El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 31 de enero de 2016

Fuego en el cielo

El cielo arde al caer la tarde
un fuego rojo en el horizonte
se pierde. En la noche
queda el rescoldo en el aire
crepitan una vez más los tejados
se quejan al son de las cigarras
y las hojas en los árboles quedas
mantienen un verde pálido.
El río se torna ancho y estrecho
el polvo que cubre la calle
bien podría ser arena, mas es
de nadie.
Ni siquiera del viento
que ha huido lejos
con las nubes de su mano
arrancando los días de enero.

Se acaba este mes de desvelos
y sigo esperando el aire,
las lluvias que el recuerdo laven,
y vuelvan realidades
esta locura de días,
este paisaje imposible
seco y sin flores marchitas
estío de campo verde y hojas
verdes perennes sin brillo,
que el agua no quita la sed
se escapara por los poros
de mi piel,
como un torrente, sauna
de mis desvelos nocturnos
voz de mi musa insomne
que intenta calmar la noche
ardiente.

¿Cuánto durará este verano eterno?
¿Cuánto en las noches este encierro,
manicomio de verdes colores
sudores y vueltas al ruedo
intentando recordar el rezo
que invoque al dios de la lluvia
para que apague el fuego del cielo
la sequía en los corazones
y nos devuelva el sueño?

sábado, 30 de enero de 2016

Eldorado, 2016

El río seco se torna en playa
el sol en lo alto canta victoria
la lluvia es sólo memoria
es quimera, canela y plata.

Es el perdido Eldorado
sueño vivo en la sangre
de rostros marcados por hambre
de papeles palabras y engaños.

Gentes solas que deambulan
en bicicleta en la arena del río
en los parques llenando el vacío
de los bancos silentes que gritan
al sol el dolor del estío.

Los días pesan en los huesos
y la noche se pega y se alarga
el futuro se vuelve carga
sobre hombros nacidos viejos.

Rostros con ojos que cuentan
el silencioso adiós, la partida
o la esperanza aún no perdida
de que quizás mañana llueva

sobre las gentes hoy huérfanas
buscando en la arena del río,
estudiando el cielo vacío
esperando señales, mapas
del secreto tesoro escondido.

Reseca historia de suertes
echadas al azar del río
viejos sueños nunca cumplidos
enterrados en selvas verdes.

Resecas vidas de gentes
que vuelven siempre derrotadas
al reseco hogar, despojadas
de Dios, de patria, de suerte.

Gentes solas que deambulan
por calles llenas de gente
embelesados por papeles
de falsas quimeras que engañan;
de su propia verdad, ausentes.

miércoles, 27 de enero de 2016

La mansión de mi padre

Estos días es acá en esta selva amazónica en Ecuador, donde todavía coexisten dos mundos separados, un olvidando ya que debe permitir coexistir al otro. El mismo cuadro se repite en varias partes del mundo. ¿Será que hemos olvidado ya esas palabras escritas hace milenios y no somos capaces de reconocer el valor y el significado de la palabra compartir?

Hoy hace dos años que se fue Pete Seeger, un hombre que precisamente decía que proponía dejar de usar la palabra amor, ya muy gastada y mal utilizada, y usar en su lugar la palabra "compartir". Siempre guardaba en su zurrón una canción que encajaba a la perfección con cada momento de la vida. Hoy, resuena esta en mi cabeza con más fuerza que nunca.

My Father's Mansion's Many Rooms
(Pete Seeger, 3 Mayo 1919 - 27 Enero 2014)

La mansión de mi padre tiene muchos cuartos
tiene espacio para todos sus hijos
siempre y cuando aprendamos a compartir Su amor
y ver que todos son libres.


Y ver que todos tienen libertad para crecer
y ver que todos tienen libertad para saber
y son libres de abrir o cerrar
la puerta de su propio cuarto.


Qué es un cuarto sin una puerta
que a veces se cierra y otras permanece entreabierta
qué es un cuarto sin una pared
para mantener afuera las miradas y los oídos de los demás.


Y los moradores de cada cuarto deben tener
el derecho a elegir su propio diseño
y los patrones de color que les gusten
aunque sean diferentes de los mios.


Sí, y cada puerta tiene su propio diseño
según la forma de pensar de su dueño
y aquellos que quisiesen que sean todas iguales
no entienden el juego humano.


La mansión de mi padre tiene muchos cuartos
tiene espacio para todos sus hijos
pero sólo si compartimos su amor
y vemos que todos son libres.


En nuestra elección está compartir esta tierra
con todos los gozos que nos rodean
o continuar por el camino actual
y destruir la mansión de Dios.


sábado, 23 de enero de 2016

Naturaleza muerta

- Mantenga esto un poco ordenado, por favor.

Empujó con precisión el banco junto a la puerta de la entrada, arrimándolo lo más que pudo a la pared, y se quedó pensativo mirándolo. Todavía asomaba unos centímetros más allá del marco de la puerta.
- Es que el bejuco crece y lo mueve, licenciado.
- Sí, parece que al secarse las raíces del bejuco se están hinchando y desplazando un poco hacia la puerta. Habrá que acomodarlo de nuevo.
En vano trató de mover alguna de las raíces del intrincado tapiz construido con raíces de bejuco naturales que ocupaba la pared de entrada al museo. Se sacudió indiferente las manos, y les recomendó una vez más al personal de sala que, aún así, procurasen mantener todo en su sitio. Seria, la recepcionista guardo silencio y bajo la mirada mientras el director se iba.

