El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 30 de octubre de 2015

Si soplase el viento

Si soplase el viento
se animaría la noche
rompería el silencio
callarían los grillos
sembrando el misterio.

Si soplase el viento
traería lluvias suaves
lavando el polvo eterno
que cubre las calles
y los pasos de muertos.

Si soplase el viento,
entraría en las casas
sacudiría las sábanas
nos sacaría del sueño
de la noche cerrada.

Si soplase el viento,
se acabaría esta espera
arrancaría la desidia,
y de raíz el desaliento
que han sembrado en la vida.

Si soplase el viento,
y si tú escuchases su canto
romperías a llorar cual niño
por haber esperado tanto
viviendo un sueño mezquino.

Pero si hoy soplase el viento
en la ciudad sin aire
en los campos yermos
en los rostros secos
en las mentes planas
en las vidas huecas
se oiría el eco.

jueves, 29 de octubre de 2015

(In) Conformismo. o caijas 10 años después.

Este mes hace diez años que empecé a escribir en este blog ¡Diez años! Dónde estaba yo entonces, cómo era yo entonces. El CAP, sí, y aquella "invitación" entonces de un profesor de universidad a crear un blog para colgar una webquest. Fue el empujón que me falta para echar a andar mi vena de escritor inconformista, o mejor dicho, hacerla pública.

No suelo ser de los que echan la vista atrás y recuentan años pasados para ver cuántas éxitos han logrado y cuántas cosas quedado en el tintero, tampoco soy de los nostálgicos que piensan "cualquier tiempo pasado fue mejor". El pasado siempre fue mejor porque sabemos lo que depara el futuro a ese pasado. La vida consiste en vivir el presente y soñar en nuestro aún sin escribir futuro.

No sé bien qué es lo que me llevó a rebobinar en el archivo del blog y encontrarme con este décimo aniversario. Sea lo que sea, me ha servido para verme reflejado en aquel veinteañero que fui, ese que ya no es más, y sin embargo ver que todavía hoy, sigo reafirmándome en los mismos principios.

Comencé este blog como un intento de romper con el conformismo, de expresar mis opiniones e intentar con ellas llamar conciencias, hacer que la gente piense, dejarles, por lo menos, indiferentes. Abrir un espacio en el que hubiese "algo distinto" a eso con lo que nos bombardean los Mass Media todos los días; y por ello, en aquella declaración de principios elegía aquella canción de Malvina Reynolds: Little Boxes.

Esta noche de octubre, de contexto totalmente distinto al de hace diez años, un contexto que no alcancé nunca a imaginar entonces, acabo de llegar de un cine donde una treintena de personas se han reunido para ver Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog. Cuando programé la película me dije, y me dijeron algunas voces "ese va a ser el suicidio del tu recién nacido cine-club, no programes el primer mes esa película". "No importa", pensé. "Hay que romper esquemas, hay que abrir la puerta a que la gente pueda ver algo distinto, descubra otras formas de pensar, de vivir, de crear arte, hay que darles la oportunidad para pensar. Hay que luchar por ello, y no desfallecer aunque a veces parezcan gritos en el desierto". Le di al botón del play. Una vez más. Y el cine, hoy, se lleno de gentes anónimas, que se acercaron porque alguien les brindó un espacio donde romper sus rutinas y hacer algo distinto, ver algo distinto, compartir otras visiones de esta vida.

Esta noche es para mí una prueba de que el hombre no ha sucumbido y muerto a la desidia y el conformismo. Una prueba más de que los gustos, orientaciones e ideologías no están hechos ni son universales, de que la gente sólo necesita que le den el espacio y la oportunidad de expresarse

Esta noche es un motivo más para continuar 10, 20, 30 años más, hasta que me de el aliento, remando contracorriente, programando cine sin hacer caso a esos que hablan de gustos o de "lo comercial", a escribir sin pelos en la lengua y a reclamar el espacio y la voz de los pequeños, los olvidados, los ex-claustrados y todos aquellos que luchan por seguir siendo diferentes pero iguales.

