El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 31 de diciembre de 2015

Mùsicas del 2015

Escribo sobre mi vida, sobre las felinescas aventuras nocturnas o diurnas, sobre la enrevesada política, y dejo al viento algún poema. Y sin embargo, la mayoría de las noches mis horas antes de dormir las llena la música. Estos son algunos de los discos que nos deja el 2015. Gracias a todos estos artistas (y muchos otros) por seguir componiendo sueños...

(los enlaces de escuchar reproducen el disco en Spotify)

Indigo Girls: One Lost Day
(IG/ Vanguard)
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Shawn Colvin: Uncovered
(Fantasy)
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the innocence mission: Hello, I Feel the Same
(Korda)
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Brandi Carlile: The Firewatcher's Daughter
(ATO)
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James Taylor: Before this World
(Concord)
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Emmylou Harris & Rodney Crowell: The Travelling Kind
(Nonesuch)
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The Mavericks: Mono
(Valory)
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10,000 Maniacs: Twice Told Tales
(Cleopatra)
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martes, 29 de diciembre de 2015

El lugar donde llegar

Uno sabe dónde llegar. Ahí donde la puerta siempre está abierta, donde siempre hay algo sobre la mesa, y algo para el camino cuando llega el momento de partir. Ese lugar donde siempre hay un lugar para pasar la noche, para compartir el resumen del día, para escuchar historias de otros años, que suenan a éste que se vive pero que enseñan a su vez lecciones de vida.

El bus no suele parar acá. Hay que lanzarse tras cruzar el puente y gritar un "gracias" para que el chofer aminore lo suficiente para dejar a dos o tres pasajeros y recoger algún otro. Parece un pueblo fantasma, no suele haber gente por la calle, y cuando no se escucha el bullicio de los chiquillos en la escuela, parece una carretera con casas a los lados, como adornos del paisaje.
El polvo del camino se suele pegar acá si pasas mucho tiempo mirando la carretera, y luego es arrastrado por una calle de tierra, en esos zapatos que sacudirás al golpear una puerta y gritar suavemente un "a ver". Alguien saldrá, o alguien llegará unos minutos después, más sudado y polvoriento que tú, y abrirá la puerta y te dejará pasar a ti primero, a ese garaje reconvertido en improvisado tendal y mesa de madera para compartir la fresca, a esa sala comedor que es a la vez lugar de recreo y de oración, donde la tele calla cuando un velo cae sobre ella, y las palabras de la Santa hablan solas e invitan a compartir mientras, unos centímetros más allá empieza a oler y rugir la cena. Todo en esta casa se mezcla y se une como en la vida. Los momentos son breves, lentos, cotidianos y sencillos, y conducen los unos a los otros con una perfección natural.

Cada vez que llego a esta casa, no puedo sino sonreír y dejarme encantar por su tres moradores. Los tres tan distintos y tan iguales. Entre chistes y quejas bondadosas, echándose los trastos los unos a los otros para llegar al final juntos al mismo lugar, y seguir caminando, con los achaques de cada día, por esos caminos de polvo, junto a esas gentes sencillas, como hizo Él, por mil y un caminos. Yo soy como ese sobrino pasajero, que viene de vez en cuando a probar la cena, a arreglar computadoras y entrometerse con gusto en el desorden de otras vidas, ese que no puede irse sin cenar, o sin llevarse una fruta para el camino, que se encuentra el cuarto arreglado y una invitación a quedarse escrita invisible sobre la almohada. Ese sobrino de todos que se olvida de pasar a decir hola de vez en cuando, y que cuando por fin lo hace, se siente en casa y da gracias por estas gentes.

Al día siguiente suena el reloj y toca caminar de nuevo al camino de polvo, a la ruidosa carretera por la que pasará algún bus. Aún recuerdo las historias de la noche pasada, el sabor de aquella cena y esos pasos lentos, siempre en movimiento, y esas tres vidas abiertas a la gente. No puedo entonces dejar de preguntarme porqué no me encuentro más almas así. Porqué ese tipo de misionero está hoy en extinción, qué extraña enfermedad puede haber contagiado a los jóvenes, a mi generación y alguna más para olvidar que de nada sirve vivir si no se vive para servir, y que la felicidad de uno mismo hay que cultivarla también en los ojos del otro, del extraño.

