El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 22 de agosto de 2012

Adios a un amigo eterno

Con mucha humildad y sonrojo, a Ray Bradbury (1920-2012), un niño que nunca creció, que alimentó mis sueños y pesadillas, y que nos recordó que la cordura y la humanidad deben estar siempre por encima de cifras, tecnología y ansias de poder. 
Mi almohada sigue siendo y será siempre un libro de cuentos.
Gracias de todo corazón.

Los padres se rascan la cabeza
estos días con el rostro extrañado,
sus hijos han apagado la tele
y han salido corriendo al campo.

Vuelven al caer la noche con flores
en su pelo sucio y ensortijado,
con los bolsillos del pantalón llenos
de lagartijas, ranas, guijarros.

Toman su cena velozmente
y salen a recorrer las calles y los patios,
no tienen miedo a la noche
gritan y corren y juegan con ojos de gato.

Y cuando papá nervioso e incrédulo
llamándoles a gritos, enfadado
sale a la noche y les jala de las orejas
y los lleva a su cama y los encierra bajo candado,

en las ventanas de los edificios
bajo cobijas y sábanas, bien resguardados,
se enciende un mar de luciérnagas
que iluminan páginas de lugares encantados.

Mamá les despierta por la mañana
y recoge las ropas que huelen a prado.
Las mira curiosa: están todas manchadas
de un polvo rojo que se pega por todos lados:

en las sábanas, en el pelo, en la ropa,
en las rosadas mejillas y en los zapatos,
en las manos pequeñas y ágiles que los niños
por ser niños no se han lavado.

Hace ya más de un mes que dura
el extraño fenómeno que tiene a todos anonadados,
las predicciones de los abuelos dicen
que seguramente durará todo el verano.

Las madres llevan los niños al médico
a los viejos, por viejos no les han escuchado.
El viejo doctor osculta pechos y mira gargantas
y en la paleta solo recoge rojo polvo pegado.

"No me diga señor doctor
que mi hijo está sano,
si sólo encuentra polvo rojo
habrá que analizarlo"

Como nadie puede decir que no a una voz de madre,
los científicos pasa horas encerrados
en fríos laboratorios asépticos el polvo rojo
es una y otra vez analizado.

Después de varios días de duro análisis
los doctores publican en la tele el resultado:
el polvo rojo no es de la tierra, viene de Marte
y cae todas las noches cubriendo ciudades y campos.

Mil hombres importantes de todo el mundo
se han reunido, están deliberando:
hay que curar a los niños, devolverles la cordura
es peligroso el polvo rojo que cubre los tejados.

Han enviado un robot sonda a Marte
para aclarar el enigma y han encontrado
a un sonriente muchacho rollizo
de piel morena y ojos dorados

que todas las noches sentando
en la orilla de un canal marciano,
sopla un cuerno mágico que envía
a las estrellas polvo rojo y sueños dorados

Y habla de ciudades y campos,
de calles, de casas de lugares mágicos
donde no existe el tiempo
y los niños hablan con voz de sabio.

El robot sonda desde la orilla del canal
ha enviado un mensaje encriptado
para los oídos de un planeta frío
moderno, calculador e informatizado.

"Escuchen esta noche a sus hijos
salgan libres a correr por los campos
abran los ojos y respiren bien hondo el polvo rojo
y vuelvan a recordar esa verdad que un día olvidaron."

martes, 21 de agosto de 2012

50 años después... Beach Boys

Fue a mediados de los noventa que descubrí la musica de los 60. No se bien ni porqué ni como. Yo era poco más que un mocoso de 11 o 12 años, todavía en el colegio, cuando empecé a escuchar rock 'n' roll de los 50. Bill Haley, Chuck Berry, Little Richard... eran mi banda sonora diaria. Lo mejor fue descubrir un día que mi mejor amigo, Mario, compartía los mismos gustos. Qué curioso nos conocíamos desde el parvulario pero nunca habíamos hablado de música. Recuerdo que fue algo así como: "Escucha esto, es rock 'n' roll de los 50, a ver si te gusta". "¡Claro que me gusta, yo tengo algunas cintas de Elvis!"

Comenzó entonces un largo intercambio y copia rápida de cintas y más cintas. Creo que más de una vez debimos agotar todo el stock de TDKs vírgenes de las tiendas de nuestro pueblo. De Elvis pasamos a los Beatles y la música de los 60 y 70, y, poco a poco expandiendo nuestro universo musical, siempre, creo, con los pies más en el pasado que en el presente.

