El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 22 de agosto de 2009

Verde pálido

Montes vacios y muertos manchados de verde, un verde apagado, tímido de ser verde. Esos eran mis pensamientos, mis sensaciones cuando viajaba en coche camino de mi pueblo aquí en El Bierzo. después de un año en la amazonía. Aunque me crié aquí, de pronto me sorprendía el paisaje y me parecía que éste ya no hacía honor al nombre de la comarca.
Viajaba por una gran autopista, que se extendía como una gigante macha de de alguitrán y cemento, una frontera infranqueable manteniendo a ralla las hierbas a sus lados, éstas creciéndo tímidas, con colores pálidos, como temerosas, con miedo a asomar la cabeza entre los dos carriles de la autopista.
Los campos, el monte, era de tierra roja, y en ella crecían tímidos árboles, más bien arbustos, de color verde apagado. La vegetación aquí, como la veo ahora, no es más que una mancha que intenta decorar un paisaje, urbano o rural, marcado bien profundo por la mano del hombre. Un hombre que ha desplazado a las plantas, las ha doblegado a su voluntad y sólo las permite crecer bajo control donde él quiere.
Un paisaje feo, la verdad. Un paisaje que se me antojaba arificial. Sí, hay parques con frondosos jardines, hay bosques repoblados, hay santuarios naturales que se guardan con celo absoluto. Pero todo, en alguna medida, está bajo la supervisión y el control de ser humano. Ya no hay naturaleza salvaje y libre.
De pronto, echo de menos esa vegetación frondosa y de violencia destada que cubría montes allá en la amazonía, que se pegaba al asfalto de la carretera, con con timidez como aquí, sino expectante para recuperar el terreno robado, su terreno, cuando el hombre se descuide y deje de transitar por su caminos negros unos instantes. Vegetación en pie de guerra, indómita. Supongo que estoy siendo un poco exagerado, pues allá me comentaban que la selva ya no es lo que era, que ya no hay selva virgen, que la selva ahora tiene un color amarillento, síntoma de que va poco a poco perdiendo fuerza y muriendo a manos del hombre, y sé que así es. Pero para mí, la velocidad y la fuerza de la naturaleza era algo inusitado, increíble, y ahora, al ver estos campos, me da pena y pienso que este mismo paisaje verdigrís, estos mismos montes que veo todos los días a traves de cierta canícula que les quita vida y color, podrían pronto un día sutituir a la selva.

No todo está perdido, por supuesto. La naturaleza es sabia e indómita, y estoy seguro de que lleva las de ganar. Aquí también crece y se desboca, y busca su camino a través del cemento, como en la canción de Malvina Reynolds, aunque aquí el crecimiento sea más lento. Estos díás he estado podando el jardín de casa, y, después de unos años sin podarlo, reconozco que estaba salvaje y me admiraba de la fuerza de plantas y árboles para ir poco a poco creciendo y recuperando terreno, colandose por las rendijas, por las celosías del muro, hasta cubrir la mano del hombre y convertirla en parte suya.
La batalla sigue, y el hombre no es más que un hijo rebelde de la Naturaleza, que se cree más importante y fuerte que su madre, y al que un día su propio orgullo le hará sucumbir.

"Era eso entonces (el triunfo del hombre que se libraba del abrazo de la tierra, y la tierra que lo abrazaba otra vez, año tras año) lo que atraía a Douglas. Las ciudades nunca ganaban, existían meramente en un calmo peligro, equipadas con cortadoras de césped, polvos insecticidas y tijeras de podar, nadando sin desfallecer, como dicen que nada la civilización, pero con casas preparadas para hundirse en verdes mareas, sumergirse para siempre, con el último hombre, y desplantadoras y segadoras transformadas en cereales cáscaras de herrumbre."
-Ray Bradbury, El vino del estío

viernes, 21 de agosto de 2009

Comer

Comer es compartir un tiempo juntos en la mesa,
no solamente ingerir alimentos.
Comer es conversar, acompañarse,
comer para el cuerpo, pero también para el espíritu.
Comer es compartir las penas y alegrías del día a día,
conocerse poco a poco sentados juntos en la mesa.
Comer es un acto que se ha de realizar sin prisas,
saboreando alimentos, palabras, miradas y gestos.
Comer es escuchar y saborear la palabra propia ajena,
no una concurrencia de devoradores mudos.
Comer es un desnudarse ante los demás,
sin esconder la mirada en una pantalla ajena.
Comer es compartir un tiempo juntos en la mesa,
aunque ésta sea pobre, con poco o nada para comer.