Y para recordar a todos los que viven en esas cajitas prefabricadas la mentira y la falsedad que les han hecho vivir, y la necesidad de romper con ella.
Gracias Malvina, gracias Pete, por la inspiración, por recordármelo una vez más. Cantemos, juntos, una vez más.

Little Boxes (Malvina Reynolds)

Cajitas, en la colina
cajitas prefabricadas
cajitas, cajitas, cajitas,
cajitas, todas igualitas.
Hay una rosada, y una verde,
y una azul y una amrilla
y son todas prefabricadas
y son todas igualitas.

Y la gente de las casas
van todos la universidad
y les meten en cajas
cajitas, todas igualitas
y hay doctores y abogados
y ejecutivos de negocios,
y son todos prefabricados
y son todos igualitos

Y todos juegan al golf
y beben Martinis Dry
y tienen hermosos niños
y los niños van a la escuela.
Y los niños van al campamento de verano
y después a la universidad
y los meten a todos en cajas
y salen todos igualitos.

Y los chicos consiguen su trabajo
y se casan y crían una familia
y los ponen a todos en cajas,
cajitas, todas igualitas.
Hay una verde, y una rosada
y una azul y una amarila,
y todas son prefabricadas
y todas son igualitas.

sábado, 24 de octubre de 2015

Coca after hours

Para David, Xavier y Pepe, compañeros de ese Café Marx que ayer "estaba de feriado".

¿Dónde comienza la noche? En la relatividad de nuestro tiempo humano, el inicio -y el fin- de nuestra vida nocturna no atiende al astro rey o a su gemela de cara plateada. La noche, como el misterio, se urde y desenreda poco a poco, llevándonos con ella a lugares inesperados...

20:00. Es viernes y estoy sentado, una semana más, en el auditorio. Hoy en un concierto de música tradicional ecuatoriana para un escaso público maduro arrullado desde niño con estas trágicas canciones. Corre el rumor que un apagón en varios barrios ha dejado en sus casas al público habitual y ha sacado de su madriguera al fiscalizador (ese que nunca aparece) para ver si realmente el teatro "funciona", es decir, convoca multitudes. Iluso pendejo. El día que convoque multitudes dejará de ser teatro para convertirse en política, perdiendo toda su magia y esencia humana.
Me pregunto si mis amigos se quedaron también agazapados en la penumbra del apagón, porque apenas alcanzo a ver a uno o dos de la habitual timba. Decido dejar de elucubrar, que sea el destino. La música me imbuye y el reloj da vuelta y media.

La gente sale del teatro y desparece casi en un abrir y cerrar de ojos. Aquí no hay sobremesas ni coloquios. Los músicos saludan con las autoridades y las autoridades con los músicos y con sí mismas, mientras yo intento robarles mis 5 minutos a los de arriba para confirmar su presencia en el acto de mañana, el cual depende de acabar el montaje de una exposición que aún está a medias.
Entre las fotos y los hilos y los retales de plásticos y pintura deambulan dos de mis intelectuales cómplices nocturnos. Me acerco con intenciones de saludar y desaparecer para acostarme pronto, pues mañana tengo temprano una cita con el tipo de la imprenta para recibir la entrega de hoy, pero, ¡ay dios de espuma amarilla! tengo una sed terrible y las palabras "vamos a tomar unas cervezas" se convierten en irrenunciable imperativo nocturno y en puertas abiertas a lo desconocido. "Solo un par, y luego a la cama", pienso. Dale.