Cuando el bus cruza hoy el cañón, una extraña niebla ocupaba el lecho del río uniendo ambas orillas. Mi vista se va aún más atrás, a aquella primigenia selva frondosa habitada por animales y espíritus que se unían en un mismo ritual, roto después por foráneos que no supieron entender y valorar su espíritu. Hubieron de pasar siglos para que seres sencillos, abiertos al escuchar y el aprender, volviesen a caminar sobre esas selvas, ahora polvo y asfalto. En esa casa al pie de la carretera, cruzando el puente del cañón habitan aún tres de ellos. Se los encontrarán en los caminos, anónimos entre la gente, esa gente que empieza de nuevo a entender, y que necesita que le vuelvan a enseñar a escuchar al espíritu.

sábado, 26 de diciembre de 2015

La cena antes de la última cena

Claudia había pasado toda la tarde afanosa por la cafetería, vistiendo con delicadeza las mesas, envolviendo cuidadosamente los cubiertos en elegantes servilletas, limpiando la más mínima mancha de la las brillantes copas, colocando los centros al milímetro mientras miraba el reloj controlando la hora y el pavo, bien borracho, que acaba de hornearse lentamente.
A las ocho menos diez, todo estaba listo. Cerro una vez más la puerta del horno, colgó con cuidado el paño en asa, y dio un último paseo por la cafetería. Todo estaba perfecto. La cafetería brillaba con luz propia, como los ojos de Claudia. Arregló las flores de un centro de mesa, y satisfecha avanzó hacia la puerta, corriendo la cinta que hacía de letrero de cerrado e invitó a los primeros invitados a ingresar, si lo deseaban.
- Creo que aún falta mucha gente. Vamos a esperar un poco. No llegan los jefes.

No importaba. Era normal hacerse desear un poco siempre. Sonriente, ingresó hasta la cocina, para pasar lista de nuevo a todo un ejército de canapés que esperaban en fila ser servidos como aperitivo. Veinte minutos después, cuando ya empezaba a ponerse un poco nerviosa, escuchó las voces y las risas. Poco a poco los invitados empezaron a entrar ocupando las distintas mesas tranquilamente.
- Pero así no está bien -una voz potente sobresaltó a Claudia-. No así no estamos todos juntos, no parece una cena de familia. ¡Hay que juntar las mesas, que no nos demos la espalda!
- ¡Ayuden por favor, compañeros, arreglemos esto rapidito!

Claudia salió intrigada hasta la barra, para encontrarse con un pelotón de desordenados decoradores de interiores moviendo las mesas y pegándolas las unas con las otras, mientras parte de los comensales permanecía divertido sentados en sus sillas, recién llegados a la función del circo.
- Así no, así no. En U, que sino se pierden muchos puestos.
- Es igual, si las mesas son redondas, se van a perder siempre dos puestos.
- No si alguien se sienta de ladito. Vamos, hagamos la U
Al poco la sala de la cafetería parecía recorrida por un sinuoso ciempiés de mantel rojo, sobre el que bailaban los centros y los cubiertos, y al que intentaban arrimarse los invitados arrastrando las sillas.
- Yo no quepo, oiga.
- Compañero no moleste, colabore.
- Y yo me he quedado sin mesa. ¿Me pongo el plato sobre las rodillas o qué?
- Yo  creo que lo mejor va a ser que saquemos un par de sillas y empecemos todos a correr alrededor a ver quien...
  - ¡Ya basta, compañeros! Son ustedes como niños! ¡Colaboren por favor! Esto no es una U. ¿Acaso no saben que es una U? -Con sus brazos extendidos, una de las compañeras-diseñadoras, se estiraba por encima del resto, dibujando algo parecido a una U con los brazos. - Hagan la U, y se sienta de a tres por mesa redonda, y así cabemos todos bien. A ver, usted compañerita, péguese al licen que no muerde. Ve qué bien.

El rostro de Claudia estaba cada vez más sombrío. Qué hacer. ¿Detenía el circo? ¿Pegaba un grito y les mandaba al carajo? No, ante todo, la compostura, no había que perder la compostura. Pacientemente, siguió esperando a que acabase la reubicación de las mesas. Por lo menos no habían roto nada, y el pavo aguantaba en su jugo; no por mucho tiempo, eso sí.
- Yo ya le dije que no cabíamos, compañera. Que somos muchos y así se pierden la mitad de los puestos.
- Bueno, calma. El conserje y el secretario, que bajen al auditorio a por la mesa grande y la ponemos en el otro extremo de la U.
- Entonces ya no es una U...
- ¡No joda compañero, que tenemos hambre!

