El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

martes, 30 de abril de 2013

Sueña

Sueña despierto, sueña mañanas
abre tus ojos, siente tu alma
calla el llanto, siembra esperanza
derrota el miedo con luces cálidas

Sueña despierto, rompe crisálida
libera tu ser, abre tus alas
escucha al pájaro en tu ventana
entrégate al viento de la mañana.

Sueña despierto, habla sin pausa
con voz de niño, palabras sabias
doblega al necio y sus falacias
abraza al otro con manos francas
Sueña despierto, sueña palabras
que se hagan hoy verdades claras
que crezcan fuertes y no se partan
bajo los filos de las espadas.

Sueña despierto, sueña mañanas
aunque la noche sea muy larga
corre un río de aguas claras,
si sueñas hoy, verás el alba.

domingo, 28 de abril de 2013

Cosas que pasan por la selva

-Le triago mi portatil, mire, no se que le pasa, pero se ha quedado con la pantalla gris. Deben ser virus.
-No, no son virus, son hormigas.
-¡¿Hormigas?!
-Sí, les encanta el sabor de ciertos cables y circuitos, sobre todo los de marca Toshiba que son los más dulces.
-¡¡¡!!!
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9 y pico de la noche. Los chicos de la residencia 2 no se han acostado y están formando una bulla general en la entrada. ¿Qué sucede, motín general? Para nada, simplemente sucede que mamá perezoso e hijo salieron de paseo y decidieron quedarse un rato colgados de las rejas de entrada de la residencia. El incrédulo director, preparado para gritar qué pasa y echarles la bronca, se desfinfla de sus iras y empieza a velar por los pobres perezosos (los estudiantes no, los mamíferos arbóreos) para que no les pase nada y regresen sanos y salvos al bosque.

Cosas que pasan acá por la selva. Supongo que no tienen mucho de extraordinario. Las hormigas simplemente prueban nuevas recetas culinarias, y la familia perezoso, al encontrarse con treinta chicos a los que se les pegan las sábanas todas las mañanas, encuentra un lugar donde se siente como en casa y decide cambiar su árbol por la residencia de estudiantes.
Y el hombre, que es él mismo lo único raro que pasa por la selva, sigue caminando, rascándose la cabeza y preguntándose cómo pueden suceder estas cosas, sin darse cuenta de que ni el mundo gira a su alrededor, ni está él por encima de las demás cosas de este mundo.

miércoles, 24 de abril de 2013

Dos mundos separados

La vida en esta región del planeta a menudo se me asemeja a dos mundos separados por un ancho cuyas orillas se pueden cruzar, pero nunca unir aunque a menudo parezcan encajar la una en la otra como si fuesen piezas de un puzle.
Para muchos la otra orilla no existe, o la miran con desdén, como tierra sin dueño, vacía o que “mejor estaría vacía”. Para otros es tierra a conquistar o reconquistar según el bando, y para otros -pocos- son dos piezas de un puzzle que intentan encajar.

Para el 90% de las personas, la selva no es más que plantas. Un lugar desconocido, inhóspito, lleno de mosquitos y peligros donde no hay nada. Ni siquiera son conscientes de que es de debajo de esa selva que sacan el petróleo. Son muy pocas las personas que conocen y reconocen que en esa selva viven también personas, personas que son tan ciudadanos como cualquier otro ciudadano del país, personas a las que se les ha negado el derecho a ser individuos y ciudadanos simplemente por vivir de una manera diferente.
Y para aquellos pocos que lo reconocen, la convivencia se hace muy complicada. Incluso aquellos que trabajan con ahinco y esperanza para hacer encajar el puzle no acaban de entender bien la realidad que enfrentan: las fórmulas, los modelos, los esquemas organizativos de vida que se aplican en otros lugares del país no se adaptan a la realidad de una geografía y unas gentes muy distintas. La reacción ante esto suele ser de enfado con las gentes, que no quieren hacer un esfuerzo por adaptarse, cuando debería ser un enfado con uno mismo que no quiere adaptarse a la realidad. Ese proceso de adaptación debería darse de ambos lados pero ¿dónde fijar el límite?

Yo mismo tengo claro que esto no es Quito. Ni siquiera es una zona rural cualquiera del país. Muchos esquemas y modelos no encajan, por las limitaciones geográficas, y sobre todo por un modelo de vida y de encarar el mundo muy distinto al occidental y tan válido como este. Por eso pienso que quizá nunca nos podremos de acuerdo, nunca conseguiremos que encaje el puzzle. Al final será la ley del más fuerte, y una de las dos orillas sucumbirá a la otra, quedando reducida su riqueza original a unas tenues pinceladas de color sobre los edificios y el trajín cotidiano. Porque la otra solución, es casi totalmente utópica: mantener las dos orillas separadas. Utópica porque sólo interesa a unos pocos, muy pocos, una minoría que aspira a vivir sus días en ese mundo, ese universo particular que no va más allá de los límites de la selva, esos límites del mundo, como el abismo donde antaño acaba el mar.