- Pasen, pasen. Aquí, perdón. -Con un ademán disimulado, y una mirada de rabia hacia la recepcionista, el director apartaba el banco, que sobresalía de nuevo hacia la puerta, sin quitar ojo a los turistas japoneses y al personal de museo.
- Le dije de mañana que mantuviese esto ordenado- Susurró con enfado a la recepcionista de la sala mientras pasaba a su lado. - Sigan por favor. Gracias. Procuren no apoyarse contra el bejuco, gracias. Bienvenidos.

Nerviosa, miró el banco como si tuviese miedo a tocarlo e hizo ademán de empujarlo hacia la pared mientras el director se alejaba con el grupo de turistas. Después se sentó, pensativa y asustada, con los ojos bien abiertos y la mirada perdida, queriendo voltear la cabeza pero si atreverse, como si alguien o algo estuviese observándola desde atrás. El director la encontró así, con el rostro sudado y la mirada perdida, en silencio, sentada en el banco.
- ¿Se encuentra enferma? No tiene buen aspecto.
- Enferma... no.
- ¿Seguro? Yo creo debería ir a descansar. Estos días de tanto calor quizá la estén afectando.
- No, no se preocupe.
- Está bien, como usted diga. -El director caminó hacia la puerta del museo.
- Sr. director...
- ¿Si? -El director volteó a mirarla mientras aguantaba la puerta.
- Usted... ¿Usted no ha escuchado nada...?
- ¿Nada dónde? ¿Qué cosa?
- Aquí en la entrada...
- ¿En la entrada? No le sigo. ¡Vamos, deje de titubear y suéltelo de una vez!
La recepcionista se secó el sudor del rostro y respiró profundo.
- Aquí, aquí... Se oyen ruidos.
- ¡Otra con los muertos de las urnas! ¡Por favor! Con todos mis respetos mire, creo que ya somos adultos, que hemos tenido suficientes charlas al respecto, capacitaciones en historia precolombina e historia del arte,... Si fuese usted nativa, lo entendería, siempre he sido respetuoso con las creencias locales, pero no es su caso.
- No, no. No es eso. Es el bejuco. ¿No lo oye? Cruje, crece, se mueve.
- ¿Que cruje? Bueno, puede ser que haga algún ruido. Ya le dije antes que se está secando, y sí, se expande y puede que se mueva un poco, que alguna parte se astille haciendo algo de ruido, pero mujer, no es para ponerse así ¿Seguro que se encuentra bien?
- No no es el crujir de la madera cuando se seca. Es distinto... como... como si estuviese echando raíces, extendiéndose. Es... ¡escuche! ¿no lo oye?
- Eso es alguien que sube por la escalera, que es de madera también.
- No, no, ¡escuche!
Guardaron silencio unos segundos. El director negó con la cabeza.
- Yo no oigo nada raro. Los turistas del piso de arriba moviéndose, eso es todo. Salga un rato, mójese la cara, tómese algo en la cafetería. Y descanse. Si sigue así, yo mismo la mando reposo. Va a asustar al los turistas con esa cara.

El director salió por la puerta principal, no sabría decir si enfadado o preocupado, y la dejó pensativa y sola en el banco de la entrada del museo. Un extraño crujido empezó a sonar a su espalda, algo le rozó el tobillo. Sobresaltada, se puso en pié y miró de frente el enmarañado bejuco. Lentamente las raíces de color café comenzaron a moverse sinuosamente por la pared como en un holograma tridimensional. Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Cuando los abrió, el bejuco en movimiento parecía aún más cercano. Caminó rápidamente por el museo y salió a la terraza de la cafetería dando un portazo. Tenía el pulso a cien. El aire cálido del día no ayuda. Entro, en la cafetería y pidió un agua helada. El camarero la miró intrigado y ella le hizo un gesto de que la dejara en paz.

El vaso de agua estaba ya vacío. Miró el reloj. Habían pasado 20 minutos. Se paró, se arregló la blusa, pidió un agua helada para llevar y caminó hacia el museo. Cuando entró, el silencio, en contraste con la bulla del televisor en la cafetería, se le hizo inmenso, infinito. Caminaba lentamente por las salas hacia la puerta principal del edificio, observando a la distancia y con precaución las urnas funerarias expuestas en las vitrinas. "¡Qué tontería!", pensó. El director tenía razón, en resumidas cuentas, no eran más que viejos huesos.
Aún así, se sentía incómoda. Cuando llegó a la entrada, la luz que colaba a través de la puerta de vidrio del museo iluminando el hall, le tranquilizó. Se acercó al banco y lo observó como una madre que regaña a su chiquillo: se había movido unos centímetros hacia la puerta. Se agachó para empujarlo con suavidad, pero no pudo moverlo. Lo intentó con más fuerza. Nada. Ni siquiera apoyando el peso de su cuerpo contra un costado, lograba moverlo. Se arrodilló frente a él, buscando el misterio por un lado y por debajo. Abajo, abrazando las dos patas del banco se extendía retorcidamente una de las raíces del bejuco. Respiró profundamente para ganar confianza y fuerza y trató de soltar o quebrar la raíz. Era demasiado gruesa. Probó entonces a levantar el banco para zafar la raíz, pero tampoco pudo. No tenía ningún utensilio que le sirviese para cortar la raíz, pensó en ir en busca del conserje, o del director, pero le tomarían el pelo de por vida. Buscó inútilmente en sus bolsillos en busca de algo para cortar la raíz, y sólo encontró una lima de uñas; de nada servía. Con todas sus fuerzas, arrodillada, consiguió romper uno de los extremos de la raíz; sofocada, pero decidida a ganar la batalla, continuó ahora con la otra pata del banco. Mientras forcejeaba, algo se agarró de la muñeca. Asustada, retrocedió a tiempo, justo para ver como el extremo quebrado de la raíz del bejuco enrollaba alrededor de su brazo. Lo sacudió violentamente y caminó asustada de espaldas, tropezando y cayendo contra la pared de bejuco. El intrincado tapizado natural crujió y gimió y le cubrió del polvo. Mareada, se agarró del bejuco para ponerse en pie. Las raíces comenzaron de nuevo su movimiento ritual amarrándole una mano primero, luego la otra, luego un tobillo; quiso gritar pero no pudo, tenía algo en la garganta. Una raíz de bejuco comenzó a crecer por encima de su pecho y su cuello.