Uno de los primeros grupos que se metieron en mi médula hasta el fondo, de los primeros que compré un CD original, fueron los Beach Boys. Allá por 1993 o 1994, canciones como Surfin Safari, o Surfin USA, Help me Rhonda, Don't Worry Baby, y tantas y tantas otras, llenaron mi vida. Recuerdo conversar de aquellos dicos que cumplían entonces 30 años, de los mágicos 60, y de quién pudiese ver a alguno de esos grupos en concierto, si es que aún tocaban.

Por eso, cuando ayer, me enteré de que los Beach Boys están celebrando su 50 aniversario, y que tiene un nuevo disco (y vaya disco) no puedo sino sentir admiración y nostalgia. No son el único grupo de los 60 que sigue desfilando por los escenarios estos días, de eso estoy seguro, pero el hecho de que haya pasado tanto tiempo (20 años o más) sin oir nada nuevo de ellos, y el hecho de que lo nuevo de ellos sea tan especial como lo que hacían hace 40 o 50 años le da un toque nostálgico y mágico. Esas voces, esas harmonías, esas letras: california, playas, surf, verano... Uno vuelve a desconectar, y vuela, en el tiempo y en el espacio, sólo con música, sin necesitar nada más.
50 años. Se dice pronto. Por supuesto ya no son los adolescentes o veinteañeros que hacían pegadizo rock 'n' roll y música surf, ya no persigue chicas por las playas de california, y, viendo fotos de ellos por internet, siento que se han hecho muy, muy viejos, hasta el punto de parecerme un anacronismo: ¿abuelos rockeros? Alguno dirá que parecen ridículos. Pero, en este caso la imagen no es lo que importa, sino la música. Y la música de los Beach Boys, se ha echo añeja, a madurado y envejecido como un buen vino. No hace falta verlos, en su nuevo disco, no hay una foto del grupo. Basta con cerrar los ojos, probar un sorbo y dejarse llevar.
A mi me han llevado estos días a los años de mi temprana adolescencia, a una época en la que todavía estaba descubriendo las verdades y mentiras de este mundo, y en la que todavía se podía soñar, en mi cuarto, con los Beach Boys sonando en el radiocaset...

That's why god made the radio....

lunes, 13 de agosto de 2012

Han organizado una fiesta


¡Han organizado una fiesta!
es el último grito
la bacanal perfecta

Se han reunido todas
las bestias de pieles ajadas
pasadas de moda.

Bailan al ritmo de un disco rayado
una baile sin sentido
absurdo y desacompasado

El político, el banquero y el rey
gordos y opulentos
se han acabado el rancio pastel

Que cocinaron en grandes hornos
vestidos con esmoquin, calzando botín
creyéndose el más listo de los monos.

Ahora sufren de indigestión severa
Y como pájaros regurgitan comida ácima
y buscan a algún tonto que la digiera.

Y el pueblo caya y traga dulces rancios
Y los mentirosos monos festejan
ríen y gritan y dan saltos.

y el pueblo poco a poco se llena la barriga
y siente náusea y dolor, rostro verde
mira de frente a los monos y sobre ellos vomita.

Pero los monos, acostumbrados a la mierda
siguen en su son armado algarabías
soltando improperios y flatulencias.

Poema apresurado a un mundo caduco


Tengo 30 años,
como todo joven, sueño y pienso.
Me levanto cada día con ilusiones
abro la ventana y encaro este mundo
camino por sus calles, con él padezco y siento

Pero estos días, me levanto apesadumbrado
Camino con paso incierto
Intento ver más allá de las nubes
un futuro que se me ofrece incierto.

Una inercia tira de mí hacia la cama
me quiere hacer volver al placentero
sueño que me acuna protector
caminando con bastón de ciego.

Ya casi me he dormido,
cuando con rabia me quito
con rabia la venda de los ojos
Y desafiante por fin lo entiendo.

Me han dado vida
en un mundo muerto
Un mundo que no es mío
y que tampoco es ya vuestro.

Que cada generación construye su mundo
con sudor, sacrificio y sueños.
Y en su labor pelea con los mayores
y les  grita ¡quitaros de en medio!

Este ya no es vuestro mundo
cejad en el empeño
de intentar mantenerlo a base
de medicinas rancias y remedios

Queréis acabar vuestros días
en la seguridad de una lata de conservas
con código de barras y fecha
de caducidad eterna.

Sin embargo, bien sabido es
que eso es ilusión falsa
seréis huesos y polvo y tarjeta de crédito
que Caronte no aceptará en su barca.

