Nada nos echó del jardín,
sólo olvidamos cuidarlo;
nadie probó el fruto prohibido,
olvidamos cuidar el árbol.
Nadie nos incitó a pecar,
nuestra avaricia se hizo camino
entre el jardín y nosotros mismos,
marchitando el tesoro divino.
Así que haz de ti jardineros,
con tus manos siembra de nuevo
las flores arrancadas con odio,
las flores mustias con tu recelo.
Que tus manos arropen raíces,
con rosas sangren sobre el suelo;
semillas para reponer lo quitado
a todos los que vendrán luego.
Haz de tu vida jardinero,
que las plantas quiebren el asfalto,
por las grietas crecerá con fuerza
el nuevo jardín que cuidaremos sin miedo.
Sin miedo, sin cizañas de otros,
que todas las manos, árboles longevos
soñarán de nuevo este mundo
hacia las estrellas y aún más lejos.
1 comentario:
Me encanta, Alvaro... tiene mucha teología sabia.
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