El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 30 de agosto de 2015

Color en el blanco

Así lleva por título una bonita canción de Sergio Makaroff. Me la acaba de recordar una foto que me manda mi amigo Kiko, sonriente delante de casa, con el buzón repleto de propaganda, como el de Makaroff.

La verdad es que ya nadie escribe. Los buzones se llenan de propaganda de los supermercados, de las últimas ofertas del mes, de restaurantes, de cursos de idiomas a distancia y de mi y una tonterías más, pero ninguna carta. Ya ni los estados de cuenta del banco, ni el recibo de la luz. Los coleccionistas de filatelia han dejado de recortar sellos curiosos de sobres propios y ajenos y van a las oficinas de correos a comprar sellos nuevos para su colección. ¿Dónde quedó el romanticismo de las pequeñas cosas de la vida?

Escribir es romántico. Hasta el escribir un oficio de respuesta tiene su gracia y sabor, ese de crear el ambiente adecuado para responder, de elegir las palabras precisas. Hasta eso se está olvidando: jefes que contratan secretarias para que les redacte oficios que ellos sólo aprueban, memorándums escritos en versión telegrama e impresos en hojas tamaño mini-cuartilla, en los que se esconde un ahorro de palabras debajo de un ahorro del papel.

En nuestra cultura del dedo índice y el pulgar, nadie escribe. Nadie gasta papel, nadie empuña una pluma, ningunos dedos conocen de memora y sin intercesión de los ojos las tecas sonoras de una máquina de escribir o de un teclado. Mi casa no tiene buzón. No tengo casillero en la oficina de correos; triste es que las cartas entren por debajo de la puerta, pero más triste aún que no entren y el quicio se va atascado por la horrorosa propaganda.
Como triste es también que mi buzón de e-mail, el culpable acusado de matar a las cartas de papel, esté vacío de verdaderas cartas y sólo reciba telegrámas o correos automáticos que comienzan diciendo "do not reply" (no responda). No, ni siquiera en estos medios ecológicos la gente escribe. Todo se ha vuelto rápido y telegráfico: una foto, un guiño, un saludo con dos palabras mal escritas en un chat o en una red social. Un mensaje multimedia que hace daño a la vista. Una videollamada de 15 minutos. Un hola y una adiós fugaces. El eco del recuerdo de una breve conversación que se va apagando en nuestra cabeza según pasan las horas y los días.

Mi abuela decía que prefería las cartas a las llamadas de teléfono porque las primeras duraban más. Las podía guardar en un cajón en la mesita volverlas a leer de nuevo, descubriendo con cada nueva lectura nuevos matices, nuevos sentimientos. Ella sabía de la poesía y del romanticismo necesarios en nuestra vida para vivir felices y sanos. Ella sabía de la lentitud que da sabor y sazón a nuestras vidas, era conocedora de los peligros insípidos de una vida cocinada en olla exprés. Por eso hoy, que es domingo y el viento sopla lento en esta ciudad a orilla de un río que fluye a su ritmo, me hago a un lado del torbellino de mensajes en forma de palabras mutiladas e imágenes prestadas y, cuidando la ortografía y pensando cada palabra, dejo que los dedos baile armoniosamente sobre el teclado de este computador y hagan que surja una vez más la magia y el romanticismo, la poesía y la sal de esta vida cocinada, como debe ser, a fuego lento.

Ya van dos cartas enviadas hoy. No se si obtendré respuesta, no me importa. Sé que alguien las leerá, una, y luego otra vez, y luego otra más. Y en cada una de ellas descubrirá alguno nuevo, y en todas ellas se encontrará conmigo, como si todos los días me metiese en un sobre y llamase  a su puerta desde la saca de un cartero.

"I'm a-gonna wrap myself in paper,
I'm gonna daub my self with glue,
Stick some stamps on top of my head,
I'm gonna mail myself to you"

"Me voy a envolver en papel, me voy a aplicarme pegamento, me podré unos sellos encima de la cabeza, me voy a enviar por correo para ti" cantaba Woody Guthrie a sus hijos. Me uno a él.