Desconectado

- Sr. Fernández Santana, Roberto.
- Sí.
- Un cuadro médico interesante, ya se ven pocos así, pero tranquilo, no es nada fuera de lo común. Sólo está un tanto desviado. Por lo que leo en el informe médico-policial, le gusta leer, conversar en los almuerzos, pasear con su mujer e hijos, vacaciones y fines de semana en “familia”…. No tiene activo ningún tipo de mensajería electrónica, no consume publicaciones digitales, no conoce redes online. Se muestra agresivo con los demás y les critica indiscriminadamente su forma de actuar abiertamente y en público.
- Sí, todo eso es cierto. No lo niego, y no veo dónde está el problema.
El psicólogo sonrió levemente y se recostó en su sillón mirando al paciente.
- Sr. Fernández, dígame ¿Cuáles son los hábitos diarios de sus hijos, de su mujer? Descríbamelos. Ya que conocemos los suyos, sería interesante ver los de su familia.
- Sencillo. Mis hijos pasan el día encerrados en su cuarto conectados a Internet. Ahora que apenas hay clases presenciales, eso les ocupa casi todo el día. Cuando no están recibiendo la docencia online, están chateando con gente o intercambiado qué se yo a través de alguna comunidad. Incluso en los almuerzos, se conecta con su portátil a través de la wifi y hablan por Internet mientras comen. Así no es posible mantener una conversación tranquila, en familia, compartir algo juntos, pues para eso somos una familia. Y no les invite a salir: no quieren. Yo creo que incluso tienen miedo a salir al exterior. Sólo lo hacen cuando van al Centro y se enganchan a esas máquinas, esos simuladores. Y temo también que forman parte de alguna de esas nuevas pandillas que se dedican ha cometer actos vandálicos a altas horas de la noche. Les he visto entrar tarde en casa, pero no les he conseguido sonsacar nada, para ellos es normal esa forma de actuar. Claro, al final, no pueden soportar su encierro virtual y de algún modo tienen que explotar y recurrir al contacto cara a cara con la gente, aunque sea violento y superficial.
- ¿Y su esposa?
- ¿Mi esposa? Buena pregunta. Creo que casi he olvidado que tengo una. Trabaja todo el día fuera de casa. Normalmente no está a almorzar, si acaso a cenar, y madruga tanto que tampoco la veo por la mañana. Cuando llega del trabajo, se conecta y es como si no existiese, como si fuese una planta más en el salón de estar. Apenas la veo en su tiempo libre, ella se va al Centro…
- ¿Tiene usted plantas en el salón?
- No, ya no. No había luz natural suficiente y las de plástico no le me gustan.
- Y tampoco le gusta ir al centro, claro.
- No, no me gusta. Toda esa gente, conectada a diferentes computadoras, solas, incapaces de intercambiar una palabra si no es a través de una máquina… Eso no son relaciones sociales, eso es…
- ¿Qué, que diría usted que es? No, no responda, yo se lo diré. Eso son precisamente relaciones sociales. Las personas van al centro, o se quedan en su casa cuando no les apetece, y se conectan a la red, y se relacionan con las personas. Ahí está su problema. Usted se ha quedado fuera de toda red social, y por eso se ha vuelto apático, se deprime y se muestra violento. Debe usted buscar una red social. Conéctese, déjese llevar por la marea, abra su vida a nuevos caminos y experiencias. Es usted una persona reacia al cambio. ¿En qué año estamos? ¡Mire el calendario! Mentalmente vive usted en la edad de piedra, mientras el mundo gira a la velocidad de la luz.
- Pero doctor, usted... usted lo sabe. Sabe que no está bien. Que esas no son formas de vivir en sociedad. Miles de seres humanos que apenas se miran a la cara, que necesitan de una máquina y unas redes virtuales para poder comunicarse y desarrollar sus habilidades sociales. No hay contacto físico, directo. Usted me entiende. Nadie habla cara a cara, como hacemos usted y yo en estos momentos.
- Oh, pero esto no es comunicación verbal. Es terapia. Medicina. A veces, los profesionales de mi campo tenemos que recurrir a estas formas de comunicación para ayudar a personas como usted. Usted es el típico caso de desconectado. Hay algunos pocos, no nos importan, salvo cuando se vuelven críticos y violentos y amenazan la armonía de los demás. Por eso está usted aquí. Le ayudaremos a volver a conectarse, y verá como dentro de unas pocas sesiones, ya no es necesario que se desplace usted hasta aquí. La ayuda médica a través de la red es mucho más rápida y cómoda.
- Rápida y cómoda sí, pero, fría y vacía también. Por Dios, doctor, cómo puede decirme que una charla virtual es mejor que el contacto humano. No y mil veces no. Las máquinas no hacen sino limitar nuestras capacidades humanas. Ya no necesitamos aprender a desenvolvernos en situaciones sociales, aprender a enfrentar miedos,… si algo nos resulta incómodo cerramos la sesión y punto. Apagamos la máquina. O nos escondemos a través de alguna artimaña virtual. Somos meros extensiones de nuestras computadoras, somos máquinas, ya no somos seres humanos autónomos, dependemos de la tecnología para poder vivir, para poder satisfacer todas nuestras necesidades.