Era casi la hora del almuerzo. El director hizo crujir sus dedos, apagó la pantalla del computador y se puso en pié estirándose. Qué bendito calor que hacía cuando salió de la oficina. Recordó a la recepcionista y decidió pasar a verla. Cuando ingresó al museo, el hall estaba vacío. No se escuchaba a ningún turista en el interior, el silencio era únicamente perturbado por el leve zumbido del aire acondicionado. A un lado del banco había una botella de agua caída, y algo más allá al pie del bejuco, una rosada lima de uñas.
- ¡Qué desastre! - El director, sacudiendo la cabeza, cansado, se agachó y recogió la botella de agua y la lima de uñas- En fin, se habrá ido al baño. ¡Cuándo aprenderán a mantener el espacio limpio y ordenado!
Miró de frene el bejuco. Parecía algo más abultado que de mañana. Lo apretó un par de veces con sus manos y un polvo seco y amarillo le calló por encima. "Que desastre", pensó. Todo el suelo al pie del bejuco estaba igual. Se sacudió la camisa, y salió enfadado del museo.
- ¡¡Conserje!! ¡Búsquese una escoba y recogedor y limpie ese desastre que hay al pie del bejuco! Y si ve a la Srta... ¡siempre se me olvida el nombre! En fin, dejémoslo estar. ¡Barra y limpie bien la entrada del museo! ¡Será posible!...

Teorías en las nubes

Puede ser en un auditorio, o quizá en un café con olor a tabaco, o puede que sea en un improvisado piso, o en un banco de una plaza. Quizá en un aula de universidad acompañados del cañón del proyector y el baile de letras de un power point. Muchas veces es con un grueso libro en las rodillas, libro que todo el mundo se ha leído, no para buscar respuestas, pues no están en el libro, sino para ser lo suficientemente leídos como para poder opinar.

La discusión es siempre la misma: los grandes defectos del sistema actual, el análisis concienzudo de la crisis bajo el lente de tal o cual filosofía o teoría, la explicación técnica o científica de los procesos que mueven el sistema, que mueven a la gente dentro del sistema. Cuando la discusión acaba, todo el público asistente está de acuerdo en algo: hay que cambiar las cosas. Era algo en lo que ya estaban de acuerdo, era lo que les llevó a la charla, taller, conferencia, clase; a leer el libro y subrayarlo y escribir un comentario perfecto del texto. El reconocimiento de este acuerdo es si bien eufórico, también efímero, y cuando la conferencia acaba, todo el mundo regresa a sus casas contento de haber logrado algo ¿Haber logrado qué? ¿Ponerse de acuerdo en algo que ya sabían? ¿Ponerse de acuerdo y aceptar una situación -el sistema no funciona-, para volver a casa y reconfortados esperar la siguiente charla?

Hace ya tiempo que los grandes teóricos se separaron tanto de la realidad, que se olvidaron de la gente que vive esa realidad. Sí, piensan en ellos, analizan todos los datos, esgrimen teorías sociales, pero en ese análisis y teorización acaban convirtiendo a la gente que vive en un mero objeto, un componente más de la ecuación o teoría. Crean ecuaciones incompletas, en las que falta el sentir y pensar de ese hombre de a pié, que vive, sufre y ríe esa coyuntura o estructura que los teóricos analizan y estudian constantemente: faltan el punto de vista de esas personas de abajo, que parecen ser menospreciadas por los analistas por carecer de estudios o formación, por ser víctimas sin conciencia ni conocimiento de las atrocidades del sistema, y por lo tanto seres sin posibilidad de aportar con soluciones al problema. Soluciones, por supuesto que todos estos investigadores, de una tendencia u otra, tampoco aportan: su análisis se queda eso: investigación, análisis, y crítica. ¿Y el resultado de esos tres paso, cuál es? ¿Dónde están las propuestas? ¿Dónde las soluciones?

La solución pasa, en primer lugar, porque todos estos teóricos bajen de su podio en los auditorios y universidades, de sus casas seguras en las ciudades y se lancen al campo, a la calle, que vivan y caminen los mismos caminos que viven y caminan sus sujetos de estudio. Un lanzarse a la calle que además, debe pasar por una renuncia a su posición de comodidad y seguridad, un desvestirse de todas sus ataduras teóricas y filosóficas para dejare enseñar de nuevo. Mientras sigan estudiando el problema desde fuera, mientras sigan siendo pasajeros temporales por otras realidades, siempre sujetos al hilo que les devuelve a su realidad en un abrir y cerrar de ojos, no conseguirán esa pieza del puzzle que les falta en sus repensadas teorías.

Y algo similar les pasa a los seguidores de todos estos popes y gurús, a gran parte de esas personas comprometidas que se reúnen para analizar y criticar el mundo a partir de un texto, del resumen de una conferencia, de un reportaje, o de una noticia. Incluso cuando plateen -así sucede a veces- acciones de cambio, éstas se quedan sobre el papel, o en proyectos para que las apliquen otros sujetos, casi como cobayas de laboratorio, pero siempre sin aplicarlas a sí mismos.  ¿Qué cambio se espera entonces, si no hay espíritu transgresor? ¿Que se espera lograr como  futuro si no hay renuncia a parte del presente? Todo lo que logran es seguir siendo objetos, bienes que son vendidos y comprados en este sistema que estudian y al cual no son capaces de renunciar.