Los límites del mundo los pone el ser humano y en este mundo hay muchos otros mundos perfectamente definidos. Sigo pensando que la coexistencia de todos ellos es posible siempre y cuando partamos del respeto a los otros. No niego el espíritu de aventura, de crecimiento, de ir más allá de lo desconocido, pues es parte intrínseca del alma humana, pero ello no implica la destrucción del otro, sino todo lo contrario: la admiración y el respeto ante otras formas de organizar el universo y el universo particular que es nuestra vida.

Seguiré pues, haciendo campaña para que se deje solos y tranquilos a unos, en sus bohíos en medio de la selva, como seguiré respetando y sonriendo ante algunas costumbres locales, aunque desordenen los horarios, no encuentren justificación en la burocracia y nos parezca que son un atraso que va en contra del progreso del país y del bienestar de unas “pobres gentes que no saben lo que hacen porque no han recibido educación”.

domingo, 14 de abril de 2013

Huelga a la japonesa

Alguna vez leí, aunque no se si es realmente cierto, que en Japón cuando se ponen en huelga, lo que hacen es trabajar horas extra. Quizá sea uno de esos falsos clichés que circulan por la red.
Aquí sucede algo parecido. Se quiere superar el atraso trabajando a destajo. Hay que trabajar más tiempo y más duro, para ponernos al nivel de los demás, para superar todas nuestras carencias. Sin embargo, eso no da siempre el resultado adecuado.

En educación, en este país, se han empeñado en hacer trabajar a los maestros como a cualquier otro trabajador. No les falta razón, el desorden que había y todavía hay en educación es considerable. Llega a tal extremo que si no se aplicasen medidas férreas, horarios y calendarios escolares con poca flexibilidad, y reajustes salariales entre otras medidas, la situación no cambiaría. Sin embargo, me pregunto estos días si las medidas tomas son las acertadas. Personalmente, no me importa trabajar más días, a menudo hago horas extra -ya se que mi modelo de vida no es el de todos los comunes- y lo hago con gusto, aunque reconozco que también es necesario el ocio y el descanso. Digo esto porque, mientras se alarga estos días interminablemente el calendario escolar, y se obliga a permanecer en el centro a profesores dedicados a tareas pedagógicas y de programación para mejorar la educación del país, me parece que los resultados que se obtienen u obtendrán no son los esperados.

En mi colegio, y después de hablar con otros amigos docentes, al parecer también en otros centros (me atrevería a decir en la mayoría) los docentes no saben programar, no saben qué hacer con el currículum y las disposiciones ministeriales, no saben en que ocupar las “horas pedagógicas”. Así, en lugar de un grupo de profesionales trabajando en pro del futuro del país -una buena educación es el único futuro posible para un pías, tenemos grupos de personas que esperan sentados cazando moscas y mirando una y otra vez el reloj esperando que de la hora irse a casa.
Es como si a un niño de escuela le encerrásemos con una ecuación de segundo grado sobre un papel y le pidiésemos que la resuelva y para ello lo único que le diésemos fuese tiempo y más tiempo. El resultado sería siempre el mismo. Así, estos días no puedo si no preguntarme que voy a lograr como rector (encargado) de mi colegio teniendo a los profesores “encerrados” quince días más en julio o agosto, “programado” el año lectivo cuando aún no saben programar. Mejor, creo, haría el ministerio obligando a los profesores a asistir a talleres de formación y actualización, de modo que después puedan realmente aplicar algo en las aulas.
Quizá para mejorar las carreteras del país lo que hay que hacer es trabajar las 24 horas del día en tres turnos de 8 horas, siempre con alguien revisando que se tapan todos los baches adecuadamente, pero en educación el cuento es distinto. Distinto porque para ser profesor se requiere una formación mayor que para ser peón de obra -todo hay que aprenderlo en esta vida, pero hay profesiones más sencillas que otras-, y de nada vale por lo tanto estar 24 horas tapando baches si no sabemos como hacerlo, que es lo que sucede en las escuelas y colegios del país.