Nadie sale a comprar. Las compras son online y una máquina te deposita en el buzón de bienes materiales aquellos productos que no se pueden recibir digitalmente. No hay vacaciones, salvo las virtuales, que son más seguras, que salir afuera y ver el mundo con nuestros propios ojos. Nuestra familias son algo muerto, ficticio que no se merece ese nombre: no hay relaciones familiares, es simplemente un núcleo económico creado para mantener a los hijos hasta que sean mayores y autónomos económicamente; y los hijos son un mero producto económico, un bien más, necesario para mantener la raza humana. Mi mujer y yo decidimos concebir naturalmente en lugar de hacerlo invitro. Creí que así sería mejor, ayudaría a afianzar la familia. No quería unos hijos prediseñados en laboratorio… Y ahora que ya tenemos nuestros hijos, la vida en común en familia, ya no tiene sentido. En pocos años serán profesionales independientes.
No. Por más que me lo diga, eso no son relaciones sociales. No lo acepto. Es una realidad falsa, inventada a golpe de ceros y unos. No. No funciona. ¿Qué me dice de toda es violencia nocturna, de los asesinatos con rituales cada vez más raros, de los muertos online… de todo eso de lo que casi nadie habla pero que está ahí? ¿Qué cree usted que lo produce si no lo hace esta sociedad deshumanizada?

- Sr. Fernández. No se altere. No existe tal sociedad deshumanizada. Las relaciones han cambiado pero por alguna razón usted se ancla al pasado. Leo aquí que era usted maestro de las antiguas escuelas, y que dejó su oficio al poco del comienzo de la docencia virtual. Especialista en Historia, Humanidades. Quizá ahí está su problema. Se encariñó demasiado con alguna época pasada. Debe volver al presente.
Mire. Míreme a mí. Tengo a mi familia. Mis hijos y mi mujer con los que me relaciono a través de Internet todo el tiempo. Mi mujer y yo cumplimos con nuestra función económico social para con nuestros hijos, que fueron diseñados genéticamente para evitar problemas en su desarrollo físico y social, y estaré muy orgulloso cuando sean autosuficientes y puedan dejar el núcleo familiar.
Trabajo desde mi oficina, conectado a la red, lo cual abre mis posibilidades de comunicación, salvo cuando tengo que encargarme de casos como el suyo, claro está. Cuando no estoy trabajando, disfruto de viajes virtuales con mi familia o acudo al Centro, donde me relaciono con el resto de personas, me relajo, entro en nuevas redes sociales. Y sí, lo reconozco, participo de cierta de esa violencia que usted comenta. Es… un mal menor, podríamos decir. Todo sistema social tiene su pequeña falla, pero forma parte de un margen de error tolerable. Es como una válvula de escape. Le confieso que alguna noche salgo, y libero mi instinto, mis pulsiones más internas. Todos lo hacemos alguna vez. No le voy a decir en qué exactamente.
Unos destrozan bienes materiales, cometen algún tipo de atrocidad animal… Incluso comenten ataques por la red no permitidos… pero para eso están los mecanismos de control, la policía de sus añorados siglos pasados. Son necesarios, ninguna sociedad es “perfecta”

- ¿Yo, yo qué soy, parte de se mal menor? ¿Por eso me han detenido? ¿Temen que acabe desatando mi violencia contra mi mujer y mis hijos?
El señor Fernández rió con sorna.