Se pueden esgrimir múltiples ejemplos: personas que plantean cambios en la movilidad en las ciudades pero se compran un auto, críticas al sistema financiero con la tarjeta de crédito en la mano, críticas al consumismo y al mercado neoliberal caminando por los pasillos de grandes centros comerciales consumiendo los bienes que en ellos se venden. Incluso los llamados actos de rebeldía contra el sistema acaban siendo un producto más de éste: el caso de la piratería informática es paradigmático, por ejemplo: piratear software para luchar contra multinacionales, logrando usar su producto sin pagar. Hasta ahora ninguna se ha unido económicamente por estas acciones, y los llamados piratas siguen atados al sistema, dependiendo de que esas grandes corporaciones elaboren un nuevo software para ellos. Cuando, como alternativa a sus acciones se plantean posturas totalmente contrarias a esta y alternativas al sistema como la del software libre, todos los guerreros anti-sistema dan el paso atrás. De nuevo, la renuncia a un modo de vida, la invitación a crear algo por si mismos y bajo otras normas, pesa tanto que no son capaces de desengancharse del sistema que critican, que creen combatir heroicamente, pero que corre por sus venas con toda libertad y apoyo.

Criticar al sistema, ser "de izquierdas" -con lo desgastado del término-, no quiere decir hacer una opción total por la pobreza, desembarazarse de todo lo que se tiene e irse a vivir al medio del campo o de la selva, sólo con lo puesto, y subsistir de lo que entregue la madre naturaleza. No, criticar el sistema, tener un punto de vista "de izquierdas", entendido como crítica a los conservadores, los que se benefician del sistema a costa de la gran mayoría de seres cosificados por éste, quiere decir estar abierto al cambio, a dejares enseñar, a ser capaces de despojarse de parte de lo que se es, y con este cambio construir sin miedo un nuevo vivir. Significa ser capaces a compartir, ese compartir-renuncia a parte de lo que se tiene y se es a cambio de nada-, que acaba siendo la única cuchilla capaz de cortar el cordón umbilical que nos mantiene atados al tan criticado pero tan dulce y adictivo sistema.

jueves, 21 de enero de 2016

Ven, susúrrame al oído

En el aire de la noche desnuda
de un cielo colmado de estrellas
deja caer tus ropas, tus armas
libera tu cabello y tu alma
haz que tu perfume embriague mi sed.

Entrelaza mis dedos en los tuyos
junta tu pecho al mío
cierra lentamente tus ojos
que sea tu guía nuestro latido,
recorre con tus labios mi piel.

Siente estremecerse a tu espalda
cuando un beso llene el vacío
de mis labios cubiertos de escarcha,
de mis sueños cubiertos de olvido;
en las horas antes de amanecer,
en la oscuridad que precede al alba
libera tus pasiones y anehlos
atrapa en ellos mis miedos,
ven, susúrrame al oído.

martes, 19 de enero de 2016

Cada vez que vienes

Escrito en Enero, guardado unos meses, entregado con rubor un mes de junio, lo coloco ahora en el lugar en que siempre debió estar. Siento que le faltaba una pieza al puzzle de mi vida que es este blog... 

En los años que han pasado
desde que empecé a quererte
en las palabras que he callado
cada vez que vienes.

En los días que he buscado
mi mitad entre la gente
sabiendo que la he encontrado
cada vez que vienes.

En los besos que no he dado
sin saber como rendirme
a esos ojos y esos labios
cada vez que vienes.

En las lágrimas que he llorado
en las noches al perderte
hoy se que he amado
cada vez que vienes.
Poemas que te he escrito
maneras de querer decirte
que me enamoro y revivo
cada vez que vienes.

En el río

Una playa
un tarde
casi el crepúsculo
reflejos en el agua
del río.

Después de las risas
después de los juegos
después del agua
y la arena
dos amigos

la silueta, la inocencia
el misterio indeciso
probar otros caminos
y perder
la infancia.

Un reflejo
tu mirada, tu sonrisa
un recuerdo
en mis ojos,
tú, el río.

viernes, 15 de enero de 2016

Café Marx

Hoy tengo resaca post-café. No he bebido, no fumo, no necesito estimulantes químicos, y sin embargo me he levantado una vez más con los ojos somnolientos por haber dormido poco y con la cabeza pesada. Nada nuevo, por desgracia. Simplemente los efectos de otra noche dialéctica más.

El ritual es el mismo de siempre: un grupo de amigos, que se encuentran en torno a algún evento artístico, pasión por el séptimo arte o alguno de los anteriores, y que, tras la crítica artística acaban en algún pequeño café, o en casa de alguno de ellos, sentados felizmente en un sofá, debatiendo pausadamente, otras acaloradamente, mirando al techo, o al cenicero, o al vaso vacío o lleno, pero nunca más allá de la ventana.

Un ritual que consiste en echar la vista atrás, buscar en el pasado algún momento en le que las cosas pintaban mejor y que por desgracia no tocó vivir, o algún momento de lucha con conciencia o compromiso. Las más de las veces, es debatir y rebatir con los mismos argumentos, todos ellos basados en gruesos libros con sesudas teorías las barbaridades y atropellos a los que nos somete el sistema actual.  La velada puede alargarse horas, aunque normalmente se interrumpe cuando alguno de los miembros femeninos del grupo se duerme o pellizca o jala a alguien de un brazo pidiendo otro tipo de acción.

