El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Leer la arqueología – Leer la historia

Durante unos 15 días, Tamia, una joven arqueóloga ecuatoriana ha estado en el museo estudiando y analizando las urnas funerarias arqueológicas de la colección, y también los restos óseos contenidos en ellas. Es, creo no equivocarme, la primera vez que se está haciendo un estudio tan detallado de esta fase cerámica de la historia prehispánica del Ecuador, la Fase Napo (1100-1522 d.C.)

Algo importante y que me llena de orgullo y emoción porque por fin se está dando ese paso tan necesario de leer la arqueología, leer la cultura material y el contexto, para poder escribir la historia de la región, para poder completar una narración y discurso histórico hasta ahora incompleta.

Cuando llegué a esta región me encontré con un problema con el que llevo luchando desde mis años de estudiante de historia en la universidad: sigue considerándose al historiador como un lector de fuentes escritas, casi un “documentalista” y muchas historias siguen construyéndose utilizando casi únicamente las fuentes escritas, los documentos, a veces contrastadas o comparadas (e interpretadas en muchos casos) con fuentes orales o testimonios de las sociedades actuales, como suele suceder cuando el historiador (o pseudohistoriador, de estos abundan muchos, por desgracia) se acerca a sociedades ágrafas o que no produjeron documentos, como sucede con estas sociedades de la Amazonía prehispánica.

La historia no puede escribirse tomando únicamente en cuenta las fuentes documentales. Si lo hace, es una historia incompleta, y que puede llevar a falsedades. Tampoco puede completarse en base a comparaciones con otros pueblos o sociedades que pertenecen a otro espacio geográfico y/o otra cronología y por lo tanto tienen un devenir histórico propio y diferente. La historia no es crónica, es ciencia social, y como ciencia social, debe asentarse en pruebas científicas, en el análisis de todas las fuentes de información (documentales o no), pasando en muchas veces por el laboratorio. Para ello la historia se apoyan en varias ciencias auxiliares: la arqueología, la geografía, la antropología cultural, ciencias sociales que a su vez utilizan técnicas y métodos tomados de la química, la biología, la medicina,… la lista es enorme. Un buen estudio histórico es el producto de todo un trabajo interdisciplinar donde el fragmento de hueso, la cerámica, los restos fósiles, los documentos, o los testimonios de historia oral, son pedacitos que juntos, y solo juntos, completan esta historia, ese fragmento del pasado que queremos conocer, sin olvidarnos siempre del tiempo, el medio físico y los cambios en los procesos, la larga duración de estos, que nos ayudan a tener esa visión global que tiene en cuenta todas las partes para conformar un todo.

Hoy creo que se da un paso hacia una historia más completa, más científica, más crítica de la Amazonía. Ojalá más jóvenes como Tamia se atrevan a dar el paso. Y ojalá más museos abran sus puertas, sus reservas y sus colecciones a la ciencia pues, ¿de qué nos sirve conservar testimonios del pasado si no leemos en ellos? Los museos y los archivos deben estar vivos. Son un filón de saberes inagotables. No sólo conservan nuestro pasado, si los conseguimos leer, conservarán también nuestro futuro.

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