"Tomar unas cervezas" es un acto que en todas partes del mundo se hace con cierta facilidad. Coca es, por desgracia, la excepción que confirma la regla. Si no tienes cédula de identidad, no vas con mujeres, o no formas parte de grupo económicamente numeroso, estás condenado a morirte de sed. El tipo que de lunes a jueves se rasca las bolas y mira para otro lado a la puerta del bar, los viernes saca toda su burocracia y corpulenta obesidad y se planta en la puerta del local a ejercer su función: negar la entrada a todos los hombres solteros indocumentados.
Comienza entonces un peregrinaje garito tras garito, para tentar a la suerte y encontrar alguno donde no haya seguridad o algún camarero se apiade del alma de los sedientos. La triste estampa de tres treintañeros gastando suela por las calles de una ciudad tropical, con fría vida nocturna amenizada por ruidosas esquinas y taxis aburridos parpadeando seductoras luces, mientras ellos recuerdan pasadas vidas de años en que las hormonas les arrastraban y en la puerta no había seguratas impertinentes. Nadie se atreve a mirar el reloj, nadie a tirar la toalla, pero nadie conoce dónde más ir en esta ciudad que se apaga poco a poco.
En una esquina, aparece una compañera de trabajo queriendo parar un taxi. No es ligue. No toma. Pero es la escusa para decir hola y matar "el tiempo sin cerveza".
-¿Has visto al Pepe?
-¿Estaba aquí mismo hace un instante, decía de ir a tomarse una cerveza?
Los rostros ojos de los tres mosqueteros se abren como platos mientras con ansia miran alrededor buscando al D'Artagnan, que parece de pronto sonriente preguntando:
-¿No se van a tomar algo?

"Sí, pero no hay donde" "Este no carga cédula". "Cagamos" "¿Sabes de algún garito donde nadie nos mire los papeles?" "Claro, uno en la calle Guayaquil que atienden unas kichwas. A mi nunca me han pedido nada". "Pero eso está lejos". "No importa, yo tengo carro". "Vamos pues". "Vamos"....

-¿Este es?
-Sí, pero si parqueo aquí, creo que me rayan el carro. Espera. Ese tipo que mira la placa seguro que es chapa. Si, seguro. Vamos. Elijan izquierda o derecha. Yo conozco el de la izquierda.

Derecha. No recuerdo quién eligió. El garito es un tugurio en el que hace un calor infernal, donde una camarera que se ha puesto encima algo más que maquillaje no se entera de cuántas cervezas queremos. "No mi amor no tengo" es lo único que le entiendo con claridad. Creo que se refiere que no tiene cerveza Club. Finalmente, en la mesa aparecen dos botellas de Pilsener y cuatro vasos, cada uno hijo de su padre y de su madre, que brilla al compás de una bola de luces de colores que es la única iluminación del local. El supuesto chapa ha entrado y se ha sentado en una mesa al lado nuestro, mientras la camarera no nos quita el ojo de encima y aparece cada 5 minutos para decir algo que no se  entiende o que ella no entiende.
-No se apure, que nosotros tomamos despacito.

Después de un rato sudando y respirando una atmósfera en la que el oxígeno no se ha renovado nunca, roto y pagado un vaso y tentada la suerte en un baño unisex, optamos por abandonar el bar donde dan el cambio en forma de chicles y tenemos la feliz idea de irnos a "La Oficina" (Léase karaoque atendido por una amiga que queda en plena ruta turística de las ruinas de las primeras cantinas de Coca")

Tomada la foto de rigor para el face en la parada turística -suerte que no había nadie mirando-, entramos en la oficina. Resulta que la dueña es compatriota y me enreda preguntando media vida. Cuando acaba el intercambio de "y tú cómo acabaste aquí" No veo a mis amigos. En el karaoke sólo hay parejas que se abrazan y un loco que se desgañita destrozando la canción romántica de turno. El susto dura unos segundos: no me han abandonado en tierra hostil, no. Están al fondo en una mesa pidiendo un par de heladas Club. Mis amigos son como los de la canción de Serrat.

¡Por fin la noche ha llegado a su clímax, todo está perfecto, estás en un lugar agradable, con dos buenas frías cervezas, desahogándote de todos los líos del trabajo, libre por fin!
- Mira quién está ahí.
Giras el cuerpo y la cabeza ciento ochenta grados. Sonriente en la otra esquina del bar está el tipo que mañana te tiene que hacer a las 8 en punto la entrega de hoy, alzando una mano y sonriendo mientras con la otra abraza a su pelada, y tú, cómo no, alzas la mano y sonríes y saludas recíprocamente. Olvidemos el detalle de que la pelada se parece a cierta estudiante en prácticas que trabaja en... No vamos a meternos en la vida privada de nadie. Aquí sólo importa la entrega de mañana, que, vacán para esta noche, empieza a convertirse en botellas de cerveza. Yo, en mi cándida inocencia, no me atrevo a ser tan mal pensado como mis amigos y digo que una cosa no tiene relación con la otra y que el tipo cumplirá, y entre risas y risas la noche sigue.