No se a dónde van estas charlas, pero cada vez creo más que no van a ninguna parte. Como terapia anti-estrés, como gabinete psicológico para el desahogo del vivir en esta sociedad, pueden servir, pero no van mucho más allá. En todo caso, pueden acabar produciendo cierta jaqueca como la mía. ¿Por qué tenemos que ser tan teóricos? ¿Por qué la acción tiene que ser siempre, o un acto anarquista, o la práxis resultado de la lectura de un libro?

Personalmente, cada vez rehuyo más el leer los grandes textos teóricos "que todo militante que se precie debe leer concienzudamente y discutir", como rehuyo la asistencia ciega a charlas de grandes gurús. Cada vez más, los grandes tratados filosóficos se me asemejan a pesadas biblias: libros sagrados para los nuevos credos, que no pueden contradecirse lo más mínimo. ¿dónde queda entonces la construcción, si no puede haber crítica, si no puede nuevas construcciones, si todo depende de lo que ya está? ¿Que ya está, un best-seller nunca reconocido como tal por los grandes almacenes?

Las grandes teorías, están bien para ayudarte a escuchar y respetar otras visiones de este mundo, otras maneras de plantear la vida, pero no para construirla por ti, o para decirte como hacerlo. Y si esperas que lo hagan, permanecerás el resto de tus días sentado en la eterna tertulia, en el eterno Café-Marx (cambien el apellido por el personaje de su elección) Éste es el gran problema de la izquierda: seguir buscando en libros sagrados, en gurús añejos, la respuesta, el plano del camino a salir.

Cada vez más tengo la sensación de los compañeros de café que voy encontrando acá o allá, viven desconectados de esa vida que dicen analizar y transformar. No hay transformación alguna sino hay una ruptura total con aquello que se quiere transformar. Y bajo ese precepto, ninguno está dispuesto a dar un cambio radical en su forma de vida. Lo cual es lo mismo que nada, pues esta sociedad no va a cambiar mientras no dejemos de jugar su juego y empecemos a caminar por otros caminos. Mientras sigamos debatiendo los problemas del mundo bajo la luz de la gran obra magna escrita en gruesos tomos, ejecutando a la par sesudos proyectos que en primer plano nos den de comer bien nosotros mismos, siempre con miedo a radicalizar nuestro modo de vida; nada cambiará.

El cambio tiene que pasar por nosotros mismos. No van a funcionar cambios gran escala. El cambio, el verdadero cambio, se siembra con el caminar de cada día, con ese predicar con el ejemplo, ese accionar sin esperar ni el aplauso, ni la recompensa por ello. El cambio entendido como principio y actitud firme que se edifica y que construye, al margen de teorías y tendencias, aglutinando en un decantador personal todas esas teorías y tendencias, es el único cambio factible. El cambio es la renuncia a lo que somos y tenemos y la valentía para construir algo nuevo. Lo demás son resacas de un viernes por la noche. La colilla caliente en un cenicero, en alguna cómoda casa; la excusa de una cómoda vida con miedo al cambio.

El día que aprendamos a renunciar al sistema, a renunciar a seguir a pies juntillas viejos preceptos, seremos capaces de volver a crecer y construir, escribiendo nuestra propia filosofía, sin izquierdas ni derechas, desnudos ante el espejo de esa humanidad nuestra que escondemos bajo nuestro propios miedos.

Se que más de uno se sentirá ofendido, quizá defraudado por estas letras, o incluso atacado. No me importa. Prefiero ser el loco que tira piedras contra su propio tejado y que las seguirá tirando una y otra vez mientras éste tenga defectos, para derribarlo y hacer uno nuevo. El soñador que no tiene miedo a que mañana todo el sistema se vaya la mierda y haya que empezar de cero, que no tiene miedo a perderlo todo, que ve tanto valor en la filosofía como en la poesía, que cuando no tiene luz eléctrica duerme o acaricia y besa en la oscuridad, que a falta de radio canta o tararea, a falta de película escribe la suya propia. Ese que no derrumbará muros pero tampoco aprovechará su sombra. Ese que no espera cambiar las cosas desde dentro, pues no hay nada que cambiar, sino derribar para construir lo nuevo.

Una noche de agosto

Recuerdo que era una noche de agosto, calurosa como la de hoy... esto quedó a medio acabar entre los borradores del blog. Le doy un toque final y lo publico ahora. Son hechos reales y verídicos, pasados por el tamiz de mi caja, claro.

La noche de agosto para un hombre del trópico comienza pronto. Apenas dan las 6:30 de la tarde, se hace aún más tarde, tan rápido que en unos minutos ya es noche cerrada. La ciudad se transforma sin embargo lentamente: los comercios siguen abiertos unas horas más, con el dueño sentado en la puerta, espantando el calor del día, mientras ve pasar a los últimos posibles clientes; los bares llenando las calles de música y cerveza, y los primeros puestos callejeros de comida empezando a humear el ambiente.

Apenas desciende la temperatura, sólo lo suficiente para hacer juego con el cielo negro sin sol, y para animar a la gente a pasear por el malecón o por las calles antes atestadas del ruido de coches y carritos, ahora de la noche que arranca con músicas y bullicio de gente: parejas que se juntan el viernes a quemar los dólares de la semana, matrimonios con niños corriendo por doquier, paseantes silenciosos que observan callados algún puesto de comida, o al activo grupo de bailoterapia, o miran sin leer la cartelera del teatro.

Mi noche comienza corriendo en una hora y media hay función infantil. Tengo 90 minutos justos para decir a mis amigos turistas, unidos a una manifestación "ecológico-social" en el parque, que por desgracia no les podré acompañar a cenar porque me caen "más turistas", correr después a recibir a las recién llegadas turistas, intentar cenar algo a la carrera y llegar con las justas al Circo de los Araganes.