El barco de latón oxidado
que construisteis para albergar vuestros sueños
va camino del fondo del mar
hacia un puerto olvidado

En él no queremos viajar los jóvenes
que en un barco de vela blanco
livianos y raudos cruzamos el mar
hacia puertos jamás soñados

Dejadnos navegar tranquilos
dominar nuestros vientos
naufragar y salir del mar a nado
con la mente clara y los sentidos despiertos

Que sean nuestros hijos y nietos
los que un día pongan en la balanza
nuestros equívocos y nuestros aciertos
como hoy día nosotros pesamos los vuestros.

sábado, 11 de agosto de 2012

Imagina...

Cuántas veces habré escrito en este blog sobre mi descontento con el sistema actual, y las posibilidades de cambiarlo, de comenzar algo distinto. Y cuántas veces me habrán contestado lo mismo: eso que dices no son más que bobadas de hippie que quiere irse a una isla desierta a berber agua de coco.

No me considero hippie, al menos en los términos en que la gente suele utilizar esa palabra, y menos aún me quiero ir a una paridisaca isla a beber agua de coco el resto de mis días. Simplemente soy consciente que hay que cambiar si queremos sobrevivir, todos y cada uno de nosotros habitanes de este planeta. Y, por desgracia para algunos cómodos, el cambio pasa por cambiar de sistema porque el actual ya no funciona, por más remiendos que le hagamos.

Y miren por donde, no soy el único consciente. ¿Algún otro consciente quiere recobrar la consciencia y comenzar a caminar de otro modo?
Quizá estas palabras os ayuden.

viernes, 10 de agosto de 2012

Carta abierta a un amigo


Hola,

¿Cómo vas? Recién entro a los años en el Facebook y me pongo un poco al día de lo que viven los amigos. De algún modo, esa actividad se ha convertido en lo más habitual para saber cómo les va a los amigos que hace ya uno tiempo que no ve, y también a la familia, aunque por suerte aún no la sustituye :)
Ahora ya tengo internet en la oficina, pero la verdad, es que el trabajo es tal, y mi formalidad para utilizar la oficina sólo para trabajar también es tal, que no entro mucho en el Facebook o en el Messenger. De vez en cuando me da por entrar en El País para ver que se cuece por ese país, y de las iras, lo cierro y me dedico a otras cosas. Sigo, creo, sin asumir que el gangoso ese gobierne el país, y cruzo los dedos para que mañana tenga que renunciar y llamen a elecciones anticipadas y que la gente elija a alguien con cerebro y sin ambiciones político-económicas.

Sigo soñado, supongo. Ya sabes que siempre he sido el radical de izquierda que no les cae bien a los radicales porque les cuestiona y les invita a buscar otras formas para llegar a verdaderos fines. Todo lo que pasa no hace sino reafirmarme en mi convencimiento de que el sistema no funciona, y que sólo queda otra que esperar –y por qué no ayudar- a que todo se vaya definitivamente al carajo y empezar a construir algo nuevo, distinto. Estamos tan acostumbrados a este sistema que nos hemos vuelto ciegos ante nuestros propios errores, y no nos atrevemos a cambiar, sólo ponemos parches y más parches. Pero hay que empezar a cambiar la partitura, hay que escribir una música nueva, quizá incluso aprender a escuchar nuevas frecuencias de sonidos que, nuestro atrofiado oído no puede escuchar.

Muy pocos, por desgracia, son lo suficientemente valientes como para escuchar lo nuevo, lo desconocido, porque, como todo lo nuevo y desconocido, nos da miedo. No sabemos qué viene después, no sabemos si funcionará, que aspecto tendrá. Vivimos tan amarrados al presente, que todo lo que implique cambiar de una manera radical nuestro modo de vida, nos causa un miedo atroz.
Quizá esa sea la gran enfermedad del ser humano de este recién estrenado siglo XXI: tiene miedo a soñar. A soñar de verdad, no sólo en los libros y en las películas, soñar dando el salto de la ficción a la realidad, empezando a construir sueños con manos de sabio albañil, para que duren de modo que lo en un principio fueron utopías se conviertan en palpables realidades.

Nos hemos vuelto muy prácticos. Hemos olvidado la capacidad de soñar. Desde pequeño nos educan para ser arquitectos, ingenieros, economistas, maestros de matemáticas de números fijos y reales. Piensa en cuán desvalorizada está la enseñanza de valores, de ética, de ciencias sociales y humanidades. En los currículums de las escuelas, la filosofía tiene sus días contados, y luego seguro que vendrán la historia, el arte, las lenguas muertas, hasta llegar al punto en que, enseñaran técnicas de lectura rápida y escritura cibernética en una matera de lengua castellana vacía de análisis, crítica, comprensión.