Lo malo de los karaokes es que olvidas en qué tipo de local estás hasta que la camarera en lugar de una cerveza te trae el micro y el cuaderno para que elijas una canción. Reniegas. Te resistes con todas tus escusas. Afirmas ser un analfabeto musical completo. Escondes la cabeza en el vaso de cerveza... y al final acabas cantando a dúo con el tipo de la imprenta "el ataque de las chicas cocodrilo". Cómo llegó la noche a este punto, no lo recuerdas. ¿Importa ahora acaso? La conversación está amena, hasta dan ganas de cantar. El tipo de la imprenta está eufórico, tus amigos está eufóricos, tú estás eufórico, las parejas que pueblan el bar no tanto, y miran raro a una mesa con cinco hombres que se parten de risa, pero no importa. Alguien tiene que pedir la canción de Serrat. O alguna aún más grande y más loca.

Poco a poco los amigos se van yendo y el karaoke se va vaciando aunque la música no cesa y uno tiene aún más ganas de cantar. "Una más, cerveza y canción todojunto".
Una más... Volvemos a ser los tres mosqueteros. El bueno, el feo y el malo que se pusieron de acuerdo para cruzar la noche varias horas atrás. Todo vuelve a su normalidad y en el karaoke empieza sonar topo gigio cantando "a la camita". Toca levantar vuelo. A las 2 es toque de queda en la ciudad. La única alternativa sería seguir la fiesta en casa, pero mañana hay trabajo aunque sea sábado. En la calle desierta caminamos buscando una intersección con más tráfico y un involuntario gesto con el brazo hace frenar y derrapar a un taxi que circulaba a 100 por hora y que ahora retrocede para recoger a tres clientes.

Es sábado. Son la dos de la mañana y sin sueño aún meto en la cama para no parecer un zombi al día siguiente. 4 horas después despierto aún cantando "has sido tú, te crees que no te he visto..."

He visto otra noche de esas imposibles. Otra noche que debió quedar en celuloide en forma de felinesca aventura. Falto de cámara, aquí dejo el guión.

lunes, 12 de octubre de 2015

En un parque de Quito

De amores indecisos aún por encontrar
de noches sin programa y sexo casual
de vidas desveladas en sueños y luchas
de ideas que vienen y van... dudas,
intercambio de sentimientos que abrir
al aire, al tranquilo y paciente escuchar
del amigo.

Esa es tu vida, yo... yo no soy confesor
tampoco psicólogo con ilustre diván
te miro y sonrío y busco en aire
en las gentes y el parque esa paz
que vive en la prisas de tu ciudad
no se curar, sólo compartir, y yo...
te escribo un poema.

Es otro de estos, con la rima
libre y sin acabar, como la vida,
encontrado una tarde en el parque
en dos ojos se miran de frente
que se ponen al día y comparten
dulces viajeros y secretos que arden
y no se apagan.

Y cuando lentamente cae la tarde
y el viento fresco calma la pasión,
la llama se refugia en un abrazo
y unos dedos se separan en bus...
¿Dónde será el próximo encuentro?
qué te contaré yo que aún no sepas
¿me verás de nuevo en tu misterio?

martes, 6 de octubre de 2015

De-consumo

Tengo el bolsillo lleno. Unos dirán suerte, otros recompensa por mi esfuerzo. Unos dirán "ahora puedes ser independiente", otros "mejor ahorra para cuando lleguen las vacas flacas", por otro lado dirán "¡suelta una cana al aire, vive la vida ahora que puedes!".