A ver quién es el primero en abrir este sobre y escribir la respuesta.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Camino del polvo

"El Estado Islámico ha dinamitado el templo de Baal en Palmira". Mi mente se llena de rabia e impotencia, a la vez que cientos de diarios online se apuran por ser los primeros en conseguir las fotos difundidas por la red de los militares islámicos colocando explosivos y del templo hecho añicos, a la vez que un montón de colegas inundan páginas web, académicas o no, dedicadas a la historia o la arqueología en las que describen el enorme valor cultural del templo, su características únicas, y el lamentable o terrible hecho que constituye su desaparición.

¿Y? ¿Ahí se va a quedar todo? ¿Eso es todo lo que sabemos hacer, eso es todo lo que nos importa la destrucción intencionada y deliberada de un monumento histórico? La actitud de la prensa la entiendo, al fin y al cabo la prensa ya hace mucho que se convirtió en ave de rapiña, pero ¿la de mis colegas de profesión? ¿Cómo entenderla, cómo aceptarla? ¿Cómo pueden ante un hecho como este, contentarse con contar las maravillas únicas de un templo de una civilización, como si estuviesen escribiendo un página de una enciclopedia o un atlas de la antigüedad para que algún estudiante o aficionado a la historia sueñe algún día con viajar a Siria, o con seguir los pasos eruditos y convertirse algún día en historiador y arqueólogo? ¿Cómo pueden contentarse con escribir de un templo que ya no existes porque hace tres días que lo han volado en pedazos, en el mismo tomo de lamento y resignación edulcorada con el que hablan de alguna de las 7 maravillas de la humanidad, desparecidas hace milenios?

¡Por dios, no se trata de que haya desparecido un templo, por muy especial que sea! ¡Se trata de que ha desparecido hoy, en agosto del 2015, y no ha desparecido por una catástrofe natural, o por abandono, sino por la acción deliberada y justificada (al menos autojustificada) de un grupo de personas! Un grupo de personas que está intentando borrar de la faz de la tierra todo resto que nos recuerde que un día fuimos algo diferentes de eso que ellos quieren que seamos hoy día. Eso señores, compañeros de profesión, eso, es lo terrible. Y el hecho de que lo estemos consintiendo es más terrible aún.

Sí, consintiendo. No se me enfaden. Lo estamos consintiendo. Su escrito no es denuncia, su tímida denuncia, las pocas veces que la hay, no sirve porque no llega a ningún lugar, no sale de un círculo de eruditos y del circo de los mass media. Así que lo están consintiendo, mientras no hagan otra cosa, lo están consintiendo, son cómplices de la destrucción y peor aún, están dejando las puertas abiertas para que esta barbarie, ese sometimiento, ese lavado del cerebro, ese borrado del pasado suceda mañana en sus calles, en sus ciudades, con total impunidad. Porque, no se si se han dado cuenta, pero en muchos aspectos, Siria no están tan lejos de nosotros, de Europa, o de América.

Nuestros mapas ya no son geográficos. No necesitan organizar ninguna misión de rescate de piezas arqueológicas, no necesitan alistarse a ningunas filas e ir a luchar a Siria. La guerra de Siria no es un enfrentamiento local, de dos facciones cuya tensión ha vuelto a estallar. La guerra de Siria está urdida y pensada en las altas esferas de la política internacional, del sistema neoliberal, y responde a intereses políticos, sociales, ideológicos y económicos de unas personas que están mucho más cerca de las casas de todos ustedes, en sus ciudades europeas o americanas, que lo están de Siria. Responden a un plan prediseñado que todos avalamos cuando nos quedamos conformes sentados en casa mirando la televisión, y pensamos pobres griegos, o pobres sirios, o pobres iraquíes (o pensamos en ellos sin el adjetivo pobres detrás) pero no nos movemos. No protestamos. No nos manifestamos. Estiramos el cuello un poco más escapando del agua, como jirafas lamarckianas aunque sabemos que esa teoría es probablemente errónea. Seguimos una y otra vez votando a los mismos, viendo el mundo muy de lejos, y pensando, cuando de pronto nos salpican los acontecimientos, "no es para tanto, está bien".