Caminamos hacia el hombre-práctico. Un cuasi-robot que sabe de ingeniería pero nos sabe –ni le importa- quien fue Stephenson, o que es arquitecto pero desconoce quienes fueron Le Corbusier o Frank Lloyd Wright, que nunca se ha parado a buscar el lado humano de su trabajo porque desconoce que éste existe. Un hombre-robot que construye puentes que se caen, y ciego, los vuelve a construir una y otra vez porque es lo único que sabe hacer, sin preguntarse nunca a dónde le lleva el puente. Un hombre-práctico que rendirá culto a un nuevo dios informático o material, que viajará por las autopistas reales o virtuales sin mirar a su alrededor y empaparse de olores, paisajes y sonidos. Un hombre-práctico que, en momentos de remordimiento, acudirá a escuchar un sermón hueco y una comunión rancia, entregada por unos hombres de negro prácticos que rezan a Dios pero que ya no Le escuchan o no Le entienden.

Cuánto más nos adentramos hacia el futuro, cuanto más avanzan la ciencia y la técnica, más nos alejamos de nuestro ser como seres humanos, y ciegos, caminamos como máquinas movidos por movimiento perpetuo y uniforme, hasta que se gasten los engranajes de nuestro mecanismo, y entonces, cabizbajos, como marionetas sin amo, miremos al piso, sin fuerza siquiera para mirar a lo alto y pedir perdón.
Volvamos, volvamos al principio, busquemos en el camino todas las gotas de humanidad que hemos perdido, y cuando nuestra alma esté llena de nuevo, echemos de nuevo a caminar hacia el futuro hacia el mañana.

En fin amigo, sólo quería enviarte un saludo, unas líneas para decirte que sigo vivo, que estoy aquí aunque esté lejos, que me preocupo por la gente, como siempre,  y por eso sigo soñado y caminando todos los días. Espero poder verte pronto, juntos, la carretera del sueño se construye más rápido.

Un fuerte abrazo,

¡Ánimo!

martes, 7 de agosto de 2012

14 horas rodando

Algunos dicen que estoy loco. Otros que tengo ganas de maltratarme y sufrir. Yo me río y a todos les digo "alomejor".

Realmente para mí, es un ritual: llegar a un ruidoso terminal de buses, comprar un billete, y luego sentarme a esperar a que, el no siempre puntual bus, haga su aparición en la estación. Y cuando por fin aparece, me subo y me acomodo en mi asiento, el bus parte y poco a poco, comienza la segunda parte de la función: un largo viaje a lo incierto, con un destino final, al que nunca tengo prisa por llegar.

Para la mayoría de la gente, supongo, tener que esperar en la estación, la imputualidad de los buses, lo lento del viaje, las incomodidades, etc., son un suplicio, y por eso, en cuanto juntan un poquito de plata, se van volando, liberados por fin, de ese castigo terrenar sobre ruedas.

Para mi, es como un viaje al circo, a una de esas películas de Fellini que tanto me gustan, un buen "chute" de realidad, un papel en esta tragicomedia que vivimos y que normalmente queremos aparentar no vivir, engañándonos a nosotros mismos y a los demás. Y sobre todo, es sentirme parte del todo, de ese todo inconexo que es la sociedad, el género humano, que camina siempre a la par, aunque algunos se emeñen en levantar vuelo y separarse del resto para ser los primeros.

No, no es cuestión de dinero, no es tacañería, no es masoquismo, ni tampoco sentimiento de culpa y de sacrificio. Quizá el hecho de que mis huesos aún son jóvenes tenga algo que ver, quizá cuando sea viejo y empiece a volver terco, cambie de idea o pierda ésta su justificación, pero, para mí, ahora,  es un pasatiempo más, una manera de sentirme vivo y aprender, de seguir siendo parte de este mundo que da vueltas y vueltas sin esperar girar más rápido que otros planetas, girando simplemente porque es lo que tiene que hacer. Girar. Y como el mundo gira, yo vivo, y vivo con él. Ni más deprisa, ni más despacio, con él.