El parque es una auténtica locura. A nuestro grupo de manifestación a favor de la vida de los pueblos indígenas y la preservación del medio ambiente, se junta un escandaloso grupo opositor al gobierno, uno de esos que agita banderitas nacionales y se junta a cualquier otro grupo que haya en el parque (no importa de qué índole o temática) para aparentar hacer más bulto y más bulla. Mi amigo Mike me grita al oído en inglés, comentando la situación política del país y de este mundo en general, divertido, creo por el circo del parque. Después de un rato con el Mike, echo a correr a casa. No trabajo para ninguna operadora turística ni hotel, pero a veces esta casa tan grande que es de todos, acaba pareciéndose a un desorganizado hotel. No tengo llaves de las habitaciones, no hay nadie, quizá la llave maestra en su sitio... ¡Bingo! Aparece en el preciso momento que el guarda asoma con 3 señoritas que "preguntan por usted". Saludos, disculpas de ellas por la hora, mías por no poder quedarme y tratarlas a la carrera. El teatro hoy no va con ellas. Un día de río y arena amazónica todo lo que pide es una ducha fría. Las dejo aposentadas y echo a correr otra vez hacia el teatro, pasando por la cocina a robar algún pedazo de pan con queso y embutido y alguna fruta. Debo estar bien despeinado y con uniforme sudado y rostro de loco. No importa. Es ya normal en este centro cultural en el que casi todo sale a la carrera.

Cuando llego, el auditorio está casi lleno. Mi amigo David y yo tomamos asiento divertidos, preguntándonos si el circo está en el escenario o en las butacas. El espectáculo es modesto, algo justo, pero no importa, el espectáculo de clowns con chistes blancos, enamora al público que ríe sin parar, y vuele eléctricos a la pandilla de mocosos del teatro, que se prestan voluntarios a participar una y otra vez en la obra, lo soliciten los actores o no, es indiferente. Los niños hiperactivos de la primera fila, acaban captando toda mi atención. Son un auténtico huracán que se levanta una y otra vez de las butacas, recoge y roba pelotas u otros elementos caídos desde el escenario y negocia una y otra vez con unos actores con una paciencia sobrehumana la posibilidad de unirse a la obra. Si los chistes de la obra me parecían un poco infantiles a mi edad, la pandilla de niños epilépticos acaba de poner el contrapunto de humor mordaz a la noche.

Una hora después, la gente aplaude, el telón baja, los actores hacen reverencias, y el Pepe asoma para agradecer al público: "Muchas gracias por asistir, mañana los que lo deseen podrán participar en un taller de clowns con los actores de la obra, totalmente gratuito. Ahora, de regreso a sus casas, vayan directos, no se entretengan, y mejor tomen taxi si no tiene carro porque se ha decretado un toque de queda en la ciudad. Si acaso les para la policía, muestren el boleto del teatro".

¡Un toque de queda en la ciudad! Ya no se si es bueno o malo, si es el último chiste de la noche, o la cruda realidad de un país que se desmorona. La gente desaparece en un abrir y cerrar de las inmediaciones del teatro. Yo, incrédulo permanezco hasta que salen todos y el Pepe cierra, y deambulo por las inmediaciones de la plaza, donde todo sigue con la misma calma de siempre. Todo son rumores en el aire. Parece que nuestros amigos de las banderitas del parque han acabado a palos con la policía en frente de la gobernación ¿será para tanto? Sigo queriendo saber más. Pero miro el rostro de mis amigos extranjeros y su mirada de preocupación me dice que es mejor meterles en un taxis e irse al casa. La noche se ha terminado, el programa, no doble sino tripe, carreras, teatro, y toque de queda para romper la monotonía. Esto sólo puede suceder aquí. Me deja preocupado la imagen que se crea entre nuestros turistas extranjeros, pero por otro lado me divierte la situación y con un !ay señor! me siento tranquilo en el sofá comienzo a aporrear sobre el teclado este pequeño escrito. Mientras escribo las últimas líneas un mensaje en el teléfono me indica que lo del toque de queda es un falso rumor. Siento que alguien me quiere aguar la fiesta, así que apago el volumen del celular y decido no contarle nada a nadie, al menos hasta el día siguiente. ¿Quién sabe cuándo más nos puede volver a suceder algo así?

martes, 12 de enero de 2016

Bailarina

Las letras de Jackson Browne y tu recuerdo, siempre presente, me arrancan esta noche este poema. Aquí te lo envío, al viento.

Aún veo el brillo en tus ojos
y tu sonrisa despierta
en lo fugaz del verano
creciendo deprisa al viento

Aún conservo la carta
aún recuerdo los juegos
de palabras y risas francas
y a él mirando siempre de lejos.

Siempre fuiste más rápida
yo, el tímido, el lento,
Tú la primera en volar,
él tu apoyo y tu aliento.

Hoy hace ya más de un año
que te busco y te encuentro
en los recuerdos de juventud
qué será de ti me pregunto,

en estos huecos que deja la vida
en estos días cuando no esta él
cuando el cuerpo pesa y alma duele
sintiendo su ausencia.

Desde aquel día no se bien que decir
y mis lágrimas no sirven de lejos
deberían estar junto a tí
calladas las siento doler en mi pecho.

Porque pienso en él y te veo a tí
y quisiera ser él y estar ahí
para calmarte y decirte al oído
que en ti veo su huella y su ejemplo.

Que hoy me recuerdas
a la bailarina de aquella canción
llorando sus lágrimas a las estrellas
preguntando qué deparará el tiempo.

No te encontrará sentada esperando
tu bailarás, reirás, llorarás, y en el medio
de esta vida que sabe a sal en las heridas
y a dulce en los labios, hallarás tu viento.