Cuando estos días veo las imágenes de esos ciegos alimentados por las finanzas internacionales dinamitar monumentos históricos, vienen a mi mente las imágenes de los talibanes disparando cañonazos a estatuas de buda hace más de 10 años en Afganistán, o las de los bombardeos sobre la acrópolis de Atenas durante la Segunda Guerra Mundial; pero también historias como la publicada hace unos días en un diario español sobre un milenario dolmen prehistórico que al parecer unos operarios municipales en un pueblo de Galicia convirtieron en mesas y bancos de merendero.

Los comentarios de mofa y chiste sobre el dolmen gallego ganaban por goleada absoluta a aquellos más serios. Sigamos así y mañana alguien dinamitará una catedral gótica. O de una manera más sutil, la convertirá en bodega, recalificará un asentamiento de "campo de urnas" en terreno apto para construir chalets de lujo, y luego cerrará los museos "porque no enseñan más que mentiras" y nosotros asentiremos y nos quedaremos en casa viendo el último programa de "supervivientes en medio de una selva" que en realidad no es selva sino un decorado de cartón, igualito al que amuebla el interior de nuestras cabezas.

Un día olvidaremos totalmente de dónde venimos y con ello quiénes somos realmente. Tan ciegos de poder construir nuestra historia desde el presente, tan convencidos de que eso es "vivir mejor, más cómodos", desapareceremos envueltos en una nube de polvo igual que los dinosaurios, pero esta vez no será ningún meteorito el culpable, sino nuestro propio conformismo. Y cuando millones de años después, otros seres vuelvan a poblar la tierra y nos desentierren, no nos darán nombres elegantes en latín, no. Sobre nuestros huesos escribirán sin más "Los gilipollas".

martes, 25 de agosto de 2015

Histeria colectiva

El lunes pasado llegaba apurado (como siempre) al museo el lunes en la mañana. Dando vueltas por la plaza semicubierta del edificio había dos policías que ni se percataron de mi breve "buenos días". Creo recordar que siguieron caminando por el edificio buena parte de la mañana.

El martes, a la misma hora, yo con el mismo apuro, vuelvo a encontrarme con los mismos policías dando vueltas al patio del edificio. "Buenos días". No hay respuesta.

Es ya miércoles. Yo sigo apurado, no se porqué siempre llego con las justas. Saludo al conserje y reparo, sin querer, en los dos policías, los mismos de ayer, los mismos del lunes, ahora sentados tranquilamente en un banco de la entrada. Sonrío para mí y frunzo el ceño después. No está de más tener dos polis en la puerta, sobre todo después de que nuestro guardia es tan joven que no parece guardia y nosotros tan burocráticamente limitados que no podemos ayudarle con un uniforme, aún así ¿por qué dos policías así de pronto? En fin, no te metas en más asuntos que ya tienes la agenda (y la cabeza) a punto de rebosar.

Un día más. Ya es jueves. Hoy ha llovido de madrugada. Llego después de mi carrera de obstáculos típica de un día de lluvia para toparme en la puerta de museo ¡con los mismos dos maderos! Hoy un seca con la mano el banco mientras el otro mira de pié como su compañero seca el banco (o se mira los zapatos -relucientes-, no estoy seguro) Pero bueno, ¿que pasa aquí? Ya no aguanto más el misterio y me acerco a ellos:
- Disculpen ¿Ocurre algo por aquí, algún problema especial,.. ? Les veo por acá todos los días y...
- ¿Eh? No, no es por el internet gratis.

¡Toma ya! ¡Por el internet gratis! Casi me caigo para atrás. Luego me voy al baño y me miro al espejo y comparto mi sonrisa y sonrojo con mi yo reflejo. Qué país ¿Quiere seguridad en la oficina? Pues ponga una red Wi-Fi abierta y tiene poli asegurado...

