría que reciclar otras cosas?
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