Por todo ello desde aquí y desde mi humilde experiencia, invito a las autoridades competentes a que reorienten su política de educación, haciéndonos trabajar sí, pero con la cabeza bien formada, que no son baches lo que tapamos, pues las cabezas de nuestros alumnos nunca han estado vacías ni llenas de huecos, y necesitan de profesionales que realmente sepan lo que hacen antes de empezar la labor. Y que no olviden además, que, en educación no sólo es necesario llenar mentes de datos planificados: el ocio, la vida en común, las relaciones sociales y el ámbito familiar son tan importantes como el ámbito académico.

miércoles, 3 de abril de 2013

Mejor en una vieja libreria

Cada vez nos movemos más por internet y menos por las calles. Nuestras relaciones sociales tienen ahora más amigos en el Facebook que en la vida real, y, aunque este mundo de unos y ceros disfrazados amenaza cada día con tornarse más real a fuerza de ser el único mundo, yo sigo reclamando ese otro mundo que espera en un café, un restaurant, una librería, una tertulia, o una esquina de cualquier calle.

Esta tarde, siguiendo el ritual, y en esta burocrática espera quiteña, reviso el e-mail y el Facebook, y mato el tiempo colocando en el último listado del facebú los nombres de algunas películas y libros que he visto o leído, quizá para despertar el gusanillo de alguno de mis amigos virtuales, o hacer algo de propaganda a obras no muy conocidas. Me he llevado un chasco al ver que el buscador del Facebook no registra algunos libros que leí de niño y que recuerdo con mucho cariño. Debe ser que no son muy "comerciales". A mi eso me importa un comino así que acá dejo los títulos para que los descubran los lectores asiduos o causales de este blog.

Sebastiá Sorribas escribió dos joyas que leí de niño y que recuerdo como si los hubiese leído ayer: El zoo de Pitus y Viaje al país de los Lacetas.

Orla Tragarranas. Así, como suena de Ole Lund Kirkegaard.Lo leí en la escuela, en 5 de EGB, y brinqué de alegría cuando ya adolescente lo encontré en una librería buscando otros libros.


Memorias de una vaca, de Bernardo Atxaga. Este es ya de mi adolescencia, pero me hizo llorar de la risa un verano. Aún tengo pendiente la visita a Balanzategui.

Hay más títulos, por supuesto, pero estos son los que han regresado a mi mente esta tarde abril...

lunes, 1 de abril de 2013

Cuando te encuentre

El barrio viejo con sus calles de piedra
la luz de colores de la catedral
el arrullo de un aguacero en la selva
el rumor de las olas en la orilla del mar

Castillos con un sombrero de almenas
los Campos Elíseos y la torre Eiffel
animales decorando paredes de cuevas
el mercado de la medina de Fez
 
El frío de nieve una noche de invierno
la escarcha pegada en telas de araña
el cielo azul de una mañana de enero
un pueblo perdido en las montañas

El sabor a salitre pegado en el cuerpo
el olor del incienso en la iglesia
el sabor del agua fresca del arroyo
el musgo húmedo que cubre las piedras

Todo esto y mil y un lugares más
quiero mostrarte cuando te encuentre;
subiré montañas, surcaré el mar,
echaré al viento y el destino mi suerte

y un día en algún lugar bajo el sol
encontraré tus ojos entre la gente,
te mostrare entonces mi interior
y juntos veremos al sol ponerse.

Cine clásico

Hay algo mágico en el cine clásico, en ese cine hecho allá por los años 40, 50 o 60, especialmente en Hollywood. Lo descubrí durante mis años de instituto gracias a José Luis Garci y su programa de televisión ¡Qué grande es el cine!, y con el paso de los años lo había olvidado. Hacía mucho, mucho que no me sentaba delante del televisor -ahora computadora- para descansar viendo una de esas sencillas comedias o dramas o intrigas con James Stewart, o Rock Hudson o Jack Lemmon, o Kim Novak, o Cary Grant, por citar sólo algunos nombres que me vienen ahora a la mente, y, el reencontrarme de pronto con esos viejos amigos, en esas sencillas y agradables historias “para pasar la tarde”, me ha vuelto a dejar una sonrisa en la cara.

No quiero hacer comparaciones, pero aunque suene a cliché repetido un millón de veces, ya no hacen películas como esas. Y, digan lo que digan esos seres extraños a los que se les indigesta todo aquello que tenga mas de 20 o 30 años, estas películas clásicas no tienen fecha de caducidad, siguen igual de frescas como el primer día. Uno tiene la sensación de estar leyendo una de esas novelas clásicas que nunca pasarán de moda, o uno de esos cuentos tradicionales escritos o recopilados por alguien cuyo nombre se pierde ya en el inconsciente colectivo, porque la magia está en el cuento y no el mago.
Frente a las películas con historias anodinas, chistes malos y humor zafio, seductores cuerpos desnudos, historias dirigidas a un cierto tipo de público, o con ciertas pretensiones, estas películas de la llamada edad dorada del cine, seducen con su mirada y llegan a todos, nos enamoran y nos dejan una sonrisa en el rostro y el corazón.

Como decía aquella canción de Aute: Cine, cine, cine, más cine por favor. Que toda la vida es cine y los sueños cine son.