El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 25 de mayo de 2011

A mi abuela


7 de la mañana, casa serena
apenas se oye el cerrar de una puerta.
Con guantes y gorro y bufanda bien puesta,
con una gabardina ajada por más de mil guerras,
empujando un carrito, aprovechando la fresca.

Siempre incansable, siempre la primera,
camino de mercado subiendo la cuesta,
volviendo cargada de berzas, naranjas,
garbanzos, cerezas.
O sorteando los baches en calles y aceras,
que no se arrame la leche negra.

Cagadas de gato y galletas caseras,
purés de verduras y cosas inciertas.
En platos de duralex, bullicio de cucharas,
De propios y extraños la mesa siempre llena.

Contando perras gordas, euros, pesetas,
cuenta infinita, cuenta de vieja
que a todos desespera.
Mas es sabiduría antigua la suya:
a Dios lo de Dios y al Cesar lo del Cesar.

Criando a los hijos, a nietos y nietas,
cuidando la casa, llenando la despensa,
haciendo ganchillo, calentando la cena,
nos cuidó casi un siglo
con amor y cariño: besos  y abrazos,
y alguna reprimenda.

Escucha San Pedro, prepara la cena:
hoy sopas de ajo sin sal ni pimienta.
Y no te sorprendas al irte a dormir
si alguien ha echado el cerrojo a tu puerta,
pues ya ha llegado a tu casa mi abuela.

La Tierra sin Mal


¿Cuántas veces ha buscado el hombre el Paraíso? ¿Cuántas veces ha anhelado el Cielo, el Nirvana? ¿Cuántas millas ha recorrido buscando el Jardín del Edén, o Eldorado? Todavía hoy día hay quien recorre selvas y desiertos, quien sube hasta la cima de las montañas más escarpadas esperando llegar a Sangri-La. Quien sigue códigos y leyes divinas para alcanzar la vida eterna después de la muerte.
Aquí en la Amazonía, entre los pueblos que desde tiempos ancestrales pueblan esta selva, ese paraíso es la Tierra Sin Mal. Más de un extranjero, hombre de mucha o poca fe, igual da, se ha lanzado en un momento u otro, por las quebradas  y ríos de estos bosques buscando esa tierra sin mal. Otros, esperan recibirla tras la muerte como recompensa a una vida llena de virtud.

Todos olvidan, sin embargo, lo que este hombre amazónico aún recuerda: que la tierra sin mal, como cuentan en sus mitos, como les enseñaron sus abuelos, no es un lugar de este mundo, no es un premio posterior a la muerte, sino un estado de la vida del ser humano.  Cuando todos tengamos consideración por los demás, cuando dejemos al lado nuestras rencillas, cuando demos sin esperar recibir nada a cambio, cuando abramos nuestros ojos y corazones a los demás, entonces, sólo entonces habremos llegado a la tierra sin mal.

“La Tierra sin Mal no sólo es un lugar, sino es una actitud. Cuando Diosito o el héroe cultural caminaba por las chacras, los deseos de las personas buenas se convertía en realidad, pero los malos no lograban participar del paraíso. Los que tienen una idea demasiado material de la Tierra sin Mal, considerándola únicamente un lugar, fracasan en su búsqueda. [...]"
-          Jaime Regan, S.J.: Hacia la tierra sin mal. La religión del pueblo en la Amazonía. CETA, Iquitos, 1993

Los que llevan la voz


Recuerdo el título de un capítulo de la novela Una princesa en Berlín de Arthur R.G. Solmssen. Era algo así como “Sólo querían contratarle la voz”. Era un capítulo en que se hacía referencia a como la ultraderecha, cuando pensó en Hitler como líder, lo hizo sólo porque era un buen orador. Lo peor vino después.
No va sobre el nazismo esto. Aunque algo de derecha y de ultra sí que tiene el asunto. Lo que me interesa, de cualquier modo es el hecho de cómo, un buen orador puede manipular a la gente y conducir las fuerzas ocultas de las masas con un fin u otro. Que no me cuenten eso de que el pueblo se dirige a sí mismo. Pamplinas. Siempre hace falta alguien, de un signo u otro, con unas intenciones u otras, para hacer que la gente se lance en una dirección u otra y se proclame por una causa u otra.
Si el orador es bueno, la gente acabará aceptando cualquier cosa, acabará olvidando todas las verdades que ha vivido y defenderá hasta la muerte la nueva idea. Poco importa que esa idea sea mentira o verdad. En el corazón de las masas enfebrecidas es la más verdadera de todas las ideas, la única por la que merece la pena morir.

Se llega a decir –e incluso cometer- auténticas barbaridades. La prueba la tengo día a día ante mis narices, y me llena de rabia por el sentimiento de impotencia que tengo ante tanta mentira y palabra sin sentido. Pero no encuentro las formas de combatirlo. No puedo luchar contra las masas ciegamente convencías, pues no escucharán mis tenues verdades. Yo no soy buen orador. No puedo convencer al pueblo de una cosa verdadera o falsa, porque, me parece que para ello, siempre hay que saber mentir un poco, tergiversar la verdad, si se quiere usar un eufemismo, aunque lo que se cuente sea verdad.
Aquí hace unos meses desmontaron de sus caballos unos hombres con botas y cruces como espadas. Al principio creí ver en ellos a nuevos Aguirres cegados por encontrar un Eldorado divino, pero poco a poco se tornaron en una especie de carcoma social enviada por alguien desde las falsas alturas para roer el alma y la conciencia de la gente y sembrar cizaña. Porque eso, cizaña, es lo único que han alcanzado a cosechar.  No supieron escuchar a Yaya en las chacras, o le contestaron con malas formas y eso es lo que cosecharon: insultos y difamación.