Un silencio nervioso se apoderó de la sala mientras 3 o cuatro compañeros se iban a por la mesa. Entre medias, subidas en tacones y tapadas por pestaña extra largas, llegaron entre silbidos las últimas invitadas. Justo detrás, sudando, el conserje y el secretario acomodaba la pesadísima mesa de madera del auditorio, que a falta de más metros de mantel rojo, tuvo que quedarse desnuda al fondo de la cafetería, como vagón de tercera clase.
- Gracias, gracias compañeros. Bienvenidos y gracias por la espera...

Comenzaba el orden de la noche después del desorden, los discursos de autoridades y espontáneos. Una media hora más como mínimo. El reloj pasaba ya de las 9. Claudia decidió preparar los canapés sobre la barra para distribuirlos por las mesas en cuando el último discurso diera el pistoletazo de salida, y empezó a cortar el pavo en porciones. Mejor sería que estuviese un poco frío a que se convirtiese en suela de zapato dentro del horno.
Por suerte, no hubo muchos discursos, y con los aplausos, comenzó el desfile de camareros y platos entre las mesas, una carrera de obstáculos a través de una sinuosa U, intentado llevar el plato o la copa a los esquinados, o a los que -vaya ud. a saber como- habían quedado dentro de la U-, un vals de pavo y limonada, interrumpido por "perdón, cuidado con el codo, esa servilleta era mía, hagáchese un poquito, gracias", y el sudor de los camareros equilibristas que se se habrían paso con una mano desafiante a través de la espesura. En mitad del desfile llegaron las autoridades ausentes. Por suerte, les habían guardado puesto en la primera mesa, y sólo hubo que reorganizar el orden de servir los platos en las mesas y acelerar un poco porque los primeros ya vaciaban su plato mientras los últimos miraban con cara de hambre.

Eran las diez y media, más o menos, cuando el ruido de risas y cucharas decía que ya se había acabado de comer y que era mejor retirar poco a poco los platos. Aplausos y nuevos discursos, y más aplausos llenaron rápidamente el ambiente de la cafetería. No faltaron los aplausos y agradecimientos al servicio de cocina, y como era menester en todas las ilustres ocasiones, la velada terminó con concurso de cachos, para risas de unos, y quejas serias de otros "que no les veían ni pizca de gracia". Pero al final, todos rieron, todos disfrutaron, y se fueron a casa contentos, felices, con ganas de repetir el año que viene, con ganas de seguir siendo parte de la familia, cansados, pues se acercaba la media noche, pero con una mirada de complicidad, satisfacción y felicidad en su rostro.

A la salida, se organizaban los grupos para que todo el mundo llegase acompañado y a salvo a casa en una noche desierta de lunes. Unos reían los últimos chistes, otras se tomaban las últimas fotos de alfombra roja, otros paleaban unas posibles cervezas con las que dormir mejor. Arriba, en la cafetería, las luces permanecían prendidas, mientras las mesas se desvestían para irse a dormir, y los platos y cubiertos se pegan una buena ducha antes de meterse en la cama. Claudia suspiraba aliviada, mientras intentaba pasar página a la cena más loca que había servido en su vida de camarera, feliz, al fin y al cabo de servir a la gente, de dejarles con una sonrisa en la cara y quedarse ella con montón de humanas anécdotas llenas de sabor, para contar y volver a contar a los nietos.

martes, 22 de diciembre de 2015

Un mensaje de paz: Turn! Turn! Turn! - 50 aniversario

Hace 50 años, en el número 1 de las listas de éxitos de EE.UU. sonaban guitarras de 12 cuerdas y unas armonías vocales únicas poniendo ritmo rock a unos versos escritos miles de años atrás, trayendo un mensaje de paz en aquel invierno de 1965, marcado por la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles y la desesperanza en general que marcaba y por desgracia marca todavía a gran parte del mundo.

Eran The Byrds, un joven grupo enmarcado por la crítica bajo un nuevo género musical, folk-rock, y la canción Turn! Turn! Turn! (to everything there is a season), escrita por Pete Seeger, quien, en 1956 había adaptado y puesto música a unos versos tomados del Eclesiastés. Creo que era la primera vez que unos versos de La Biblia sonaba en emisoras de música rock, y se quedaban 3 semanas en lo más alto, convirtiéndose en uno de los himnos generacionales, y en una de las canciones todavía hoy más escuchadas de aquellos mágicos años 60. El propio Pete Seeger escribió entonces una carta a The Byrds felicitándoles por el arreglo de su canción, maravillado de escuchar uno de sus temas en las listas de éxitos. La infinidad de artistas de que desde entonces han versionado la canción, muchas veces siguiendo el mismo arreglo eléctrico de The Byrds, demuestra la calidad de una de esas canciones perennes.