Tranquilo, sin resignación ni pesar, sin miedo a lo que venga, me siento en el bus y callado, observo a mi alrededor: las mañas de la gente para sentarse donde no es su puesto, los equilibrios de la mamá que viaja con 2 niños y sólo tiene un asiento, el cobrador encorbatado contando los puestos y reubicando a la gente que no acaba de ver el número de su asiento.
Cuando parece que todos están ya en su lugar, el bus arranca, no sin dentenerse veinte metros más allá para recoger al último (o penúltimo) de los pasajeros que, por alguna excusa muy peregrina pero muy válida, llegó tarde a la estación. Después de este amague de partida, el dinosaurio comienza a rodar lentamente, pasando a través de las calles semiliumidadas de la ciudad, donde polula la vida nocturna, no tan distinta de la diurna pero quizá sí más siniestra, y se dirige hacia las afueras, mientras los pasageros que viajan en su vientre empiezan a acomodarse en sus asientos, sin pensar en las rodillas de atrás, acostándose y cerrando los ojos, o esperando impacientes a que el acomodador ponga la película de acción o comedia de turno y, si hay suerte, reparta también galletitas con cola.
Todo ello tendrá que esperar, las galletas, el refresco, la película, o el sueño atroz. Si esto fuese un país europeo, todo iría de un tirón hasta el final, sin cortes publicitarios, como en un canal de pago, pero, acá todavía no existen las autopistas como tubos neumáticos por los que los pasajeros viajan de un extremo a otro sin saber por donde han pasado. 20 kilómetros más tarde, el bus se detiene en el control militar, y todos, salvo las mujeres, los niños, y alguna otra persona que los militares judguen debe ser considerada y dejada a bordo del bus, bajan a tierra, a presentar papeles, registrarse en "rigurosos" registros, abrir maletas, y volver a subir al bus, no sin antes orinar en la cuneta (el baño del bus es sólo para damas) y comprarle un baso de café y un poco de comida al tipo que, como murciélago, está toda la noche revoloteando entre los buses gritando "empanadas calientes".
Nunca he visto que los militares se lleven a nadie, y no se si alguna vez lo harán. De regreso todos a bordo del bus, mientras guardan la cédula de identidad borrosa "porque se me cayó al río", y se acomodan en sus asientos, el cobrador conecta el DVD y empieza alguna película que algunos verán mientras otros cierran sus ojos e intentan recordar qué estaban soñando antes de que los militars parasen el bus.
El viaje continua, el chofer maneja por la sinuosa carretera, el bus se bancea, cruza puentes, a la izquiera y luego a la derecha, y luego a la izquierda otra vez, sin alcanzar velocidades de vértigo pero sin pausa, siempre al son del relieve, de la cumbia-bachata-pasillo-merengue que toda la noche acompaña al conductor en el hilo musical. Como si fuese el tren de un circo, el bus cruza valles y ríos, sube y baja montañas, cambia de pronvincia, camiba el paisaje, el aire,  pasa del frio al calor, describiendo con sus movimientos un paisaje oculto por la noche, hasta que sale del oscuro tunel y camina hacia la luz del día. Cuando amanece, algunos abandonan el vientre de la ballena, satisfechos, estirándose, caminando perezosos jalando de la maleta, el saquillo y los niños. Otros, bajan a orinar a la velocidad del rayo, repostan de nuevo el puesto de las empanadillas, y se suben de nuevo al bus, que al ritmo de la música incansable, continua su viaje hacia ese destino final que nunca llega.
Durante el día la fauna y flora de la carretera es aún más variada y pintoresca. Los asientos ya no aplastan a nadie, ya no hay ningún niño durmiendo en el piso del bus, y hay suficientes asientos vacios, como para pasear por el bus y estirarse y mirar por la ventana. De reojo , el cobrador observa el bus medio-vacio, y comienza a hacer cálculos de cuanta gente puede recoger por el camino para sacarse unos cuantos dólares extra, y, dicho y hecho, durante los siguientes 20 kilómetros el bus se convierte en bus urbano, recogiendo a variopintos personajes que se bajan 20 metros más lejos de donde se subieron, después de haber pelado por el mejor asiento del bus y de haber regateado con el cobrador la tarifa de tan largo viaje.

Y mientras pasan las horas, y cambia el paisaje y pasajeros, y suben y bajan vendedores de comidas y cuentos chinos, el cuentakilométros avanza también,  y poco a poco, se hace más cercano algún terminal de buses, en alguna otra ciudad, donde, estirándome haciendo el primer recuento de horas (hoy ha sido más puntual) y de curiosidades acumuladas, agarro mi maleta y salgo de esa película en tres dimensiones, para mezclarme entre la gente de una gran ciudad, intentando ver a la persona que me viene a recibir con una mueca de resignación por mi atrevimiento de viajar en bus, y a la que yo, con una una sonrisa en la boca contesto: "¿El viaje? ¡Muy bien, sin novedad, hoy no ha habido derrumbe!