- No usted no es parte del mal menor. No se preocupe. Lo arreglaremos. Se ha terminado el tiempo de esta sesión. Regrese a casa y descanse. Mi consejo es que pruebe a conectarse un rato y se una a sus hijos, sus conocidos, diviértase con ellos, déjese llevar por ellos. Recibirá un correo con la fecha de su próxima sesión.

***
- Aquí tiene el informe del sujeto 0885127F. Un pobre diablo más… O menor dicho, menos.
- Código rojo – Eliminación inmediata. Hacía tiempo que no teníamos ninguno. Es una lástima. ¿No se pudo hacer nada?
- No. Está desconectado del todo. Empieza a ser un peligro socioestructural. Sin camino de retorno.
- Bien. Gracias doctor. Procedo a tramitar la orden de eliminación al Departamento Final.

jueves, 13 de agosto de 2009

Chifles y Pony Malta

Qué curiosa es esta vida. Cuánto más se mueve uno, más pequeño se hace el mundo. La gente va y viene, por unos motivos u otros, y con ellos trae parte de lo que dejó atrás en su tierra de origen o parte de eso nuevo que conoció en otros lugares.
Haciendo la compra de la semana en un super de acá, me quedé sorprendido al encotrar yuca, verdes y Pony Malta. Y no era un supermercado especial. No. Era uno más, aquel al que yo solía ir a comprar antes de cruzar el charco.
No recuerdo haber visto allí estos productos tan comunes en Ecuador, hace un año. Quizá sea que entonces no los conocía y pasaban desapercibidos para mi. Ahora, fue una especie de antojo, de añoranza -siento "morriña" como dicen aquí, por las gentes y las cosas de allá- que al verlos compré un par de verdes y una Pony y me hice chifles para acompañar la cena.
Supongo que es a raiz de la inmigración procedente de países como Ecuador y Colombia que ahora uno encuentra estos productos en el mercado español, aunque me pregunto cuántos inmigrantes puedan darse el lujo de comprarlos, por que los verdes, por ejemplo, valen a 1,40 el kilo (más o menos 50 o 60 céntimos de euro el plátano) lo cual, lo convierte en algo prohibitivo para la economía de cualquier familia de clase media si al menos lo que uno pretende es comerlo todos los días y en cantidad como sucede en Ecuador. Acá uno se puede dar un capricho recordando esos productos, como hice yo, pero no más.

El caso es que con los verdes y la Pony, y el discurso de investidura de Correa en directo a través de internet por el canal estatal ecuatoriano, por los familiares y amigos ecuatorianos que hay acá, yo no puedo dejar de pensar en la gente de allí. En lo que dejé y a lo que no puedo volver, pues al menos de momento, se me antoja algo complicado. Aunque ya se que todo es querer.
Ganas no me falta. De regresar, o de ir a cualquier otra parte. Llevo a penas una semana en "mi tierra" y ya empiezo a sentirme incómodo, extraño, con ganas de marchar, igual que estaba hace un año. No es que no me enseñe, pues me adapto rápidamente a las costumbres del lugar donde estoy, pero, no estoy cómodo. Me falta algo que hacer, una ocupación que llene mi tiempo libre, y creo que lo que pueda encontrar aquí no me satifará. Vuelvo a sentir la necesidad de partir y vuelve a ser complicado el cómo y el a dónde.
Qué vida esta. Porqué será tan complicada. Porqué no encotraremos un lugar agradable donde queramos quedarnos, porqué nos costará tando decidirnos y decir, sí, lo encontré, es este, porqué, nos vamos a otras tierras tan inseguros de querernos ir... No hago más que pesar los pros y los contras de mi decisión de regresarme de mi experiencia amazónica, y de preguntarme qué hubiera pasado sí... Supongo que tengo que fijar ya rumbo a algún sito, antes de que mi mundo y mi cabeza se empiecen a encerrar de nuevo en miedos e incercias.
Si el año pasado me sentía como un marciano entre los de aquí, ahora debo ser de la galaxia de Andrómeda. Mis aficiones han cambiado. Este mundo tan material cada vez me satisface menos. Necesito viajar, trabajar para comer al día y basta. Conocer nuevas gentes, probar nuevas pony maltas hasta que llegue el día en que sienta en mi interior esa voz que diga "sí, aquí me quedo".