Y ahora, 50 años después, sigue sondando y sigue de relevancia. 50 años. Me sorprende la cifra. A pesar del paso del tiempo, no me suena a música añeja, puedo oir sonidos como estos en la música de hoy, el mensaje me trae de vuelta la esperanza y paz necesaria para comprender y sanar este mundo. Fue entonces un imprevisto mensaje de navidad, y lo sigue siendo hoy.

... Un tiempo para la paz, creo que aún no es tarde.

Feliz Navidad a Todos.

Turn! Turn! Turn! (To Everything There is a Season)
Letra del libro del Eclesiastés, adaptación y música de Pete Seeger

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para nacer, un tiempo para morir,
un tiempo para sembrar, un tiempo para cosechar,
un tiempo para matar, un tiempo para sanar,
un tiempo para reír, un tiempo para llorar.

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para construir, un tiempo para derribar,
un tiempo para bailar, un tiempo para penar,
un tiempo para lanzar piedras
y un tiempo para recogerlas.

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para el amor, y un tiempo para el odio
un tiempo de guerra, un tiempo de paz,
un tiempo en que deseas abrazar,
un tiempo en que deseas estás solo.

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para ganar, un tiempo para perder
un tiempo para desgarrar, un tiempo para coser,
un tiempo para el amor, un tiempo para el odio,
un tiempo para la paz, creo que aún no es tarde.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Un año en los bolsillos

Se acaba ya otro año. No se si estamos más viejos, más sabios, más cansados, ilusionados, rejuvenecidos quizá; quizá todo siga igual.

En Coca el río Napo sigue su curso. Su cauce transcurre bajo y lento estos días de poca lluvia, llevándose los desperdicios de una ciudad que se ha ido vaciando. Una ciudad que pensó que podía vivir exclusivamente por y para el petróleo y, ahora que los ladrones decidieron que ya no es rentable seguir sacando oro negro, mira con cara pasmada el pasar de sus días. Las quejas de la crisis son sobre todo a nivel político, a nivel empresarial, están en la boca de toda aquella gente de alto nivel que no quiere descender de su carroza o quizá venderla y comprarse algo más humilde, gente de lengua tóxica las más de las veces, que acaban contagiando la palabra crisis a aquellas pobres gentes que nada tuvieron y nada fueron ni quizá anhelaron tener, pues nunca se les enseño a anhelar, como tampoco se les enseñó que significa esa palabra "crisis" que hoy pronuncian en sus labios; a ellos, les digan lo que les digan, les toca como siempre empujar el carrito, sacar la mercadería a la acera, colocar un improvisado toldo plástico y ganarse la vida, llueva o haga calor, sea lunes o domingo.

