El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 27 de febrero de 2015

Solo, uno.

Un día antes de que se acabe el mes
veo a través de la lluvia un cielo gris
el verde de la selva contrasta en él
y en ella nubes oscuras creciendo sin fin

La gente corre por calles de charcos
lodo y desorden, entre ruidos de carros
se esconde, asalta al vecino abandonado
a la suerte de una competencia sin juez ni jurado.

Una desordenada carrera de afán darwiniano
donde todos quieren ser primeros
donde las reglas del infinito juego
las pone aquél que llega el primero
éste es el baile que todos bailan
la canción que todos cantan
el falso sueño que todos sueñan
y enseñan, las escuelas y en los colegios
en universidades, en los medios y en Congresos
Yo-mi-mio-conmigo, y Yo siempre primero.

Y al trote de esta carrera desenfrenada
unos destruyen idólatras estatuas
mientras el bulldocer arranca árboles
y a su paso aplasta, vasijas con rostros pintadas
el último recuerdo de una vida pasada
la de un hombre que no era uno sin el grupo
aquel que no corría sino que lentamente buscaba
siento la tierra, el calor de los otros
como única base para sembrar un futuro.

Quizá por eso hoy en esta carrera
siento que no llegará nadie primero
pues cuando ya sólo hay uno
igual es primero que último.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Palabras en el viento

Un accidente en moto. Una vida que se va.
Así, en una fracción de segundo. Sucede cientos de veces, demasiadas veces. Unas no es más que otra noticia más de la crónica de sucesos, otras veces nos duele en los huesos y el alma.

Hoy siento que una parte de mí de alguna manera iba en esa moto. No es la pena y el llanto por la pérdida de un ser cercano, de la familia. Es la pérdida de una de esas semillas que uno cuidó con tanto cariño durante aquellos días de colegio. Es el dolor de esa pregunta que hace ecos en mi interior esta tarde ¿en qué fallamos? ¿no le mostramos el mejor de los caminos, ese en el que caminamos con convicción? ¿que sucedió entonces?

Cuán fútiles se me hacen hoy las palabras de la escuela. Son como astillas que se quiebran contra las duras paredes metálicas de la sociedad, como voces acalladas por el estruendo de una forma de vida-propaganda que nos ensordece. Y sin embargo..., sí, sin embargo sigo creyendo que esa educación, esas palabras diferentes que salen de la escuela, que deben salir de la escuela, son el único remedio para evitar que más vidas se vayan por caminos sin salida a la velocidad de moto de este sistema.

Cierro los ojos y veo su cara, y a continuación veo los rostros de sus compañeros, aquellos jóvenes que un día echaron a volar lejos del colegio, y no puedo sino preguntarme ¿dónde están? ¿están bien? ¿caminan íntegros por esta vida? ¿cuando dudan, cuando sufren, cuando sienten necesidad de compartir su alegría; encuentran a quién acudir?

No se si alguno leerá estas líneas. Y no quiero sonar a discurso de profe. Pero no puedo dejar de deciros otra vez: no os dejéis convencer por los espejismos de esta vida: el dinero, el éxito, las motos, el alcohol, no son más que mentiras, caminos sin salida. Aunque suene a sueño de infancia, pensad en aquellas palabras, aquellos modelos, aquellas vidas de quienes os acompañaron cuando aún no tenías la edad de caminar sólos, e intentad construir vuestra vida con ellas.
Se puede, sí, se puede. Caminad con paso lento pero firme. Y si necesitáis alguna vez consejo, si necesitáis palabras que os reafirmen, no dudéis en echar la vista atrás, en dejar mensajes en el viento, o atrapados en la red.

Las respuestas, las palabras de aliento, llegarán.

sábado, 14 de febrero de 2015

La lógica de la deconstrucción

A veces me preguntan, directamente o con inquisitivas miradas ¿Por qué no puedes dejar de preocuparte tanto por este mundo y vivir tranquilamente tu vida en tu casa como todo el mundo? La respuesta es bien sencilla:

Sí, es fácil vivir cómodo en casa sin grandes preocupaciones por el mundo, disfrutando de la vida, cuidando de los tuyos, y de ti mismo, hasta que un día te das cuenta del principio que sustenta la vida que vives: unos deben vivir mal, sufrir, sobrevivir sin posibilidades de cambio en sus vidas, para que otros vivan la buena vida, cómoda y despreocupada que vivimos.

Hay algo en ese principio que nos incomoda. De pronto hemos abierto los ojos y la base que sustenta nuestro sistema de vida no nos gusta ¿cómo puede ser tan injusta? y lo peor ¿soy yo cómplice de esta situación? La respuesta a la última pregunta es un rotundo "sí" que resuena en nuestro interior y que la mayoría lucha por acallar toda su vida sin lograrlo. Entonces nos ponemos manos a la obra para solucionar esta atroz situación y decimos: manos a buscar la manera en que todos puedan vivir igual que vivimos nosotros. La respuesta del sistema es un cubo de agua fría: no se puede; no hay suficientes recursos en el mundo para que todos sus habitantes puedan llevar el modo de vida de los que hemos nacido en el llamado mundo occidental además de en familias de clase media o alta.

Decidimos entonces que, si es imposible que todas las personas del mundo vivan nuestro nivel de vida, lo que habrá que hacer es empezar a repartir, a renunciar a algo de ese nivel de vida para que los que malviven puedan vivir algo mejor y así poco a poco la desigualdad se vuelva igualdad, una igualdad basada en la pobreza material y no en la pobreza.

Cuando hemos llegado esta última conclusión cuenta de que, si bien es perfectamente factible y soluciona nuestro problema inicial, el sistema no nos permite tomar esta opción: va en contra de los principios del mismo, dinamita y destruye las bases que lo sustenta. Pero la ecuación lógica no tiene fallo, así que el pensamiento ilógico debe ser el miso sistema, así que nos ponemos manos a la obra: no queda otra de deconstruirlo, ir desmontando poco a poco todas piedras y componiendo con ellas el producto de nuestra ecuación.