El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 1 de octubre de 2010

Cuando todo se va al carajo.

Cuando falta el compromiso. Cuando falta la dignidad. Cuando falta el respedo. Cuando los más básicos valores de una sociedad son atropellados arbitrariamente por un pequeño grupo de personas que por tener el poder económico debe tener el resto de poderes, cuando la mentira y la conspiración confunden a la sociedad, todos, ricos y pobres, nos vemos abocados a un mismo abismo.

Llevo dos días encerrado en una ciudad. ¿Cómo puede ser eso? Puede y es. Cuando la ley y el orden desaparecen, uno es prisionero de sus propios miedos y los de sus semejantes. Un miedo interno, acestral, que surje al verse desamparado, rechazado por el grupo humano, por la estructura social de pilares más o menos sólidos que ampara al individuo.
Aún no logro comprender, o mejor dicho aceptar, lo que sucedió. Para mí, es como una película política de Costa-Gavras. Yo estaba a punto de tomar un avión, cuando todo se paralizó por un intento de golpe de estado. Podría ser el argumento de una película, pero es, en realidad, el comienzo de mi diario personal de ayer. De pronto, todo se puso negro, y vivimos unas horas de incertidumbre, de miedo, y de impotencia. De incertidumbre por no saber en qué tipo de país nos íbamos a levantar hoy. De miedo no por nuestra integridad física o nuestras posesiones -ya hace que dejé de pensar sólo en eso-, sino por la integridad de un sistema social, de unos valores y derechos humanos y sociales por los que tanto hemos trabajado, luchado, e incluso morido a lo largo de décadas, de impotencia, por no vernos atrapados en nuestras casas, mirando a un televisor, intentando encontrar el sentido a un laberinto de urdidas y enrevesadas mentiras.

Las imágenes al otro lado del televisor. Los fugaces viajes en auto por las calles semidesiertas de la ciudad, con todos los comercios cerrados. La tensión en el aire. Y el día después: las útlimas protestas. Los militares patruyando por la ciudad y centros comerciales. Los colegios aún vacíos. La incertidumbre y desconfianza todavía planeando sobre nuestras cabezas.
Trato de entenderlo, pero me cuesta. Mi único referente es cinematográfico, o las líneas de un libro de historia "del siglo pasado". O las historias de mi padre y mis tíos. Siento emoción. Algo "verdadero" por lo que sentir miedo y luchar. Pero rabia también, es algo viejo, algo que ya debería estar superado, ago que no debería suceder más. No es un reto nuevo, no el que debería estar afrontando mi generación.
Yo nací un mes de noviembre de 1981 en España, más de medio año después del último intento de golpe de estado en mi país. No conocí ni el miedo de una dictadura, ni el de una inestabilidad democrática. España comenzó su proceso de estabilización, enmarcado en la integración en la futura Unión Europea poco después. El intento de golpe de estado de ayer hizo tambalearse mi confianza ciega en este debil sistema, y reafirmo aquello tan dicho de que la democracia es algo muy fragil que todos debemos cuidar. Cuando, a principios de este verano que ya terminó, vi de nuevo Z, de Costa Gavras, me sedujo de nuevo, pero reconocí en ella una película ya muy lejana en forma y temática, de los motivos que mueven hoy día a las nuevas generaciones o de mis contemporáneos, a quienes yo quería mostrar la película. Hoy, el filme de 1969 cobra total y perfecta actualidad. Quizá no en Europa, pero sí aquí, donde el respeto por el juego democrático aún está por afianzarse.

En Europa, por suerte, tenemos ya bien ganado y asentado ese respeto al juego democrático. Aquí, por desgracia, la historia demuestra una vez más, que aún queda camino por recorrer. Va a ser un camino duro y dificil, pues no se puede construir con "sangrientas acciones de rescate", sino sembrando semillas de respeto, de valores cívicos y sociales, semillas que llevan el nombre de Educación, Solidaridad, Reparto Igualitario de la Riqueza, Inversión en Desarrollo, Desmilitarización.
Esas palabras son la inversión en Democracia y por tanto la Inversión en Futuro. Ese es el gran reto que le espera al pueblo ecuatoriano en los próximos años. Yo me uno a la causa, con mi pizarrón, mi esfero, y todas las pocas artes que conozco en mi breve experiencia de educador.

Ayer salvamos la piel propia y el corazón del sistema. Pero ¿Y mañana? ¿Estaremos dispuestos a enfrentarnos de nuevo a los necios? ¿Seguiremos vigilantes, guardando por nuestro prójimo? ¿O volveremos la cabeza hacia otro lado, o la enterraremos en la arena?
La elección ya tiene que estar tomada, y no hay otra: o todos o ninguno. Si miramos sólo por nuestros propios intereses, en lugar de mirar por todo el grupo humano, estamos escribiendo las últimas líneas de ese libro que se llama Historia de la Humanidad.

Aún faltan muchas páginas por ser escritas. Los autores, son todavía anónimos. Serán nuestros hijos, nietos, generaciones futuras que continuarán la obra que hemos comenzado. Qué escribirán, si lo harán con sangre y rabia o con tinta y buena letra, depende de qué enseñanzas les leguemos nosotros.

Quiero acabar este breve artículo dando las gracias de corazón a todas las personas anónimas que, expontáneamente, se lanzaron ayer a las calles para salvaguardar nuestros más básicos derechos como ciudadanos. Y a todas las personas que desde lejos, se solidarizaron con este país.
Sigamos todos bien firmes, cuidando los unos de los otros, a pesar de las fronteras, y las distancias. El fantasma del miedo, del dolor, de la mentira, puede aparecer en cualquier país, bajo cualquier forma. Pero si nos mantenemos unidos, lo podemos vencer. No sembremos más semillas de desconfianza. Unamos nuestras manos para sembrar campos de Solidaridad y Comunión, donde crezca un sólo arbol fuerte que nos proteja a todos, donde cada rama, cada hoja, cada gota de sabia, seamos cada uno de nosotros, trabajando todos juntos por un futuro común.