Coca sigue su fluir, al lado del Napo, y yo me mezclo y me dejo llevar en ese fluir, un actor más de esta ciudad, de esta vida que vivimos con crisis o sin ella, y hago hoy balance, quizá porque estoy todavía espantando la fiesta de ayer, de este año amazónico que se acaba: no me puedo quejar. El crisol orellanense es uno de esos, quizá comunes, quizá bizarros, en los que uno se siente vivo: estos días en que se acerca la navidad todo ese variado paisaje se refleja en las calles de la ciudad, en los parques y el malecón, con árboles retorcidos envueltos en retorcidas y chispeantes luces neón, en los villancicos de Frank Sinatra y no se cuantos crooners más sonando por los altavoces públicos, mientras la gente se resguarda del invierno tropical con improvisados gorros de Santa Claus sentados en un banco bajo una palmera, esperando a que el coro de niños con terno y gorrito de pompón, acompañados de spiderman y supermán y blancanieves sin enanitos entonen un estertor de villancicos en inglés macarrónico para animar la novena. Luego habrá tiempo para comer una hamburguesa mixta y debatir sobre algún texto marxista en el recién estrenado club de lectura, la otra cosa roja en Coca (además del gorrito de Papá Noel), donde nos damos cita los últimos locos con esperanza en cambiar algo de este maltrecho mundo, una brisa de aire fresco, quizá, aunque cuando regreso a casa siempre tengo la sensación de que mis camaradas están más cercanos de la mujer desnuda que de Marx y yo soy el último mohicano que pone al pueblo y la lucha primero y se va a casa sólo, pensando en el pueblo. Cuán difícil resulta bajarse del camino de la vida cómoda cuando uno se ha subido a él, cuán difícil resulta ser cabal y ejecutivo con unos ideales cuando se tienen tantos egos y necesidades personales insatisfechas. Quizá me molesta esa imagen que tantas veces dan mis camaradas de adictos al sexo, como en esa pésima película de Bertolucci, pero la realidad es que una cosa no quita la otra, y ellos se olvidan de la segunda pensando en mojar con la primera. La liberación, comienza en la mente. Supongo que ninguno se ha desnudado todavía entre los Waos sin pensar en algo sexual ni tener que taparse su sexo con la mano. Poco va a cambiar mientras no se desnuden por dentro. Al final, cae la tarde y yo miro el aire fresco de mi contaminado Napo, y pienso en mi admirado Pete Seeger, en su velero clearwater surcando las aguas del Hudson limpiándolas con sus canciones. Quizá esa es la razón por la que no empato con mis libertinos amigos: mis héroes de izquierda están hechos de otra pasta, como Pete Seeger, que vivió casado feliz con su esposa Toshi durante más de 60 años, y que falleció poco después de ella, de viejo y de amor, como en aquel mito griego. Pete Seeger ese hombre que cantó en contra del fascismo, que se enroló en el ejército para combatirlo en la Segunda Guerra Mundial, que fue luego condenado al silencio por comunista, por cantar para los sindicatos y organizar trabajadores, que sembró la semilla del renacer del folk en la mente de niños y jóvenes durante décadas, Bob Dylans y Joan Baezs que luego le reivindicarían cantando sus canciones a la par que Seeger hacía suyas las de ellos y les acompañaba en conciertos y manifestaciones en contra de la Guerra de Vietnman, a favor de los Derechos Civiles, protestando en contra de la acumulación de residuos radioactivos, o cruzando el caribe y hermanando a Cuba y EE.UU. cuando atreverse a eso era una osadía. Ese Pete Seeger que dejó su grupo más famoso, los Weavers, negándose a grabar un anuncio para una compañía de cigarrillos, siempre manteniéndose en sus principios.

Podría llenar un montón de páginas de este blog hablando de Pete Seeger, contando anécdotas que, como las letras de sus canciones, me dan aliento cada día y me recuerda donde tengo que tener los pies la mente. Pero la noche avanza y Coca no es ciudad para extraños en la noche. Las vida de la ciudad se apaga pronto, y las luces navidad y el brillo amarillo de las farolas se convierten pronto en un falso aliado en noches de calles desiertas y taxistas que como fantasmas vagan a altas horas de la madrugada por unas calles frías e inhóspitas. La vida, en la selva, sigue existiendo con el sol. De poco ha servido la llegada de la luz eléctrica.

Camino pues hasta la esquina, buscando monedas en mis bolsillos: el cambio de la última cerveza, de la entrada del teatro, de una empanada a deshora, soñando con el próximo ciclo de cine que organizaremos, con el museo recibiendo aún más estudiantes, con la gente de la ciudad por fin aprendiendo a cuidar y disfrutar los espacios públicos, limpios, aseados, adoquinados, hasta con luces de navidad en las palmeras. El taxi asoma por fin y me lleva dando tumbos por una calle siempre en obras hasta casa. Quizá debí quedarme a dormir con alguien, o quizá, como Pete Seeger, escapo de los hoteles de lujo de Las Vegas, y me voy a dormir a casa de alguien, en un sofá con buena conversación, soñando, sembrando, edificando en sueños y en realidades esa ciudad que habitarán mis hijos, algún día.

Con tu puedo y mi quiero

Puse en el facebook aquella canción de Luis Pastor, con letra de un poema de Benedetti, todo un canto a la lucha política, social, de los años 70, de aquel poemario (Canciones Emergentes, 1973) de Benedetti, de aquel disco Vallecas (1975) de Luis Pastor, aquel que empezaba con aquella Vengan a ver.
La puse intentando mover conciencias y pasos perezosos, la puse porque creo que sigue de actualidad, porque nos urgen mensajes como ese. Y ahora, se me hace, cosa curiosa del destino, fiel reflejo de la situación que vivimos. Yo no puedo votar. La enrevesada burocracia electoral española, basada en cartas y aparatos de fax, ha hecho una vez más que todo llegue tarde o no llegue y la mayoría de cuantos estamos en el exterior nos quedemos sin votar. Por ahí alguien sacó una campaña "vota por mi", dirigida a todos esos indecisos o abstinentes, para que salgan de casa y voten por quienes por tanta traba burocrática no podemos. Me pareció un gesto curioso cuanto menos, pero no mucho más. Una protesta de esas sin mucho eco.