¿Acaso no estoy vivo, acaso no he gozado siempre de buena compañía, a caso no he tenido siempre la suerte de ser libre para elegir mi camino? ¿Que debería estar cambiando en mí? ¿Por qué algo debería ser distinto en mí sólo porque ahora tenga un buen sueldo?

En la ilógica del consumo, la ecuación dinero=bienestar es innegablemente lógica. El dinero representa consumo, y cuanto más consumes mejor vives. Gran falacia. ¿Vivir? ¿Puede ser acaso vivir ser vivir preocupado por procurarme un bienestar? ¿Y desde cuándo ese bienestar se escribe con cifras?

Estos días una vez más me siento y miro al río, a ese río que corre delante de mis ojos, por el que corro yo también, y, con el aire alborotándome el cabello en el rostro, miro mi pantalón gastado y me digo ¿qué demonios haces aquí? "Vivir, sí, vivir", me contesto. ¿Y por qué? "Porque creo en lo que hago, porque creo en los demás, porque quiero sembrar y soñar y crecer en los sueños de otros. Sin fama, sin fortuna, como una semilla que se lleva el viento o una canción anónima" Nunca perseguir la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción, decía el poeta. Cuanta razón. Y es que acá con el viento en mi pelo y mi rostro tostado por el sol, me reafirmo una vez más en que vivir es vivir sin fama ni dinero, y la fortuna... bueno esa siempre está esperando en el camino si uno actúa de corazón pensando en los demás. La fama y el dinero nos coartan y nos cortan la libertad. Y vivir es ser libres. Yo estos días siento que he perdido parte de mi libertad en favor de unas cuantas monedas de oro: hace un año me dedicaba con pasión a lo que me gusta, no me pagaban gran cosa, me daban casa, comida, compañía y libertad absoluta para organizar mi tiempo. No me faltaba nada. Ahora, dedicado por suerte a aquello que creo, me recompensan esa dedicación con dinero. Dinero para procurarme una casa, una comida, para poder ser independiente y procurarme otros placeres; pero también dinero que implica una terrible letra pequeña: cumple con tu horario, no descuides el calendario, la hora, el minuto. Si lo haces, puedes perderlo todo. ¿De qué me sirve, entonces, todo ese dinero si no tengo la libertad para disfrutar de los supuestos beneficios de él? Pero además ¿Estaba mi vida en una situación tan precaria e insatisfecha antes de tener acceso al dinero?

La respuesta a la última pregunta es un rotundo no. Yo vivía feliz, tranquilo, contento con lo que tenía. Y no necesitaba más. Es más, ni siquiera hoy lo necesito. Yo no consumo. Me niego a consumir. Me parece un terrible acto deshumanizador venderse comprando sólo porque uno puede comprar o porque otros han decidido poner precio a ciertos aspectos, productos o servicios de nuestra vida. Pero fuera de mi rebeldía contra esta sociedad-consumo, me doy cuenta de que mi accionar no es una piedra contra un cristal, un grito de revolución. No. No pretendo cambiar ni convertir a nadie. No rechazo un modelo. Simplemente no formo parte de él. No me importa tener mucho o poco, no me importa llegar a viejo o quedarme por el camino. No busco un final del camino, no ansío dejar testigos. Nadie es necesario en esta vida, y siempre hay alguien que recoge el testigo. Todo lo que quiero es vivir convencido  y entregado cada día a eso en lo que creo, y por esos en los creo y amo. Y no necesito más. Me doy cuenta de que no ansío futuro, de que no hay diferencia entre hacerme viejo y no hacer sí uno actúa y vive por lo que cree. ¡Qué terrible sería llegar a viejo sólo por inercia, "porque hay que llegar"!

Estos días, y todos los días disfruto de las cosas pequeñas. Busco los motivos pequeños para dar forma a mis días. Peleo, lucho, sufro, amo por mis ideales, por las personas y los proyectos en los que creo. No me importa dónde me lleven: la vida no es hacerse viejo y llegar a la meta. Es simplemente vivirla. Y para vivirla no hace falta equipaje, solo hay que respirar, respirar en grupo.