miércoles, 12 de agosto de 2009

Alta velocidad

Acá estoy, en casa, recién aterrizado, pues hace justo hoy una semana que llegué a España (faltan unas horas para que sea exacto el cómputo de tiempo), sentado frente a esta máquina e intentando aislarme del ruido exterior, porque, aunque mi calle acá en León es una calle tranquila, hoy están podando los árboles -¡en pleno agosto!- y menudo rudio mete la máquina. Si fuese D. Hector con la guadaña de gasolina, no me molestaba, pero siendo una empresa subcontratada por el ayuntamiento de León para podar los árboles... empieza a darme gastritis... Y eso que es un gobierno "socialista". La misma M. de siempre. Acá las cosas no cambian.
Que me lo digan a mí. Con sólo salir un año al extranjero, ahora parezco un extraterrestre paseándome por las calles de León: Yo sigo a velocidad amazónica, tranquilo, caminando despacio, observando las gentes y los paisajes urbanos en este caso, sin prisas, sin preocupaciones... Y aquí la gente vive a 100: si quedas con alguien tiene que ser de 6 a 6 y 25 por que a las 6:35 tiene no se qué y a las 8 no se que otra cosa... Y no esperes que estén todos a la hora de comer, o de cenar, cada uno llegua a la hora que le cuadra, y se sienta y come -casi engulle- sin esperar ni por Dios ni por el demonio... ¡Qué sociedad! Así les va.

Me dicen que he cambiado y que vuelvo un tanto picajoso. Supongo que mi experiencia me ha cambiado, sí. He aprendido otra manera de vivir, de ver las cosas. Me he reafirmado en muchos de mis valores y actitudes, he desechado otros y he adquirido otros nuevos. Eso es crecer. Y crecer sólo se logra viviendo. Y vivir, es salir fuera, plantar cara al mundo, reir y llorar, y sobre todo, estar abierto a aprender y comprender nuevas ideas y formas de ser.
No se dónde me llevará el viento, a donde viajaré. Pero no será a través de la red de banda ancha ni en esos trenes que recorren 400 km. en 3 horas en los que no te da tiempo de leer, de charlar con el compañero de asiento. ¡Qué manía con correr! Por tanto correr, la gente deja de disfrutar de la vida, y yo me pregunto para qué, pues al final todos llegaremos al mismo sitio.
Segiré viajando, descalzo y sin prisas... a donde me lleve el viento.

Todo el mundo me habla,
no oigo lo que me dicen,
sólo los ecos en mi mente.

La gente se para y me mira,
no puedo ver sus caras,
sólo las sombras de sus ojos.

Me voy a donde el sol sigue brillando
a través de la fuerte lluvia.
Me voy a donde el tiempo
da forma a mis ropas.

Dejando a un lado el viento del noreste,
navegando en la brisa del verano,
y saltando a través del oceano
como una piedra.

Y no pemitiré que dejes mi amor atrás.
No, no permitiré que dejes mi amor atrás.

Everybody's talking (Fred Neil)
(Traducción de andar por casa según oigo la canción...)