Y entonces, sonó un mensaje en mi teléfono: "Yo no pensaba ir a votar, pero si quieres, dime por quién quieres que vote e iré por ti que no puedes". Aquellas breves líneas de mi padre pusieron de nuevo en mi mente las letras de Benedetti: "con tu puedo, y mi quiero". De pronto la canción toma aún más fuerza, se convierte, para mí, y creo que para muchos más, en una viva imagen de lo que pasa con todos los que queremos, desde el extranjero que oiga nuestra voz, y que, ante los oídos sordos de una burocracia fascista, encontramos compañeros que pueden, y juntos entonces vamos todos, este domingo a las urnas.

Espero que no se quede en un bonito gesto paternal, espero que esto mismo se replique una y mil veces, una por cada uno de los españoles a los que la burocracia les ha robado el voto. Espero ver mañana una marea desfilando a los colegios electorales, unos por conciencia, otros por unidad, lucha, solidaridad, con aquellos que hemos sido silenciados.

"Con tu puedo, y mi quiero
vamos juntos, compañero."

sábado, 12 de diciembre de 2015

Última función

Ritual de apareamiento del hombre promedio en una ciudad de provincias en época de crisis (económica)

Viernes Noche
After Hours
Entrada gratuita (se exige consumición)


Acto I

Después de haber sido desterrado de un banco del parque donde los susurros en la oreja se convirtieron con en caricias y las caricias en amenazas del personal de seguridad urbana, nuestro protagonista, muy bien acompañado se siente como un rey, en un pequeño sofá del karaoke con una belleza a cada lado. No le queda mano libre para el micrófono. Esta noche es el triunfador. Mientras el resto del bar espanta sus penas cantando bebiendo, mientras unos otean el horizonte del bar buscando alguna mirada que se cruce con la suya, algún guiño; otros esperan pacientemente a que su pareja diga "vámonos a casa, cari"; él no tiene prisa, con sonrisa seria se pavonea desde su asiento, mostrando al público el físico de sus dos amigas (a él la camisa le queda suelta) que le miran pícara y seductoramente entre cerveza y caricia y beso disimulado.

La noche avanza. La música sube. Se pone triste y melancólica para desatar pasiones y arrebatos. Él las abraza con fuerza. Con una mano sostiene un vaso. Sube la euforia, la sangre le golpea en el rostro y en la entrepierna. Bebe para apagar el fuego, para aguantar un poco más antes del desenlace que ya sueña. Ahora toca el turno del micrófono. Se lo ofrece primero a una, y luego a otra. Ellas tienen vergüenza. Él se siente dominando por completo la situación. Él sí puede cantar. Los espectadores no sabemos cómo es su voz, no llega a escucharse nada por los altavoces, pero ellas están encantadas con su romántica y varonil interpretación: una le pone la mano en el muslo, cerca de la entrepierna, él gana acceso a lugares algo más privados del cuerpo femenino. Otra media cerveza, por favor. Hay que apagar el fuego de nuevo y aguantar un poco más.

Acto II

La euforia empieza a convertirse en movimientos descoordinados y balbuceo de piropos sin sentido. Él no se da cuenta, pero para los espectadores, como para sus dos voluptuosas acompañantes está claro que la cerveza a empezado a sustituir a la sangre en varias zonas de su cuerpo. En su clímax personal, decide echar una disimulada cabezadita sobre los pechos de una de sus amigas, ajeno a las miradas y risas de público espectador, ajeno a la desaparición de una de ellas que decide cambiar de aires por un momento en el baño de mujeres.

Un brazo le ha quedado libre. No sabe que hacer con ese miembro inerte hasta que los dedos de la mano, involuntariamente encuentran el vaso con cerveza. Levantar la cabeza para beber, exige abandona el cómodo lecho maternal, momento que es aprovechado para un intercambio rápido de turnos en el baño. No importa, a los pocos segundos su otra amiga a vuelto y ella también tiene tetas. Al fin y al cabo, las tetas son tetas, todas más o menos iguales, ahora sólo hay que inclinarse hacia el otro lado y chupar, teta y cerveza, y llorar el alcohol sobre los pechos de un rostro serio que empieza a decir que la fiesta se está acabando.