Casi puedo tocarte y sentir tu latir,
oigo tu voz y su voz adentro;
risas, y soles, el tiempo-arena-verano,
albas nuevos aún por llegar, para ti,
lanzo al vento este beso, este abrazo.

 
Para una bailarina (Jackson Browne)

domingo, 10 de enero de 2016

Esdrujulario

Vivimos en un mundo burocrático
haciendo trabajos técnicos
trabajando incluso los sábados
para pagar los préstamos.

Somos los seres automáticos
rodeados de aparatos eléctricos
pensamos un mundo práctico
moderno y con estilo clásico.

Corremos en busca del éxito
pegados siempre al teléfono
comemos en platos rápidos
compramos sueños de plástico.

Nos movemos con los viáticos
de aquellos que nos dan créditos
premios y regalos espléndidos,
mentiras en un acuerdo tácito.

Ya no escuchamos la música
no hay árboles ni pájaros
nuestra vida se a vuelto pálida
siempre rodeada de números.

¿Dónde quedó el sueño helénico?
dónde la filosofía de las matemáticas
cuándo vendimos el espíritu
a cambio de tristes dádivas.

La vida baila al unísono
de los tambores y cánticos
de aquellos que viven de réditos
que exprimen a seres flácidos.

¡Maldito baile de máscaras
teatro de actores tétricos
que dicen llamarse políticos
y llenan los campos de lápidas!

"aquí yacen la poesía y la lógica
acá las últimas flores del páramo
aquí yacen los crédulos
allá las almas cántaras".

sábado, 9 de enero de 2016

Fuego

En el calor de la noche, vacío
tras las cervezas y las risas
en una cama sin compañía
aún te miro.

Quisiera decir que te sueño
mentiría, pues no se siquiera si duermo
si mis noches sólo son vueltas
deseándote, acariciando mi sexo.

Noches que te deshojo
y veo caer ante mi tus secretos
tu libertad y tu vida
mis temores y mis desvelos.

Días que pretendo olvidarte
horas pensando en llamarte
perdiendo oportunidades al verte
sin saber qué decir para tenerte,

yo, que nunca he sido el amante
leo sin entender las miradas
olvido cuáles son las palabras
y cayo respuestas urgentes.

Quizá aún no entiendo el amor,
quizá no quiero sentir el dolor
ese que viene después
cuando busco algo más que pasión

cuando después de apagada mi fiebre
quiero sentir que en el aire
que he echado mis dados al viento
y he abierto mi vida a la suerte.

Por eso escribo un poema
para calmar mi calor y olvidarte
o para no sentir este dolor
de no saber cómo decirte

que quiero mezclarme con tu sudor
que quiero quemarme en tu calor,
no me importan las lluvias al alba
no me importa si después duele.

miércoles, 6 de enero de 2016

Un pulso a la naturaleza

Hoy mientras el agua goteaba por las rendijas de la puerta de la azotea, precipitándose como la manzana de Newton contra las cabezas pensantes que estábamos dentro del museo, no podía, en mi enfado y sufrida impotencia dejar de preguntarme una y otra vez: "¿por qué, por qué demonios estos arquitectos no observan un poco el paisaje, humano y natural, del lugar donde están trabajando y hacen algo acorde al clima?

Durante milenos, la arquitectura de los habitantes del Napo era una arquitectura pensada para la lluvia: grandes techos de paja a 4 aguas, para amortiguar el ruido del aguacero y dejar que el agua escurriese y se secase lentamente hacia los laterales de la casa, mientras sus moradores esperaban tranquilamente a que la tormenta escampase.
Es difícil darse cuenta de esto si nunca se han visitado las pocas comunas que quedan en la rivera con alguna casa tradicional de madera y techo de palma. Difícil apreciar a simple vista las virtudes de tan sencilla y tradicional construcción si nunca se ha dormido en ella, arrullado por la sensación de cálido frescor del agua cayendo suave sobre techo, observando cómo el agua resbala por las fibras vegetales, perfectamente dispuestas, impregnándolas pero sin penetrar al interior de la casa, mientras alguna tarántula se pasea o duerme apaciblemente entre las hojas de la techumbre. Cuando uno vuelve a la civilización, a esas casas con los sus perfectos y perennes tejados de cinc, bajo los cuales el estruendo del aguacero suena como el más terrible bombardeo que acalla discursos, clases, oraciones, haciendo imposible toda comunicación humana, se da cuenta de la tranquilidad y paz que transmitía la paciencia de aquellos habitantes que con amor disponía una a una las hojas de palma en el techo, y con el mismo amor las cambiaban según se iban pudriendo por el paso de las lluvias y los soles.

El estruendo del aguacero sobre el tejado de cinc, que tantas veces interrumpió mis clases en el colegio, se convertía hoy en azotea de cemento con unos sumideros que no eran capaces de tragar a tiempo el enorme volumen de agua que caía sobre nuestras cabezas esta mañana, convirtiendo la azotea en una improvisada laguna que intentaba desfogar por algún sitio, y, como siempre suele suceder, acabó consiguiéndolo.

¿Por qué, me pregunto yo ahora, por qué ese empeño siempre de echar un pulso a la naturaleza, de querer combatir al clima con sueños de ingeniería y arquitectura imposibles, con los mejores avances en productos y técnica? ¿Qué queremos demostrar? ¿Que somos mejores, más fuertes, más sabios? ¿Es eso necesario? ¿Acaso es verdad? Creo que es parte de nuestro sino de ser humanos: ese afán de superación que nos lleva a lograr lo imposible, a trazar puentes colgantes, edificios que desafía el firmamento, o cohetes que nos llevan a la luna. Logros que me admiran y me hacen sentirme orgulloso. Y sin embargo, también a veces creo que pecamos de soberbia y que nuestra sabia madre naturaleza nos da de vez en cuando un par de buenas bofetadas para recordarnos donde estamos.

