El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 14 de marzo de 2015

Carrera de obstáculos

A la 6 de la mañana rompe el alba. Mi despertado suena como un frenético grillo y mi brazo como un resorte lo atrapa y lo apaga, no se si para no negar que estoy despierto o para no despertar al vecindario: hace ya unos minutos que escucho en duermevela los rezos de cuaresma de las vecinas.

Me miro en el espejo mientras abro el grifo de la ducha y espero a que el agua se enfríe: la ducha eléctrica se ha propuesto desde hace un tiempo poner el agua a hervir. Hoy no me toca afeitarme así que puedo pasar más tiempo bajo el chorro de la ducha. Duchado y vestido, el espejo rebela una mancha en mi camisa recién puesta ¡No puede ser!
Después me 5 minutos frotando frenéticamente con un poco de saliva, me doy cuenta de que la mancha está en el espejo. "Bien, bien, hoy estamos bien despiertos ¿eh?"

El desayuno, aunque me proponga llegar antes y hacerlo más tranquilo, tiene lugar a cien por hora y casi sin conversa. Mochila al hombro, parto hacia la carrera de obstáculos de la mañana. Hoy no llueve, pero ha llovido toda la noche y lloverá en cualquier momento, la calle, en obras sempiternas, es un charco enorme de aguas sucias, rodeado salpicado de pequeñas islas y rodeado de veredas irregulares y desechas. Las vecinas de la entrada comienzan a colocar en la poca acera que aún está sana sus carritos con la colada, o el café o el desayuno recalentado del día de hoy para aquellos (aparentemente el 90% de la población) que prefieren desayunar de pié en una calle de barro con ruido de excavadoras y tránsito de camionetas y personas, en lugar de hacerlo tranquilamente en casa.

En la esquina no hay como pasar. El hueco de la tubería, ese que taparon ayer, hoy es aún más grande. Alguien se equivocó ayer. El charco en la acera también es más grande, intento no caer en él, pero no hay remedio: el frío del agua en mi sandalia me recuerda que estoy en medio de la selva, en una ciudad de esas construidas siempre a medias, donde la gente, por no haberlo conocido nunca, no parece tener amor a disfrutar de una ciudad limpia, ordenada y bien traza. El inculcar ese amor propio es parte de mis propósitos aquí.

Mientras pienso en cosas quizá irrealizables, camino raudo esquivando personas y charcos. Desde hoy no se puede ir por la calle del centro, se ha sumado a la larga lista de calles cortadas por obras. Por la izquierda está la tela de araña de cuerdas tendidas de farola a farola preparadas para colgar unos horribles plásticos negros que protejan de sol y lluvia a los vendedores, o para cortar la cabeza a los que medimos más de 1,70 y caminamos despistados. Me voy dando un rodeo por el parque. Los comercios empiezan a abrir, descargan mercancías, sacan de su interior los mil y un tereques que guardaron a presión la tarde anterior y los colocan de nuevo en ese anexo de la tienda que es la acera. Salto entre los coches, los camiones, los perros y los cajones repletos de frutas, de materiales de ferretería, y de mil y una cosas más, En la puerta del colegio se apelotonan varias docenas de madres acompañando a sus hijos a la escuela un día más. Hoy por lo menos está el municipal desafiando el tráfico de la calle peatonal para que no haya desgracias. Dos cuadras más y llego al trabajo. Prefiero no mirar la hora del reloj.

El barro de ayer es hoy un chocolate espeso mezclado con arena a la puerta del trabajo. Hoy parece que los obreros se han dormido, aún no tiembla la calle con el pasar de las máquinas. Sin pensarlo, dos veces, cruzo por donde puedo y me cuelo por la puerta lateral del edificio donde voy a pasar las próximas cinco horas. El guardia sonríe y me alcanza la hoja para firmar y fichar. Con un buenos días hecho y garabato y suspiro. Mientras subo las escaleras hacia el segundo piso, miro por la cristalera hacia esta ciudad de cielo gris encapotado. "En unos meses lucirá más elegante" pienso. Me viene a la mente aquella llegada a Lago Agrio, ciudad gemela de ésta, un día de tremendo sol, saliendo de un bus para caminar por unas polvorientas calles a medio arreglar, las obras, las interminables obras de aquel primer año, las carreras de obstáculos, los charcos...
Sí, los charcos. Aquí siempre hay charcos cuando llueve, y llueve casi todos los días. Al otro lado del río, en la orilla verde, la lluvia no deja charcos, los niños descalzos corren por trochas, por caminos de tierra y lodo, para llegar a la escuela, mientras los autos de los petroleros avanzan impasibles hacia el interior de la selva, ajenos al espectáculo del nuevo día, ese que de nuevo, sigue siendo gris, salpicado de verde.

Voy a pintar un poco más de verde hoy, a ver que pasa. Y mañana también. Y pasado mañana. Voy a seguir esquivando obstáculos contracorriente, sonriendo al estúpido progreso, diciéndole con una mirada pícara "a ver si me atrapas".

domingo, 8 de marzo de 2015

Rostros de mujeres


 Compañeras de lucha, en este día de la mujer trabajadora,
con cariño.

Se llamaba Elizabeth
y era pirata en sin patria ni ley
surcando los mares
del caribe del sur

En el espejo Anouk
se pintaba para un hombre
tarde, en un café de París
fin de siglo, buscando libertad.

Y en las noches de Marrakech
cantando a la luna Fátima
sensual cimitarra sin miedo
escapaba liderando el harén.