Acto III

En el entreacto de la cerveza y las tetas, nuestro amigo se ha quedado solo. Como una marioneta sin titiritero, sentado, cabizbajo, su cuerpo y extremidades superiores, sueltas y sin vida, se mueven al tonto son de las vibraciones de la música del local. No mira a nadie ni a nada. No busca ni encuentra. Del baño de señoras sale una de sus amigas y el se precipita hacia la puerta del escusado movido por un repentino impulso desconocido. Cuando sale del baño, su amiga recoge el bolso de mano en una despedida silenciosa. La otra amiga ya hace tiempo que ha desaparecido de escena. ¿Cuándo? Él no lo recuerda. El público tampoco, pues el verdadero centro de atención es ese hombre de camisa suelta y sudada, de mirada de rey pasmado, de sangre con grado alcohólico que, sentado en un sofá del karaoke, mira sin mirar a ninguna parte, y busca sin buscar nada, y mueve su cuerpo sin vida al ritmo de las vibraciones del local. Un último pensamiento lúcido llega a su mente. Hay que salir de escena, levantarse y caminar disimuladamente entre bastidores hasta la salida del bar. Hoy no moja. Hoy se une al club de esa especie en decadencia, que vaga por las calles arrastrado por el viendo como los desgarrados papeles de "se vende" y la publicidad de platos que ya no serán consumidos, como el petróleo, la sangre ha desaparecido de su miembro viril. Estamos en crisis.


Baja el telón. Se escuchan los últimos aplausos, ruidos de vasos y voces roncas. El guionista ha dejado fuera del libreto la moraleja y el público intenta averiguarla. ¿Tragicomedia económica? ¿No será el alcohol, el machismo, la soberbia de la tragicomedia humana que es siempre la vida? No, calla y camina. Es la crisis. La maldita crisis culpa de este maldito gobierno. No vamos a empezar a buscar la verdad de la vida, las soluciones reales al problema a esas horas de la noche. Mejor bebamos, riamos, demos tumbos por la calle, que aunque nuestro amigo de abajo se haya quedado solo y desinflando, con un poco de suerte, a lo mejor encontramos algo camino de la cama, y quién sabe, mañana... ¿más de lo mismo?

sábado, 5 de diciembre de 2015

Por Fax

Oscar y Felix (Walter Matthau y Jack Lemmon), en la cuneta de una desierta carretera perdidos en algún desierto californiano, camino de la boda de sus hijos, pelean porque el primero ha olvidado en el aeropuerto la maleta del segundo. "No te preocupes, hoy día hay métodos muy rápidos para enviar las cosas, está de DHL, FedEx, Fax" "- ¿Fax? ¡¡Perfecto me enviarán mi maleta por fax! ¡A mi querido yerno le entregaré 10 maravillosos billetes de 100 dólares impresos en fax!"

Era uno de los tantos chistes escritos por el genial Neil Simon para la genial extraña pareja de actores, y, como tantas obras de Simon, es un fiel reflejo de la pura realidad.

Hace menos de un mes, recibía yo una carta del Centro Español, con el instructivo para solicitar el voto por correo en las próximas elecciones nacionales de España. Una hoja fácil de rellenar, que simplemente debía remitir por correo postal, por internet teniendo un certificado electrónico o DNI electrónico, o por fax. Por correo postal ya sabemos que llegaría, con suerte para las elecciones del 2019, el certificado electrónico, que si llegó por correo para los anteriores comicios, ahora no asomó: no sé si no enviaron o si se perdió el sobre por el camino. Mi DNI, caducado, y sin posibilidad de renovarlo en el extranjero, de poco sirve, por no decir del lío que es hacer funcionar esos benditos lectores de tarjetas inteligentes. En resumen, me quedaba el fax como última opción.
¿El Fax? ¿Pero es que alguien aún ocupa esas cosas? A mi mente vinieron esas hojas impresas de fax de los años 90 completamente borradas que dejé guardadas en el archivo documental de la misión hace un año por mera curiosidad, a mi mente vinieron también aquellas viejas máquinas de telex de los diarios y los enigmáticos tubos neumáticos de unas oficinas de la década de 1930. ¿De verdad alguien me estaba pidiendo enviar un documento por fax?
Sí, así era y no era chiste. La gente del Centro Español incluso decía que pondrían su máquina de fax a disposición de todos los españoles que quisiesen trasmitir su solicitud de voto, lo cual que causó aún más gracia: me imagino una pequeña oficina, un un viejo trasto chirriante, conectado a un módem telefónico, chupando y enviando hojas, y una fila de impacientes compatriotas observando trabajar al aparato.
No se cuántos españoles podemos estar residiendo hoy día en Ecuador, pero seguro somos unos cuantos miles. Y tampoco se dónde queda ese Centro Español, salvo que está en Quito, pero ¿no resulta un tanto ridículo decir que se pone una máquina de fax a disposición de los miles de españoles que viven en un país donde uno tarda 5, 6, 7, 9 horas en trasladarse a la capital?

