El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 27 de marzo de 2014

Las calles de mi país

Hay gente en las calles de mi país estos días. Y hay sangre en las calles de mi país estos días. ¿Hay sangre en las venas de aquellos que se quedan en casa en mi país estos días? ¿Hay pasión en las venas de aquellos que duermen un sueño de plástico encerrados en cajas en mi país estos días?

Las calles están medio vacías en mi país estos días. Faltan las almas de aquellos con la despensa llena en sus casa de vida vacía estos días. Aquellos que se miran en el espejo de la televisión estos días y creen que son ellos los que desfilan por las calles de mi país estos días.

Hay gentes que sufren en mi país estos días. Hay gentes al las que roban su casa en mi país estos días, dejándoles en la intemperie con el frío en sus huesos y sus labios estos días. Son frío de monedas en manos avaras estos días, son pálidas cifras de orgullo poder y sombra de vida.

Hay gentes que dicen representar al pueblo en mi país estos días. Son las únicas que dicen la verdad estos días: sonrientes a través del televisor, sentadas en cómodas sillas, saludan a los que estos días, les miran cómodamente desde el sillón, seguros en sus vidas estos días.

Reina la democracia del sofá en mi país estos días. La droga del euro y el circo y la sopa caliente, y un cristal medido en pulgadas que muestra la vida ficticia: esa por la que muchos votaron, esa que no mancha las manos, esa que no habla de hermanos, que construye falsos reinos estos días.

Tras el vaho de las ventanas de mi país estos días, se ve morir en el frío a las gentes despojadas de vida. Y poco a poco la calle se queda muerta y vacía, y un reguero de sangre recuerda que se luchó por la vida. Adentro tras los cristales, los que miran hace tiempo que ya han muerto.

Mi país es un desierto estos días repleto de almas perdidas. Llevan la boca repleta de monedas y mudas vagan para siempre por la ribera estigia, atragantadas en su codicia, sin poder preguntarle a Caronte el precio.

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