Hoy para variar aparecimos rodeados de militares. Toda una revista militar en el malecón, posando junto a las palmeras con casco, escudo y fusil en mano, paseando como simples turistas, y haciendo guardia en la entrada del edificio, en el patio, en el auditorio. El primero que me topo lleva los audífonos puestos y pasa el dedo sin ningún disimulo por el celular. ¿Qué sucede, se han corrido la voz las fuerzas del orden, y todas vienen ahora a disfrutar del internet gratis del museo? Ni idea. Estos tampoco escuchan mi buenos días ni dan explicaciones.
A media mañana, mientras retiro una encomienda aprovecho mi paseo citadino para conversar con quien me encuentro de camino de la peculiar estampa del museo esta mañana. "Debe ser por el aviso de paro. Ya sabe, cuando parece que va a haber bronca, mandan protección a los edificios públicos para evitar cualquier tipo de altercado".
¿Bronca por paro? En fin, no estoy muy al día de las noticias locales. En el país hay quien dice que el río anda revuelto y que las cosas están muy mal, incluso a punto de estallar. Yo me regreso tranquilo al museo. Mis queridos milicos siguen tranquilos descansando en un banco, con la mirada perdida aunque serios, unos mirando su fusil como queriendo comenzar una conversación íntima con él, otros practicando algún deportes similar al candy-crush con su celular.

Por lo menos hoy tengo la sensación de que no va a pasar nada raro. Es todo histeria colectiva y rumores propagados por un par de ruidosos con ganas asustar a la gente para su propio beneficio. Seguro. Echo la mirada atrás y pienso en la última intentona de golpe. No había policías ni militares paseando por las calles. Llegó completamente sin avisar, como llegan esas cosas. Quizá me equivoque, pero mientras tengamos militares tiñendo de verde el malecón y disfrutando del Wi-Fi, el país funciona. No hay tanta "crisis" como los histéricos nos quieren hacer creer.

sábado, 1 de agosto de 2015

Somos distintos

Hay un río que corre silencioso bajo el concreto una red, un tapiz que urden miles de manos anónimas. Lazos libres y hermanos, lazos distintos y únicos,
manos se tocan, cuerpos que se abrazan y se funden, que ante los ojos no encajan pero se funden y alimentan la llama de la esperanza.

Es el río que da color a la ciudad, y la libera de su encierro gris monopolítico. Es el río de los que no cuentan porque no quieren contar, el río de los que se construyen desde el otro, el río de aquellos que se buscan a sí mismos para mantener vivo el conjunto.

Es un río que corre contracorriente, por las calles cuesta arriba de la ciudad, que salpica a los extraños y les deja pensativos, alarmados. Es un río hecho a mano. Un río de telas cosidas a mano, de manos de alfarero y artesano, un río que habla idiomas maternos, un río que canta mitos y siembra árboles perennes.

Un río que recicla, que viste ropas usadas, que enseña materias sin pénsum en las aceras, un río que baila descalzo, que ocupa casas olvidadas y les da vida, un río que no sabe de modas y de estándares, que se ha hecho a si mismo y vive.

Un río que abraza el futuro sin sentirse esclavo de él, que habla de libros que nadie lee, que escucha músicas que no están en la radio ni en la tv, un río reparte besos en persona, un río que no sabe vender, sólo compartir, un río que libera código y regala mundos a cambio de un gracias.

Son gentes de rostro nativo
son mestizos que buscan raíces
son jóvenes liberados de clases, abiertos al mundo
son programadores con amor al arte... y la humanidad
son artesanos sin torno ni máquinas
son costureras de palabras sabias
son pescadores agradecidos con las aguas
son sembradores que miman la tierra y son dones
son luchadores que alzan la voz y el rostro

son gente distinta
son la pincelada de color en un mundo gris
que ha olvidado quién es.