viernes, 7 de agosto de 2009

Instalada la última pantalla mural

No se si alguno de ustedes habrá visto una película de Peter Watkins llamada Gladiatorerna (The Glatiators en inglés, es decir, Los Gladiadores) Como por desgracia el cine de Watkins no tiene mucha difusión, cuento acá en dos líneas su argumento: En un futuro las guerras han desaparecido, sustituídas por un concurso de televisión en el que dos ejércitos de diferentes países se enfrentan de verdad para lograr un triunfo que al final ninguno de los dos logra pues el sistema está programado para que nadie salga victorioso.
Cuando la vi hace un par de años, me gustó, aunque, como en tantas otras ocasiones, no le dí mayor importancia y pensé: otra distopía de esas que tanto me gustan a mi. Luego el tiempo pasa, y un día enciendes el televisor y te encuentras con que la realidad que vives está empezando a parecerse demasiado a esa fantasía distópica. Y uno se asusta, y se llena de rabia al ver cómo sus semejantes -y con ellos él mismo, pues al final la raza humana se condena toda ella junta, justos y pecadores- siguen caminado cuesta abajo y haciendo caso omiso de las advertencias que una y otra vez se cuelan por los resquicios cada vez más tupidos se esa masa gelatinosa pudre-cerebro que son hoy día los medios de comunicación.
Mi susto llegó hace unos días cuando, en Chile, vi cierto programa de la televisión nacional llamado Pelotón. Se trata de un reallity en el que meten a varias personas y les hacen vivir como si estuviesen en el ejército: en dos pelotones, que se entrenan y se enfrentan entre sí en diferentes pruebas. No había sangre, no. Pero ¿Cuánto tiempo tardará en haberla, como sucedía en la película de Watkins? El aviso ya está en el aire. Ahora nos toca a nosotros decidir el camino.

Al margen del cada vez más escalofriante parecido de nuestras vidas con una agobiante distopía de ciencia-ficción, me llama la atención sin medidas ver cómo la gente se "engancha" a estos reallities y hace de ellos el motivo de su propia existencia. En chile, noche y día, el principal tema de conversación es lo que pasó la noche anterior en el famoso Pelotón. Llegan incluso al extremo de comentar y promocionar series y reallities en las noticias, junto a los sucesos de la guerra de Iraq, la gripe porcina o las últimas peleas políticas de turno. Me pregunto cuánto tardaremos en dejar de diferenciar qué noticias son reales y cuáles son producto de una ficción. Quizá ya nos estén engañando.
Esto, por supuesto, no sucede sólo en Chile. Los reallities no ocupan de sol a sol la TV chilena solamente. También acá en España, y en otros muchos países sucede lo mismo. Se llame Gran Hermano, o Supervivientes, etc, los mal llamados reallities, pues la "realidad" que dicen mostrar es bien falsa, están por doquier y atrapan en sus redes a miles de espectadores, qué, temerosos de salir afuera y vivir la vida, esa vida que sí es suya y es real, y duele por lo tanto, se esconden en sus casitas y prefieren dejar de vivir como ser humano para convertirse en masa bruta de encefalograma plano mientras otros viven por ellos.

Y el peligro no está solo en los reallities. Está en las novelas, en las películas continuación de continuación de continuación, el la literatura plana y estándar, que siguiendo unos patrones fáciles para el lector medio, le viste con unos roles que no son los suyos propios, y él los acepta, porque los suyos propios tiene que trabajarlos y moldearlos, y claro, es más facil aceptar unos ya escritos y establecidos con toda claridad.
Me da miedo. Temo por esta sociedad. Gente sin imaginación, gente que deambula por la calle dejando de ser él mismo, escondiéndose detrás de un disfraz de superhéroe de comic o viviendo pendiente de 10 locos encerrados en una casa insultándose y jodiendo por la noche ocultos pero a sabiendas de que deben mostrar algo porque hay una cámara de visión nocturna que les graba...

Manden a la gran M. los reallities, los libros pudrecerebro, las series, películas planas. Salgan afuera. Dejen que el duro viento de la vida les haga llorar y les deje marcas en el rostro. Paseen por su ciudad, por su país, siendo ustedes mismos, observando a los demás y al mundo que les rodea. Siéntense entonces en un café bien viejo, sin TV n música demasiado alta y conversen de ustedes mismos, sin miedo.
Y si su vida es tan aburrida que ya no tienen nada de lo que merezca la pena hablar, no tengan miedo, y en lugar de conformarse con hablar de las falsas aventuras de otros, echenle valor a la vida y salga, arriésguense, hagan eso que siempre quisieron hacer pero no hicieron por miedo por que les convencieron de que era una fantasía. Era mentira, pura mentira. Fantasía es la vida que viven ahora. Despierten. Salgan. VIVAN.
Estoy completamente seguro de que encontrarn esa otra vida, esa que ocultan en su interior, y se sentirán vivos de verdad.

"Prefiero vivir mi vida en lugar de perder el tiempo en escuchar radio y ver televisión. Prefiero vivir en lugar de ver vivir a los demás." - Juan Marcos Coquinche, en La Utopía de los Pumas, de Milagros Aguirre (CICAME, Quito, 2007)