Mi museo se alza en el paisaje como un nuevo vecino de la ribera que pone una nota nueva y a la vez familiar. Unas veces se me antoja un milenario templo egipcio, otras un barco varado en la orilla, las más de ellas, un sueño hecho realidad, un cofre maravilloso para preservar el pasado y las vidas de los primeros pobladores de estas selvas, una nueva "urna funeraria de protección" que nos muestra con orgullo su interior y se mimetiza con el paisaje. Un sueño que como todos los sueños, es también frágil y necesita que sigamos peleando por mantenerlo vivo y habitable. Supongo que las casas nunca se acaban, y no seremos ni los últimos ni los primeros en añadir un ladrillo o una mano de pintura aquí o allá, tapando ese pequeño resquicio que quería ensombrecer nuestro sueño, o adaptándolo a nuestro nuevo soñar, ese que muchas veces se va a ver sacudido por nuestra madre naturaleza, sabia compañera que nos ayuda a ver y tapar huecos.

Ya lo decía Frank Lloyd Wright: "Los médicos médicos tapan sus errores con tierra, los abogados con papeles, y los arquitectos aconsejan poner plantas".
Sigamos pues siendo arquitectos de nuestro vivir.

lunes, 4 de enero de 2016

El desierto en flor

La ciudad se vació en 24. Todo el mundo corrió, huyendo del fantasma de la rutina y el trabajo diario, para desparecer, algunos a escondidas, subidos en buses y carros, camino de otras ciudades, para ver a otros seres (queridos), o disfrutar de otros lugares en unos días de fiestas, de vacaciones que había que aprovechar al máximo. Los que quedamos fuimos los abandonados, los atrapados por la ley del trabajo y la atención al público, los que miramos a través de la ventana las despedidas de amigos que parecían decir "os compadezco, intentad escaquearos del trabajo, salid de este encierro".Un desierto se pintó de pronto ante nuestros ojos. Un desierto atroz y desolador. La oficina desierta, el malecón sin gente, las noches sin planes.

En el silencio entonces cayó una gota de lluvia, y comenzó a brotar una nueva flor. La ciudad comenzó a caminar despacio, con una sonrisa nueva en los labios, saludando a los vecinos como en un pequeño pueblecito donde todos se conocen. El frenético comercio se torno un cordial intercambio, las filas en las oficinas públicas en un respetuoso saludar al amigo y al turista pasajero. En las calles, la gente saludaba en silencio al ver a los transeúntes, ahora amigos, caminar tranquilamente, de casa al trabajo, del trabajo a la tienda y luego a a casa. Allí, en el hogar, la mesa se llenó de los siempre, de los que a diario se saludan con prisa, compartiendo el sorbo de las últimas gotas de café, pareciendo olvidar que viven en una familia extensa, de lazos invisibles pero fuertes. Las risas, el tintineo de copas, los platos preparados por manos cariñosas y lavados después por un ejército de agradecidos comensales.

Y entre medias, días tranquilos, con tiempo para pasear, para leer, para escribir, para pensar en la vida y dejarse llevar sin hacer planes, para darse de nuevo cuenta de que vivir significa convivir, significa conocerse y aceptarse, sin intentar ser lo que no se es, siempre fiel a los principios. Esa sensación de calma que llena la soledad de las prisas diarias y el mundo inventado y la hace desaparecer.

El calendario, arrancando sus hojas, cuenta atrás hacia adelante, marcaba poco después el 31 y despedía el año quemando las prisas, los sinsabores, los falsos anhelos sembrando risas, volando cenizas, y traía con el nuevo año la casa llena, saludos familiares de siempre, alguna carta cariñosa, la visita inesperada de los que viajan con clama y sin avisar, porque saben que siempre están ahí, en corazón se hace hogar a pesar de la distancia. Un nuevo año que abre con un poema, con una carta para un albañil de sueños, que hoy, al alba, no puede dormir, nervioso porque se acabó la calma, porque llega el lunes con sus prisas y desvelos, con sus falsos sueños de felicidad envueltos en papel de celofán, en unas calles que pronto estarán de nuevo abarrotadas por gentes que no miran donde pisan, donde la batalla por ser y sentir comenzará una vez más siempre rápida, siempre infinita, donde unos se sentirán ganadores y otros sentirán que han perdido en la lucha y aún no la abandonarán.

Un lunes, una carrera, la misma quizá. Un desvelo que combatir con las armas que dejó el fin de año en el desierto: una flor, un poema, un abrazo de familia, unos pasos sin prisa, en esa otra ciudad tranquila que duerme debajo del tráfico para despertar una vez al año, cuando los fantasmas se espantan a si mismos, yéndose lejos para dejar espacio a los vivos.

domingo, 3 de enero de 2016

Tu poema

Como en la canción, ella es misterio
un libro cerrado, a veces abierto,
un interior de luces y de secretos
una brisa sin fin, también sin dueño.

Ella es la carta que llega sin avisar,
un poema robado el uno de enero,
una voz entrecortada en el contestador,
una foto, cien vidas, mil dudas, un sueño.

Y a veces es difícil verla,
a veces se esconde, o vuela
allá donde uno no llega
donde respira y llora y a la tarde
bailando, espera
mujeres árbol, raíces nuevas.

Como en la canción ella es misterio
es el abrazo en que fundirse,
contar secretos, guardar miedos
y ver el reloj girar, haciendo tiempo.

Como en la canción, al viento
los versos llevan el ritmo
y el nombre, que es el mismo
y el mismo anhelo.