El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La larga lluvia

Tomo prestado el nombre dun cuento de Ray Bradbury, pueses el escenario de esa historia el que revive una y otra vez en mi cada vez que llueve aquí en la amazonía.
La intensidad de la lluvia, la humedad penetrante, el ruido a veces ensordecedor, me hace tener la sensación de morir ahogado en medio del aguacero. Todo es agua. Todo a mi alrededor es agua. El cabello chorreando, las ropas que ya no pueden empapar más agua, hasta llegar a la sensación de libertad "peligrosa" que uno siente cuando se sumerje en el agua de un río o piscina o en el mar.
O, cuando le coge a uno a cubierto la lluvia, esa lluvia que puede durar todo el día, toda la noche, esa lluvia que no deja ver más allá de la lluvia, que no deja oir más allá de la lluvia, ese murmullo primero y ese ruido ensordecedor después; esa sensación de seguridad pero de verse atrapado también, de no poder ir más allá. Ese temor a adentrarse en la lluvia que tdoo lo rodea.

Sin embargo, estos temores no son más que temores momentáneos, y tienen más que ver con el asombro del recién llegado. No son los temores y miedos de los hombroes de Bradbury en Venus, ni es esta una lluvia tan cerrada y eterna que ave el color de la vegetación, de nuestro cabello, de nuestra vida. Aunque muchas veces sueño que esta lluvia acabará lavando los colores como en la fantasía bradburiana, la realidad es que esta luvia es una lluvia vivficadora, que viene a lavarnos de nuestros pecados y a devolvernos la vida, arrullándonos en las noches oscuras, llenando de aguas nuevas nuestro espíritu y fundiéndonos de nuevo con la naturaleza.
Es la lluvia de la vida. Aquí sólo los necios construyen cúpulas de sol. Los pacientes y abiertos de corazón saben que de este mar verde de lluvia cuasieterna siempre nace un nuevo sol, más cálido, más grande, más esperado que ninguno. Un sol hijo de la verde selva y la lluvia, para brillar hasta que su madre, en su arrullo eterno, calme su fuegos con frescas aguas una vez más.

(y nosotros, seres vivos -reino vegetal y animal-humano-, en medio, germinando la semilla como parte de una trinidad eterna)

martes, 23 de noviembre de 2010

500 años


500 años atrás, unos aguerridos hombres hispanos, transitaban por esta verde selva, iban buscando el país de la canela, Eldorado, intentaban satisfacer sus sueños y ambiciones en una tierra que no entendía, que les asustaba, cuyas gentes y paisajes intentaron cambiar para no sucumbir a ellas. Muchos quedaron para siempre atrapados entre el verde de la selva. Sus armaduras se oxidaron en la humedad eterna y sus cuerpos sucumbieron ante el calor y los mosquitos.
No encontraron riquezas, no encontraron paraísos. ¿Nada? Sí, nada. Estaban tan ciegos, que no supieron ver la belleza ante sus ojos, la destruyeron a golpe de espada y de cruz, temerosos de ser quemados por su pureza. Ciegos en su propio credo, no supieron ver la luz en los ojos de aquellos que les observaban con curiosidad primero y con miedo después, ocultos en la verde selva.
Mas su arrojo y testarudez no les detuvo, y poco a poco fueron cambiando la faz de esta parte de la tierra, y la mente y la apariencia de las personas que aquí encontraron. Trajeron la civilización, el progreso, la verdad. Su verdad. Una verdad construida con los golpes de un martillo ensordecedor, que clavaba mentiras, pues no permitía escuchar con atención otros repliques, tan válidos y verdaderos como el suyo.

Hoy han regresado esos hombres. Han pasado 500 años, pero no puedo evitar la comparación, con sus botas, sus cruces y sus espadas, me recuerda a Aguirre navegando por estas selvas, loco en su ambición. Da la sensación de que vienen dispuestos a encontrar el santo grial en algún lugar recóndito de una selva que ya no es virgen, a convertir llevar almas hacia una salvación, que, en 500 años, se ha tornado más en pecado y condena que en gracia del creador.
En 500 años de penurias, de atropellos, habíamos empezado a escuchar. En esta selva hay voces, unas voces que nos hablan desde lo más profundo del ser y las entrañas de esta tierra, unas voces que no han callado su voz a pesar de las mordazas, voces amables que nos hablan con labios suaves y voz de maestro, de sabio, invitándonos a entender. Y nosotros habíamos empezado a escuchar y a transmitir el mensaje, pero algunos han decidió volver a cubrirse –y cubrirnos- los oídos.
Las voces, no obstante, siguen hablando. Lenta, suavemente, como el fluir de estos ríos, el canto de los insectos o el rumor de la lluvia en la selva. Ojalá nuestros nuevos vecinos sepan escuchar, y poco a poco, se despojen de ropajes, y, descalzos, con nosotros, se sienten a escuchar y aprender.