Supongo que la amabilidad de semejante prestación social viene motivada por el hecho de que nuestros caritativos amigos del Centro Español saben que nadie va a encontrar una máquina de fax funcionando en kilómetros a la redonda, así que dicen, "no se preocupen, que nadie se quede sin poder votar, acá tienen la nuestra".

Me acongoja tanta disposición y amabilidad. Yo, como ciudadano con conciencia cívica, me dispuse a votar. Rellené la solicitud, cogí una foto de mi pasaporte y me puse a buscar un fax. Evidentemente, un viaje entre semana a Quito no estaba en mis posibilidades, así que me tocó patear por media ciudad del Coca preguntando en todos y cada uno de los cybers y locutorios si enviaban fax. En el 50% la respuesta fue una mirada de "que demonios es eso" proveniente de un o una joven que en su vida llegó a ver un fax. Algo así como aquel amigo de mi hermana que miraba intrigado uno de mis discos de vinilo y preguntaba para qué servía eso. En el otro 50% de cybers me contestaron  con un no que podía significar: "no, ya no tenemos eso" o "pregunte dos cuadras más allá a ver si tiene suerte".
Vista mis suerte, decidí preguntar a los compañeros por si en alguna institución pública tuviesen la preciada maquina, pregunta a la que obtuve respuestas como "creo que tienen una pero no lo usan" No lo usa quiere decir está guardada en un rincón o un cajón, llena de polvo, seguramente no haya donde enchufarla y vaya ud. a saber si funciona".
Sudado y cansando, me tuve que resignar a no votar. Resultado electoral: Gobierno Fascista 1 - Ciudadano honrado 0. Cómprese vaselina industrial y siga aguantando otros 4 años más.

Acordándome hoy de esa historia del fax, me ha dado por mirar y por internet y perplejo me quedo al ver que todavía hoy hay quién usa el fax, que el fax y no así el correo electrónico tiene valor legal porque no puede "hackearse", y que, no se cómo, pero hay servicios de pago que le permiten a uno mandar fax por internet. Toma ya. Si lo hubiese sabido hace 15 días, lo intentaba. Pero, ¿a quién se le iba a ocurrir?

A mi no, desde luego. Se le ocurrió a un gobierno acojonado, que no quiere que le lleguen votos no deseados, que nos ha condenado al ostracismo a todos los españoles que por un motivo u otro hemos decidido hacer nuestra vida fuera de las fronteras de nuestro país, negándonos el derecho a ser ciudadanos, porque si uno lo piensa ¿de qué sirven pasaportes, consulados, embajadas, si uno no puede ejercer fácilmente su derecho a participar en el gobierno de su país?

No faltan las voces fachas conservadoras que contestan con un "no te hubieras ido". Bueno, si así lo quieren volvamos todos a España. Yo hago las maletas y me regreso a España. La empresa española que está a punto de continuar las obras de construcción del metro de Quito, recoge sus bártulos y se vuelve a la madre patria, Repsol cierra el grifo de los pozos petroleros que tiene en la selva ecuatoriana y vuelve a casa, no se cuantos políticos españoles cierran sus cuentas en Suiza y otros paraísos fiscales y llevan su dinero de vuelta a España, el resto de empresas, ejército y demás instituciones patrióticas hacen lo mismo, y listo, arreglado el problema. Todos volvemos a ser patrióticamente españoles. Un poco de chauvinismo no viene mal. ¡Perdón! utilicé un termino francés, perdón perdón..

Así que quedo la espera. Me avisan del retorno a casa para ir reservando el billete de avión.

Y si después del 20 de diciembre dejan de saber de mí, será porque les han cambiado el computador (y el cerebro) por una máquina de fax.