El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 2 de septiembre de 2018

Descerebrao

Descerebrado.
Sí, así te digo. Mira que me haces decir malas palabras. Claro que tú tienes la culpa por enseñármelas. Bueno, está bien, la mitad de la culpa. Reconozco que por filiación cultural ya sabía unas cuantas.

Pero una cosa no quita la otra. Qué ganas de gritarte descerebrado. ¿A quién, a ver, a quién voy a joder yo la paciencia ahora? ¿A esta silla vacía? Mira que eres: Te levantaste, te subiste a ese carro tuyo que suena como maracas desafinadas y ala, pie en el acelerador y autopista al cielo, pasando por delante de los milicos claro, que hay que guardar el protocolo.

En mi mente te veo estos días sonreír, feliz, interpretando esta última astracanada tuya. Y sonrío y parece que aún te veo ahí, siempre en tus trece, siempre pendiente de todos los demás, en el fondo más que de ti mismo (aunque como buen vasco no lo quieras reconocer) Modestia a parte, lo se. También me enseñaste eso: a intentar desaparecer de todas las fotos y todos los premios. Las buenas obras se hacen por que se sienten por dentro, y no hace falta nada más.

Bendita silla vacía. No soporto verla ahí, vacía a mi lado. Al final, con tu venia claro, me voy a sentar en ella. Y voy a gritar en la cocina que vuelvan a poner carne oye, porque ha sido irte tú y se han puesto a servir todo el pollo y el pescado del que te has librado todos estos años. Manda... no, no me vas a hacer decir más malas palabras. Esperemos no más que no cambien muchas más cosas, aunque en esta casa de locos como tú la llamabas, vete a saber.

No está tu carro, nadie insulta al gato famélico en la puerta del  comedor, la silla vacía,el periódico esperando que alguien lo lea... No me quiero poner sentimental, tampoco, pero si me siento un poco huérfano oye. ¿A quién voy a contar yo ahora los pormenores de la vida íntima de este museo y esta ciudad varada entre tres ríos? ¿A quién voy a mentar para poner orden a propios y extraños, y quién me va a pegar unos cariñosos jalones de orejas -o unos puyazos-?

Que se te echa de menos, reverendo. Y que sí, que sé que tengo que dejar de ser tan malo (bueno sólo un poco, sí) y que haga lo que haga, siempre estarás ahí arriba, sentado en un sillón, mirándonos sonriente y susurrándome:
- "Descerebrado".

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