Mientras Soledad leía los libros
prohibidos al sexo femenino
viajando a bordo de un tren
más cerca de la vida, más lejos de él.

En una calle en Nueva York
dos niños decían adiós a Edith
un silbido de factoría textil
tejiendo sueños, un nuevo vivir.

Cien policías de rostro tapado
calles con humo y barricadas
rostros llorando, hambrientos
Rosa, impasible, firme, sin miedo.

Pasa la página, la de muñecas,
la de la plancha y la rueca,
y la del príncipe azul, y
Sara abre los ojos y sueña:

hoy tiene por heroína a su maestra,
una sindicalista es su princesa
quiere dar nueva forma al mundo
quiere ser pirata, de sí misma dueña.

Diferentes y por eso iguales,
me veo yo también reflejado en ellas
comparto sus luchas y lágrimas
las reivindico en estas letras.

sábado, 7 de marzo de 2015

Capitalist Republic of China

He comprado una linterna barata en una de esas cacharrerías que abundan en tantas ciudades, uno de esos bazares donde todavía se puede encontrar de todo, pero que han perdido todo lo exótico que tuvieron -por eso quizá nadie los llama ya bazares- y se han vendido a la moda del plástico y la caducidad.

Igual sirven para engañarnos a los tontos con linternas de 6 dólares que durarán 6 meses. Me asusta pensar que ese sea el precio y la duración de nuestra sociedad, pero así es: llevamos cuánto ¿200, 300 años? desde que Adam Smith escribo el condenado libro y una y otra vez nos empeñamos en borrar nuestro pasado para vender un nuevo presente. Del futuro, nadie habla ni hablará.

El caso es que al llegar a casa, observando mi linterna de plástico sin tornillos (soy de esos que se entretienen leyendo las letras pequeñas de las cosas) leo Made in P.R,C, ¿Qué demonios es eso? O mejor dicho, ¿dónde demonios está eso? Al cabo de unos minutos, me doy cuenta: P.R.C,: People's Republic of China, es decir República Popular de China. Parece que a los chinos les ha dado porque se les llame por su nombre y apellidos. Me hace gracia, la verdad, el juego de eufemismo seguramente usado para ocultar el denostado Made in China de toda la vida. Hay que vender, y si un nombre huele mal, lo cambiamos por otro, y si además el oficial suena mejor, perfecto. Aún así hecho la carcajada pues es como si en lugar de Fabricado en España escribiésemos "Fabricado en el Reino de España", aunque en este otro caso no funcionaría económicamente, más bien supondría la ruina de las fábricas españolas.

Después de reírme, y mientras dejo la linterna en la mesa, me pongo a pensar ¿Qué le queda a esa China de República y de Popular? ¿Y acaso no es lo mismo República que Popular? La redundancia supongo que se debió a la prostitución del término República que en nuestra sociedad capitalista acabó convertida en Res privata, y por ello las repúblicas socialistas tuvieron que empezar a hablar de "repúblicas del pueblo" para marcar la diferencia.
Pues bien ¿Qué le queda a China de república del pueblo? Solamente un nombre, un título oficial que vale lo mismo que un título universitario comprado a peso por alguno de nuestros corruptos políticos.

China es el único país comunista con el que nadie se mete. ¿Por qué? Porque su economía es tan capitalista como la que más, es adalid del neoliberalismo y del crecimiento desenfrenado y excluyente, de esa globalización para unos pocos.
De China me llegan noticias de partido único, falta de libertad de expresión, de represión. Llegan también noticias de condiciones laborales pésimas, de trabajadores viviendo y trabajando en condiciones deplorables, produciendo productos de pésima calidad a muy bajo costo, de tremendas desigualdades sociales, de trabas insuperables para superarlas.
No se cuánto de esto es cierto. No me he metido de lleno a leer sobre la realidad social de China en la actualidad, pero por las pincelas de China que llegan hasta aquí, mucho me temo que todo ellos totalmente cierto y real, y que no es más que la punta del iceberg.

Aquí, en Ecuador y en otros países, China no llega en forma de noticias, o en forma de los productos de dos centavos made in China (perdón, P.R,C,) llegan en forma de cuerpos de ingenieros y trabajadores que hacen puentes, complejos hidroeléctricos, que explotan nuevos -y viejos- campos de petróleo; en forma de empresas que venden tecnología, maquinaria industrial, vehículos, etc. Toda una fuerza avasalladora cuyo fin no es exportar un nuevo modelo, una nueva forma de hacer las cosas (ese otro camino del pueblo tantas veces soñado), no, su fin es competir con las empresas norteamericanas, europeas, rusas, ecuatorianas, competir como sea por hacerse por el mercado. Y así, las chifas (restaurantes chinos) se vuelven "populares", entendiendo por ello "bajar los precios, ofrecer peores alimentos para ganar más", los campos petroleros chinos empiezan a ganarse la fama de ahorrar en medidas de seguridad y remediación ambiental, y los patronos de estas empresas petroleras de la República Popular de China empiezan por bajar el sueldo a los trabajadores.

¿Les suena de algo el cuento? Seguro que sí, es el que ya vivían y vivíamos antes de que llegaran los chinos. Al final, al otro lado de lo poco que queda de ese telón de acero, viven igual que nosotros. El pueblo no importa, no es más que efímera mano de obra par servir a los fines de unos pocos.

Ya va siendo hora de acabar con viejas imágenes y falsa propaganda, y de empezar a llamar a las cosas por su verdadero nombre. Bienvenidos a la República Capitalista de China. Gracia por ayudar a construirla con tu consumo diario.