Lo peor es que la cizaña es como las malas hierbas: una vez que crece es muy difícil de eliminar y ahoga al buen pasto. Hoy día ya no se a quien creer o a quién escuchar, pues todas las partes parecen haber tomado posturas radicales autojustificatorias, sin voluntad de torcer el brazo: “la culpa la tiene el de enfrente”.
La culpa no la tiene el de enfrente. La tiene el de arriba, arriba con minúsculas, que nadie me malinterprete. Me refiero a ese arriba que siempre aspira a estar más arriba, hasta que cocha con el sol y se quema, pero nunca reconoce que se ha quemado. ¿Tan mal nos hemos portado para que nos mande la peor de las plagas? ¿Tanta envidia le dábamos? ¿Tanto miedo?
Ahora que se ha quemado con el sol, él mira para otro lado, y nos deja desamparados, solos, y enfrentados para que reconstruyamos la casa que el destruyó.

Y lo haremos, claro que lo haremos. Nos costará sangre y lágrimas, nos llevará mucho tiempo, pues las cosas buenas siempre se hacen despacio, pero lo lograremos. Porque tenemos fe en El de Arriba. Porque no Le buscamos Arriba sino entre nosotros mismo. Porque no queremos subir ni tenemos miedo a bajar, sólo sabemos caminar hacia delante, con las manos abiertas y los pies descalzos.

¿Vivo?


Recientemente me hago esa pregunta una y otra vez. ¿Estoy vivo? ¿Si lo estoy, porqué no escribo, por qué estoy mudo? ¿Es esto vivir?: trabajar, leer, ver películas. ¿O implica algo más?

Esta noche me he obligado a sentarme delante de la computadora y contestar a estas y otras preguntas. Realmente creo que parte de mi ha estado muerta todo este tiempo y que, ahora, mientras tecleo, la estoy resucitando.
No sé bien qué fue lo que me llevó al silencio. No me abandonó la musa, de eso estoy seguro, pues miles de ideas fluyen por mi cabeza, pero por alguna razón, siempre relegaba esta tarea de escribir, siempre cerraba la puerta a los pensamientos salientes y ocupaba mi tiempo en otra actividad.

Basta de dar vueltas y de filosofar. Supongo que me he vuelto muy pragmático este año. O quizás ese pragmatismo no sea otra cosa que miedo. Miedo de expresar mis incertidumbres sobre la vida. Por primera vez este año me siento realmente vivo, me siento plantando cara a un futuro incierto, porque incierto es el futuro que se labra cada uno. Mi vida ya no es una pausa para pensar con una fecha término. Y tampoco es un caminar de la mano de los padres. A mi bici ya le quitaron los patines, y el camino recorrido es ya muy largo para poder volver a tras o buscar refugio en casa el fin de semana.

Debe ser lo mismo que sienten todas las personas cuando por fin emprenden vuelo. No volamos solos, pero al mismo tiempo somos los responsables últimos de nuestro timón.
Mi vuelo este año ha sido un despegar a toda velocidad para discurrir por un camino lleno de turbulencias. De repente, la vida toda, con lo que eso implica a entrado en mi ser y me ha sacudido: Los problemas “de papeles” y la necesidad de solventarlos para poder vivir, la conciencia palpitante por haber dejando la familia y los problemas a un lado, el desbordante trabajo diario y la obligación de encontrar un equilibrio entre la responsabilidad laboral y uno mismo, los tumbos y sustos de una sociedad que es más frágil de lo que uno creía.

Me cuesta sintetizar todo en pocas líneas. La sensación de estar demasiado lejos de la familia y la de estar lejos para poder vivir. La repentina incertidumbre de un futuro que creía bien asegurado: intentos de golpes de estado, giros bruscos en las altas esferas eclesiásticas. Y una cantidad de trabajo que acabó por convertirse en mi escusa para olvidarme del mundo y olvidarme de vivir.
Pero aquí estoy, resucitado al fin. Dispuesto a contar algo de mi día a día. A buscar esos momentos que no sean puro trabajo y obligación para lograr buscar algo bueno en cada cosa y así tener algo que compartir en forma de imágenes o palabras con los demás para poder decirles: “aquí sigo, vivo, decidido, caminando”.

Así que vuelvan a pasar de vez en cuando por las páginas de este blog. Volveré a contarles algo de mi vida. Volveré a escribir. Volveré a encontrar el camino para dedicarme a mí mismo, aunque sólo sea unos minutos al día. Lo prometo. Aunque que el trabajo sea duro, aunque los miedos lo sean aún más.

Basta de pelar mazorcas por hoy. Descansa y abre tu mente.