Estos días me doy cuenta de que cada vez necesito menos para mi mismo, y que me empeño en enseñar a los demás a necesitar también menos. Esa es la felicidad. Esa es la libertad. Estos días me doy cuenta de que el futuro no se labra con proyectos de seguridad personal, sino con ideales.  Y de que estoy listo. Me siento entero. Convencido. Mi pantalón gastado, mis sandalias envejecidas, mi pelo largo enmarañado por el viento y mi rostro al sol. Y una idea fija de caminar. Cada vez más ligero y más libre. ¿Durante cuánto tiempo? Eso no importa si se vive con convicción, y sin renuncias, pues el que no tiene, no teme, y no debe.

Me acuerdo una y otra vez de aquellas palabras que decía San Francisco: "necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco". No ansío bienes. No ansío fortuna. Siembro porque creo en mi sembrar. Renuncio a todo, hasta no sentir necesidad de renunciar a nada, salvo a quién soy. Nada en este consumo-mundo me ata.

Soy peregrino de esta vida. Descalzo y sin peso a mis espaladas

Me sigue la sombra de la luna
salto y esquivo la sombra de la luna

Y si alguna vez perdiese mis manos,
perdiese mi arado, perdiese mi tierra,
si alguna vez perdiese mi manos,
no tendría que trabajar más.

Y si alguna vez perdiese mis ojos,
si todos mis colores se apagasen,
si alguna vez perdiese mis ojos,
no tendría que llorar más.

Y si alguna vez perdiese mis piernas,
no me quejaría ni suplicaría,
si alguna vez perdiese mis pernas
no tendría que caminar más

Y si alguna vez perdiese mis boca,
todos mis dientes, norte y sur,
si alguna vez perdiese mi boca,
no tendría que hablar.

¿Te tomó mucho encontrarme?
Pregunte a la luz de la esperanza.
¿Te tomó mucho encontrarme,
y te vas a quedar esta noche?

Moonshadow (Cat Stevens)

jueves, 1 de octubre de 2015

Raíz

Llega un momento en la vida en el que uno empieza a echar la vista atrás. No al camino recorrido, no a años pasados y añorados, no. La echa mucho más atrás, mira a ese espacio que no pertenece al tiempo, a su tiempo, y que late perenne en el interior. Echa la vista atrás, descubriendo esa raíz, ese origen que le formó como es, ese agua que corre por ríos subterráneos que de pronto salta como adn diciendo "esto eres".

No para de resultarme curioso que, a mis 33, y tan lejos casa, encuentre el amor, el abrigo, la sonrisa, la paz de sentirme yo mismo en los versos de aquellos poetas que me hicieron leer a la fuerza en la escuela, en esas novelas "castizas" que uno "hojeaba" para pasar el año, o en aquellas canciones de discos de mis padres que no sonaban modernas, no pegaban. ¿Añoranza de una tierra lejana? No, no es eso. Tampoco es un renegar de este mundo global, pues cada vez más, me deleito aprendiendo y compartiendo con gentes de aquí y allá, aprendiendo nuevos idiomas, bebiendo de melodías extrañas cuyas letras no entiendo pero alcanzo a sentir; y no añoro ninguna tierra, cada vez me siento más "de todas partes".

De algún modo es un redescubrirse. Un acercarse a esos sonidos "del pueblo", esos que no obedecen a modas y siempre están ahí, inmutables. Esos que nuestros padres y maestros intentan inútilmente grabar en nosotros de niños, que se sueltan dejan una ligera pátina que ahora, entrando en esta vida adulta, uno empieza a redescubrir. Qué misterio la edad, esa que ahora me hace entender al incomprendido Don Quijote hasta tornarlo mi héroe, esa que me despierta la poesía de Lorca o de Machado, esa que me hace desempolvar viejos discos que me traen aromas de campos de trigo, de olivos y de mares...

Ese misterio de la edad que bajo esta noche de selva tropical, me hace quedarme dormido, acunado por la magia de ese mare nostrum, reconociéndome en él, mientras Maria del Mar Bonet canta Mercè...