La buena nueva está aquí. Desde tiempos inmemoriales, siempre ha estado.
Escuchemos.

Tiempos de cambio


Desempolvo las páginas de este blog por primera vez en casi dos meses; siento el deber de escribir algo, de transmitir algo a vosotros, mis lectores asiduos o causales. En estos últimos meses mi vida y el mundo que le rodea está en un proceso de cambio, de transformación hacia un futuro más o menos incierto, y lo único que le queda a los que vivimos en medio de esa transformación para no ahogarnos en la incertidumbre, es agarrarnos al presente, al día a día palpable y que –aparentemente- no cambia.
Mientras caminamos y trabajamos en nuestras perennes rutinas, esperamos a que los acontecimientos se estabilicen, a que todo lo que flota revuelto en la superficie, se pose en el fondo. Entonces, quizá entonces, seamos capaces de entender con claridad qué a cambiado, y de contarlo a los demás. Quizá esa espera sea la razón de mi ausencia en este blog.

El río todavía está revuelto y arrastra muchas cosas. Y en el aire flotan aún partículas que no soy capaz de catalogar. Me agobia la incertidumbre, lo reconozco; intento escapar de ella ocultando mi cabeza entre el trabajo diario, que realmente no es tanto como yo finjo que es, pero quizá esté actuando equivocadamente. Porque ese día a día que nos parece que no cambia por muy fuertes que soplen los vientos del cambio, realmente sí lo hace, hasta tal extremo que un día me levante de la cama y quizá me dé cuenta, observando pequeños detalles, que las cosas ya no son como solían ser.
Por eso aprovecho este día de más o menos tranquilidad, para reflexionar, y, aunque aún no tengo respuestas, y aún no conozco bien los detalles de mi futuro, escribo acá unas líneas.
Me siento como un último Moicano de la era de los ideales y la esperanza en medio de este llamado mundo postmoderno. A la par que me afianzo en unos ideales por los que me levanto, lucho, y muero cada día, el mundo va destruyendo aquellos bastiones que impertérritos se mantenían junto a mí, defendiendo mis mismos ideales o unos muy parecidos.
Creo en el Hombre. En el Ser Humano. En el hacer por y para los demás como fin único de estar en paz con uno mismo y de construir un mundo futuro que no se vaya al garete a la primera de turno. Creo en formar personas francas, con unos ideales firmes, pero dispuestas a escuchar y a aceptar el punto de vista de otras. Personas que trabajan y se mueven si esperar una recompensa especial por su labor, sin esperar publicidad y sin publicitarse.
Y el mundo gira en otro sentido. Lo veo en la política, en la economía empresarial, en la religión: Partidos políticos atrapalotodo, con colores atractivos y propuestas atrayentes, pero sin un verdadero programa, unos verdaderos principios por los que trabajar y vivir. Empresas que venden mentiras como verdades, y que pretenden atraer a los trabajadores y consumidores ofreciendo precariedad envuelta en papel de regalo. Y ahora también la religión: creencias revestidas con  botas y teatro pero huecas en contenido.
Tengo la sensación de ser el último hombre crítico en un mundo en el que triunfan la sumisión y el adoctrinamiento en masa. El créetelo y no preguntes; y si preguntas, condenado al ostracismo. Nos acercamos poco a poco a ese mundo feliz de Huxley, que tanto asombro me causó en mi adolescencia y tanto miedo me causa ahora en la madurez.

¿No queda nadie ahí fuera, nadie dispuesto a luchar por la libertad de pensamiento, por romper barreras, verticales y horizontales y trazar la hermandad entre los pueblos, abriéndose al otro para aprender de él en lugar de imponer sobre él; todos juntos, sin ropajes que nos distingan, mirando más allá, mucho más allá de las barreras de nuestros credos y el color de nuestra piel, buscando esa semilla común que habita en el interior de todos nosotros?

Sigo caminando, convencido de mis principios y dispuesto a escuchar. Pero a escuchar críticamente. No simplemente a oír y dejarme encandilar por el canto de las sirenas.