El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

lunes, 29 de julio de 2019

Micrococa # 13: The End

Tarde de sábado. Sale el sol al medio día, parece que al fin acabó la lluvia y quedas para dar un paseo por la tarde. Pero el clima amazónico de esta ciudad es tan impredecible que dos horas más tarde, según sales a la calle ves venir un ejército negro en el horizonte. Poco después el viento levanta hojas y hace sonar la campana de incendios en los árboles y comienza a caer un aguacero de gotas tan gordas y frías que calan hasta los huesos.

Nos atrapa en una minúscula marquesina -no da para soportal- que se hace aún más pequeña por la cantidad de gente que se refugia bajo ella. Hay vendedores ambulantes que guardan sus mantas de artesanías en el piso sin siquiera doblarlas o recogerlas, familias con niños en brazos, y gente que entra (y ya no sale, aunque lo intenta) de la puerta del edificio, una subdirección del Ministerio del Deporte que, vaya ud. a saber por qué, está abierta un sábado a las 5 y media de la tarde.

Nos animamos a participar en el esprint bajo la lluvia hasta el centro comercial aledaño. Entramos con la lluvia chorreándonos por el rostro y el corazón empapado y agitado. Varias personas se refugian en la puerta mirando resignados al cielo ahora pintado del color "gris de no voy a parar". La lluvia a traído más gente que nunca al centro comercial, vacío y lleno de juegos para niños y máquinas de juegos ruidosas. Empezamos a subir por el edificio, buscando matar el tiempo hasta que deje de llover, y pronto olemos el aroma del canguil recién hecho. ¡Claro, vámonos al cine! ¡Qué mejor que hacer en una tarde de lluvia! Apuramos el paso y llegamos al último piso, doblamos la esquina y nos quedamos con cara de pánfilos mirado a la boletería: Tras el mostrador están a la izquierda la ocupada máquina de canguil vomitado, a la derecha una chica con delantal y gorro que nos mira intrigada. Nosotros ahí parados, con el cuello estirado mirando una cartelera atónitos: está en blanco. No hay ninguna película anunciada, el fondo blanco sin luz está más plano que nunca, las luces de las carteleras están apagadas, y el pie de foto de "próximamente" nos anuncia el vacío. Alguien se acerca por la derecha y recoge un cubo de canguil. Nos damos la vuelta y todas la mesas del cine están ocupadas por personas que comen tranquilamente canguiĺ, hot-dogs,  m &m's y beben cola o cerveza, No hay película. Ya no hay. No se estropeó el proyector, no se fue la luz. Simplemente ya no hay. La gente camina por la sala, observa el río a lo lejos, observa la lluvia, pasea y come y charla y ríe con los amigos, todo es bulla y vida en el ambigú de un cine en que ya no hay películas.

¿Cómo empezó todo esto? El dueño decidió reformar el cine en otra cosa sin reformarlo? ¿O fue alguien que, aunque no hubiese película, subió y pidió una cajita de canguil sin más? ¿Fue él el que encendió la mecha y despertó el espíritu de comerciante del dueño del cine?

Salimos de nuestro asombro, caminamos lentamente por la repleta entrada y ambigú de un cine que ya no muestra películas, y visto lo visto, y si nada más que ver, sin una mesa libre para unirnos a la última moda cinéfila siquiera, comenzamos a bajar por las escalera. Nos despide la boca abierta a la nada de una enorme cartelera, vacía, de fondo blanco. No se trata de una retrospectiva de Kieslowski, no. Se trata del vacío blanco y absoluto en anuncio de nada, sazonado con canguil, colas y duces.

- ¿Te gustó el canguil?
- Estaba un poco salado.
- Si. La cola estaba genial. Habrá que volver a verla.
- Sí.
- A las 21:00, ¿será la hamburguesa o la pizza?
- Voy a preguntar. A ver si nos da tiempo de ir a pasear.
- Dale, yo mientras tanto voy al baño. Si es que es ahora, me gritas.
- Hecho, yo te aviso.

No hay comentarios: