El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

martes, 22 de noviembre de 2011

Colada morada

(Debió aparecer el día 1, aparece ahora con retraso)


Ray Badbury despertó mi interés por el día de los muertos. Hasta entonces, para mí, esa fecha no era más que una aburrida tarde en la que mi familia me hacía ir al cementerio. Yo no entendía entonces para qué. Y aunque hoy día sigo sin comprender bien esa necesidad del hombre de velar a sus antepasados ya fallecidos, y me uno a ese grupo de gentes con alas que quieren que sus cenizas sean un día esparcidas al viento y que acá en la tierra no quede otra cosa que el recuerdo en la mente y corazones de los seres queridos, me llama cada vez más la atención los rituales y costumbres que en torno a los difuntos, y en especial en torno a ese día, tienen lugar en distintas partes del mundo.
Acá en Ecuador, es tiempo de wawas de pan (niños de pan) y colada morada.

El mundo exterior


Hace unas semanas un amigo me preguntaba qué opinaba yo de Ecuador. Quería una opinión extranjera de este país. Yo no supe que responderle, y aún sigo sin saberlo. O sin poder responder, pues la verdad, creo que aún no conozco bien este país, ni lo conoceré por el camino que llevo.
Como misionero, cooperante, como una persona de paso, cruzo por las calles de estos pueblos y ciudades, observando a la gente, pero sin conocerla realmente. Mis fines, mis metas, son otras, y no están aquí ni allá.
Me doy cuenta cada vez más. Vivo encerrado en una caja. No es una caja como la de la canción que inspiró el nombre de este blog, pero una caja a fin de cuentas. Y desde esa caja, me asomo tímidamente a la realidad.

Seamos claros. No he vendió acá a hacer mi vida, a buscar un futuro o una vida, como pudieron hacerlo mis antepasados o como lo hacen tantos inmigrantes en tantos países del mundo. Yo he venido con el compromiso de apoyar un proyecto de desarrollo por un tiempo determinado. No me interesa ahora lo que pueda venir después.
Vivo en un complejo aislado, con un calendario de trabajo totalmente diferente al del resto de la sociedad, tengo mis necesidades vitales cubiertas y no tengo otras necesidades adicionales. La gente con la que vivo sigue el mismo patrón que yo, pues son misioneros, religiosos, voluntarios. Y cuando salgo por la puerta, acabo en las casas o conventos de gente que como yo está más o menos de paso.
Ni siguiera mis vistas a mis familiares acá en Ecuador me ayuda a entender bien la realidad de este país, pues ellos ya tienen su vida hecha y camina hacia otro futuro con otras necesidades.

No. No conozco realmente Ecuador y no sé si lo conoceré. A veces pienso que me gustaría conocerlo, sentir, este país. Unirme a la gente común y vivir como ellos viven, luchar y trabajar por lo que ellos luchan: poner mi fe en una casa, una esposa, unos hijos. Hablar de hipotecas y préstamos, observar la subida y bajada de los precios en el mercado. Sufrir y disfrutar lo mismo que ellos sufren y disfrutan.
Pero hay algo dentro de mí que me aparta de ese tipo de vida. Ya sea acá en Ecuador, en España, o en algún otro lugar. Calzo otro tipo de zapatos, uso otro tipo de lentes. ¿Por miedo, por locura, por el azar? No lo sé, y, aunque a veces me lo pregunto y me paro a pensar, el viento vuelve a soplar y sigue moviendo mis pies por esta otra senda sin decirme el porqué.

Al final, lo que nos toca es seguir viviendo, seguir caminando. Si encontraremos o no la razón de nuestra vida, eso lo no sabemos, pero hay que seguir viviendo. Yo, seguiré mirando la vida de los demás desde mi mundo. Admirándome de costumbres que se me antojan exóticas, extrañas y atractivas a la vez, criticando unas veces con fortuna y otras sin ella, las decisiones y la forma de ser de gentes que viven otras vidas, pero siempre sin poder dar una opinión totalmente sincera.
Viviendo quizá, por otro sendero, para que el común de los mortales, vivan esa vida que yo no acabo de respirar, de sentir.

Seeing blue, feeling blue


Aunque lo vivo de lejos, estos días estoy triste por el presente de mi país. Con timidez y resignación he entrado en la prensa en internet para el mapa de mi España azul. Triste y azul.
Azul político, claro. Triste, por ciudadanos ciegos que votan siguiendo al canto de las sirenas. No me sorprende el resultado, pues era ya algo cantado. En España siempre sucede así: si las cosas están mal, la culpa es del gobierno y entonces la solución es votar a la oposición. Igual da quién esté en el gobierno y quién en la oposición. Esta vez la culpa la tenían los de rojo y por eso votaron a los de azul. Mañana la culpa la tendrán los de azul y entonces votaremos a los de rojo.
El cuento de nunca acabar. Cuándo se enterará la gente de que hay más de dos partidos. Cuándo se enterará que hay otras opciones de voto, distintas a elegir uno u otro partido, como el voto en blanco, el nulo, la abstención masiva.

No voy a negar que me incomoda ese mapa azul, y que temo por el futuro, pero, lo que más me entristece esta vez, es que ya parece que no es cosa de colores, sino de puros intereses personales u oligárquicos (oligárquicos = de unos pocos) Cuando escucho que Izquierda Unida pacta con el PP para impedir que gobierne el PSOE, cuando escucho que lo primero que hace el concejal, alcalde, o ministro de turno es subirse el sueldo mientras habla de la necesidad de recortes en gasto social para frenar la crisis, siento una sensación de profunda tristeza, de rabia, y de impotencia también.
¡Cómo me gustaría coger a los 20 o 30 millones de españoles en edad de voto y tirarles bien fuerte de las orejas! ¡¿A caso no ven lo que está sucediendo?! ¿Por qué les siguen el juego a esos politicacos?
Cada vez estoy más convencido de que el 1984 de Orwell o el Mundo Feliz de Huxley están realmente a la vuelta de la esquina. No tardará mucho en llegar el día en que nos despertemos y nos encontremos viviendo una realidad horrible, una distopía en la que, como borregos felices que somos, no cuestionemos nada y nos conformemos con cuatro migajas, mientras unos pocos, disfrutan, allá bien arriba donde nadie les ve.
¿Quién puede tener fe en el sistema? ¿Quién puede pensar que aún puede tener arreglo? Está podrido. Huele mal. Y con lo que huele mal no queda otra que tirarlo a la basura, o convertirse en cucaracha para poder apreciarlo.

De verdad, no les entiendo, queridos compatriotas. No entiendo porqué siguen votando, porqué siguen en un juego que no les da más que disgustos. La mano que tira los dados ya no es la de cada uno de ustedes, aunque así les parezca. Somos cada vez más parte de las masas brutas que mueven las maquinarias subterráneas de Metrópolis, mientras los de azul, los de rojo, los de verde, viven cómodos y contentos en sus rascacielos. Y lo peor aún es que no hay rastro de María por ningún sitio.

jueves, 10 de noviembre de 2011

En el país de los tuertos


Tengo estos días la impresión de estar haciendo un esfuerzo sobre humano por algo que no va a dar frutos.
Quizá sea que pierdo la fe, y eso me duele. El tema es la educación. Siempre he mantenido y sigo manteniendo que la solución a todos los problemas del mundo pasa por la educación. El día que los gobiernos de verdad acepten que el futuro es la educación y una educación humanista,  no la educación técnica dirigida práctica económica que nos venden hoy en día, cuando reconozcan la educación en todo su 
ámbito como formadora, acabarán los problemas.

The world needs teachers, books and schools... and learning a few universal rules (*)

Sin embargo, aquí y ahora, la tarea se me hace imposible: este país está haciendo un esfuerzo terrible por mejorar la educación: nueva ley de educación, nueva jornada laboral para los maestros, libros de texto gratuitos, uniformes escolares gratuitos, y un sin fin de gratuidades algunas de las cuales no llegan a las provincias. Pero, lo que no se puede negar es que, para Ecuador, el esfuerzo es considerable. En cantidad y calidad (los nuevos textos escolares gratuitos son muchos mejores que los anteriores, por ejemplo)
Pero, aun así, la realidad, detrás de todos los cambios legales, de toda la inversión es que falta amor y entrega por la educación. muchos maestros renuncian porque no les gusta la nueva jornada de 8 horas regulada por la ley. Otros siguen anteponiendo otros trabajos o interese personales al compromiso con el colegio. Y muchos de los docentes no tienen la formación para el nivel de educación en que son contratados.

¿Cómo puedo hacer yo en un colegio (léase instituto) donde el 80% del claustro son bachilleres que en el mejor de los casos está estudiando en una universidad a distancia, a veces ni siquiera una carrera relacionada con la enseñanza o pedagogía, sino cualquier otra cosa? O dicho de otro modo, ¿cómo hago para formar futuros profesores entre mis alumnos, si no tengo profesores adecuados? Se me hace imposible. El que aprende no aprende porque el que enseña no sabe cómo enseñar. De copo a nada valen los libros y el dinero en este caso.
Sigo adelante, intentando hacerlo todo a un tiempo: preparar las clases con los alumnos y enseñar pedagogía a los profesores para que ellos puedan también enseñar. Pero empiezo a pensar que no se puede hacer todo a la vez. Todo debe ser a su tiempo: primero aprende, luego enseña.

Me gustaría que el gobierno de este país tomase verdaderas, que vayan más allá de imprimir textos gratuitos y modificar y re-modificar mallas curriculares. Pero parece que en el fondo, tanta reforma actual no atiende a la educación sino a las finanzas: recorta por aquí, reubica esto otro, junta esto, bota aquello. Cifras y números pero sin pararse a ver la calidad o el contenido de aquello que se modifica. Y en educación, la calidad y contenido son lo primero. Recuerdo estos días las palabras de un profesor de economía que tuve en la universidad cuando protestábamos y nos manifestábamos por alguna reforma educativa: “No os asustéis, pues ningún gobierno del mundo contempla en sus presupuestos inversión en educación, sino gastos en educación”.
Mientras sigamos siendo un gasto las cosas no cambiarán. Ni en Ecuador, ni en España, ni en ningún otro país.

Días como hoy, después de las negligencias de la dirección de educación, de algún desplante de los profesores, de mi cansancio diario después de un día de trabajo, pierdo un poco la esperanza. Tengo la sensación de no poder con todo. No se puede hacer todo a la vez. No paro de repetirme eso. Pero tampoco puedo detener ciertas partes del engranaje por entonces el barco se hunde. No puedo cerrar la escuela para formar a los maestros, alguien tiene que enseñar. Quién y cómo, me preocupa.
Sigo caminando, pues para eso estamos en esta tierra, para caminar y encontrar salidas. Me levanto todos los días, doy gracias por la vida, y comienzo la labor diaria. Sé que no estoy solo en esta cruzada, muchos de los profesores de este colegio, a pesar de las limitaciones con que cuentan, se esfuerzan por aprender, por enseñar, y por mejorar cada día, y en su empeño, empujan a los compañeros que arrastran los pies, y a los muchachos que, aún niños, juegan y aprender todavía ausentes de la realidad que algún día les tocará enfrentar. Sin embargo, hay días en que no veo ninguna salida.

(*) "El mundo necesita profesores, libros y escuelas,... y aprender algunas reglas universales". De la canción de Pete Seeger Bring Them Home (1969)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Para triunfar en la vida

PARA TRIUNFAR EN LA VIDA

Para triunfar en esta vida
basta con zapatos negros
pantalón, correa y camisa.

No hace falta saber física,
matemáticas, historia, 
literatura o geología.

No hace falta saber idiomas,
ser puntual y aplicado,
o escribir tildes y comas.

Indiferente es ser doctor o albañil,
ser aplicado en el trabajo
o sobre el escritorio dormir.

Ponte unos zapatos negros,
lústralos bien con betún
que brillen como si fueran nuevos.

Usa pantalón de tela
bien ceñido y planchado,
de hebilla brillante una correa.

Usa camisa blanca y seria chaqueta
y aprieta bien el nudo de la corbata
para no perder la cabeza.

martes, 1 de noviembre de 2011

20 años después

Hace casi veinte años corría yo los tablones de este puente. Lástima no tener aquí aquellas fotos para compararlas y sonreir. Pero me acuerdo como si fuera ayer. Al puente se le notan los años, como se me notan a mí, pero sigue ahí.
Quién me iba a decir que iba yo a volver a estas tierras, ahora decidido a mantener firmes los puentes hacia la igualdad. Que dentro de 20 años, podamos seguir cruzando puentes, que el río siga su curso, que la seva siga verde, los árboles crezcan rectos y firmes, con sus ramas como brazos y manos abiertas al cielo, e igual crezca las personas.

Desmontando la crisis

En mi país todo el mundo (quizá todo sea demasiado, pues la mitad del país está a punto de tirar fuegos artificales) está almardo porque va a ganar la derecha. ¡Nos van a recortar todo! Y verdad no les falta. Eso es lo que trae el futuro próximo. España funciona así: si las cosas van mal, votamos a la oposición, independientemente de quién esté en la oposición. Y a veces comentemos actos de masoquismo, como el del próximo 20 de noviembre. No me gustan los recortes, así que voy a votar al que vende podadoras mecánicas.
Nunca entenderé semejantes irracionalidades.

De todos modos, igual me da X que Y. La única solucción es cambiar de ciencia, y dejar de pensar en números. Cambiar la partitura, como decía una de las pocas mentes preclaras, conscientes, y dignas de mi país. Y mientras eso no suceda, nada. No cambiará nada.

Yo el otro día hablaba con un familiar y le proponía una receta contra la crisis. Quizá sea un poco loca, pero creo que es la única: seguir a San Franciso, por lo menos en "doctrina económica". San Francisco decía "Deseo poco, y lo poco que deseo lo deseo poco".
Apliquen esa máxima en la vida actual.

Saquen el dinero de los bancos. No pidan préstamos ni créditos a las instituciones financieras, pídanselo a sus familiares y amigos, como me cuentan que hacen los chinos. No se hipotequen de por vida en un piso, paguen un alquiler, compartan piso, o háganse ocupas.
Desháganse de todos los trastos inservibles: nadie necesita tres televisores en casa, el último modelo de celular que hace-de-todo, dos automóviles, ropa de moda,... Todas son cosas supérfluas. Comprese un patalón bueno que dure varios años, venda el coche y use el trasnporte público, si le toca esperar en la parada, lea un libro, y no se preocupe si su televisor no es de pantalla plana, es un televisor al fin ya al cabo.
Si no puede irse de vacaciones 15 días, cambie de plan. Coja mochila y bocata de chorizo y váyase a pasar el domingo al monte. O en lugar de pagar hotel o casa rural, ocupe la vivienda de ese pariente que vive en la costa al que hace tanto que no visita.

Son sólo algunos ejemplos. No se si cogen la idea. Es simplemente, ir rompiendo poco a poco con las ataduras del sistema. Es, recapacitar y darse cuenta de que nosotros sí podemos vivir sin el sistema. Es el sistema el que no puede vivir si nosotros. De nada sirve un gran banco multinacional si nadie deposita su dinero (su fe, su vida) en él. De nada sirve un complejo hotelero cinco estrellas si nadie lo ocupa. De nada sirven 10 millones de televisiones de pantalla plana si nadie las compra.

De nada sirven unas elecciones si nade va a votar (o vota en blanco)

La elección es nuestra, está en nuestra mano. Levantémonos de nuestros cómodos sillones-retrete, y pongamos algo de nuestra parte por cambiar nuestras vidas. ¿O será que en el fondo nos gusta tanto el sistema que no queremos cambiar?

A 1000 km. de distancia

A veces, el estar "conectado" con el mundo no es simplemente tener internet, o teléfono, o leer o ver las noticias. Es más, "estar" en el lugar, ser partícipe de él.
Estos días me escriben desde casa, contándome como va el país, la visita de una voluntaria austriaca y de otros jóvenes españoles me ponen también un poco al día de cómo se vive la vida por el viejo continente, las noticias que leo en periódicos por internet, ahora que vuelvo a estar conectado, me hablan de lo mismo: de otras vidas, de otras tierras, de otras preocupaciones que sientro propias y ajenas, cercanas y lejanas a la vez. Me hablan de crisis, del precio de la gasolina, de recortes presupuestarios, de elecciones, de protestas...
Siento una extraña sensación al escuchar y leer todas estas noticias. Por una parte me emocionan, me preocupan, me devuelven a una realidad que viví y que quizás sigo viviendo, porque no se puede romper del todo con el pasado, y porque en este mundo global cada día es más dificil desligarse del resto.

No estoy muy seguro de esto último, de todos modos. Claro que vivo liagado a lo que sucede en España, o en el mundo occidental. Trabajo en un proyecto de desarrollo que funciona gracias al apoyo de ese mundo occidental, y, además, estoy de paso. Y la realidad habla por sí sóla: quiebra un banco en Estados Unidos y todos pagamos las consecuencias (no digo que sea justo, la economía no es justa) Pero, aquí, en esta ciudad al borde de una selva amazónica cada día más menguada, todo eso suena  a preocupaciones muy, muy lejanas.
Será la distancia, será el hecho de que vivo un modelo y un ritmo de vida a años luz del ritmo vertiginoso de las ciudades. Pero tengo la sensación de que si vuelve a quebrar un banco, acá no nos importaría mucho. La rutina diara es tal, las carencias son tales, que no tengo mucho tiempo de pensar en otra cosa. Quizá después me coja el toro, pero por ahora no tengo tiempo de pararme a cuestionar tantas cosas, hay necesidades demasiado urgentes: agua, comida, las clases,...

Me preocupa la situación mundial, vaya, pero poco más puedo hacer. Por muchos cables e internet, no estoy ya conectado a esa realidad. El único consuelo que me queda es la fe en un futuro con personas que sean más críticas y no se dejen llevar por los bocazas de arriba. Trabajo en educación, y la esperanza la pongo todos los días en educar a jóvenes, pertenecientes a un grupo excluido del sistema, para que se integren en el con voz crítica y no sea absorvidos y convertidos en desecho por el sistema.
Esa es la única esperanza que me queda. Por eso lucho cada día. Y en mi lucha y dedicación me rearfirmo y me doy fuerzas. Ahí entonces me siento conectado.