El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 14 de marzo de 2007

En un pueblo sin nombre. Sexta Parte.

"No sabía bien que hacer. Esperé a que se aclarase bien el aire y me acerqué a examinar el cuerpo del tipo de las podadoras mecánicas. Estaba muerto. Sin pulso. Rígido. Me disponía a regresar al pueblo <<¡No, alto!>> me dije a mi mismo. Yo también debería estar fiambre. No me atrevía regresar. Decidí ocultarme tras los famosos setos y esperar a ver que pasaba. Al cabo de una media hora, el tipo de las podadoras mecánicas se levantó, se sacuidó las ropas, como si nada hubiese pasado recogió su cacharro podador, y comenzó a caminar en dirección a la fábrica.
Esperé a que estuviese lo suficientemente lejos y empredí marcha también hacia la fábrica sin que notase mi presencia. El tipo llamó la puerta y entró como un obrero más. Me disponía a llamar, a probar suerte y ver si Juan, el vigilante, me contaba algo nuevo, cuando de repente me di cuenta de un curioso detalle. No olía mal. No olía a nada especial. Y de sobra sabeis lo fuerte y mal que huele esa fabrica de fertilizantes químicos minerales. Ese olor que se te mete por los poros de la piel es inconfundible. Pero ahora no olía a nada.
Me dí media vuelta y me dirigí al pueblo, de vuelta a casa, decidido a enfrentarme con la relidad fuese la que fuese; exigía una explicación. Al llegar a la puerta de casa me dí media vuelta y observé la calle desierta. De pronto me fijé en la cartelera del cine. ¿Posesión infernal? ¿E.T.? ¿El aventurero de medianoche? Esas películas eran las mismas que estaban poniendo cuando me fuí a la universidad hace 5 años. Y por muy buenas que sean ninguna película aguanta 5 años en cartel. Me quedé pensativo. Puede que el cine halla cerrado. No, imposible. No. Decidí dejarlo a un lado y subir a casa. No había nadie. Todos habían salido ya a sus quehaceres diarios. Fui a la cocina y tomé un baso de agua, estaba bebiendo cuando me quedé perplejo mirando el calendario colgado en la pared. "Octubre 1982" Hacía 5 años que ese calendario llevaba ahí colgado. Fuí a la sala de estar y cogí el primer periódico: "Martes 10 de octubre de 1982" La revista de la tele también era de octubre del 82.
Ahora estaba seguro de que el cine no había cerrado. Y de que algo había pasado en este pueblo en octubre del 82 para que el tiempo no pasase por el, pero, ¿el qué?
Volví a la calle. Tenía que hablar con alguien más y ver si eran igual de raros que mis padres. Me detuve otra vez para observar mi amado cine. Pegué la cara a los cristales de la puerta como cuando era crío y escudriñé el interior. Todos los carteles eran de películas de los años 80, 81, 82. La puerta cedió a mi presión y se abrió, seguramente Ramón estaba allí. Entré excitado en el cine. Sí, seguro que Ramón seguía siendo el mismo, seguro, podía oir el rudio del proyector. Me asomé a la sala para estar seguro. Bruce Campbell luchaba en aquella cabaña contra su novia poseída por un demonio. Qué maravilla. Subí corriendo a la cabina de proyección, encuanto habrí la puerta, apareció Ramón, y creedme, daba más miedo que la película de abajo. Me miró con unos ojos impasibles, en los que supe que él sabía que yo sabía algo que no debía saber -yo tenía que haber muerto con el tipo de las podadoras mecánicas- y ahora conocía el secreto, o parte al menos. Ramón se abalanzo sobre mí. Me liberé y corrí escaleras abajo. Me disponía a salir del cine, cuando, tras los critale de la puerta pude ver a mi madre, mis hermanas, y al botones del hotel de la esquina con una cara de demasiada mala leche. Corrí despaborido al padio de butacas. Ellos me siguieron y se situaron en las dos entradas de la sala, avanzando lentamente por el pasillo hacia mí. No tenía escapatoria, corrí hacia la pantalla y me quedé de cara al público con la luz del proyector enfocandome a la cara. Se quedaron inmóviles. Por alguna razón no seguían avanzando.
Era la luz del proyector. Parecían soportar la luz directa en los ojos, estaba seguro frente al proyector, pero evidentemente, no podía quedarme allí quieto. Podían apagar el proyector o cortar la electricidad. Estaban todos pegados al mínimo escenario, con los brazos extendidos, en un intento de alcanzarme interrumpido por la fuerte luz del pryector, un tanto arturdidos. Me fijé en ellos. No parecían reconocerme, no parecían humanos, sus actos respondían a los de un animal que intenta atrapar a su presa. De pronto, vi la solucción, mi escapatoria: asomando del bolsillo izquierdo de Ramón estaba su linterna, la que todo empleado de un cine lleva encima. Dí un salgo y derribe a Ramón al suelo apoderrándome de la linterna, le enfoqué directamente a los ojos y él emitió un chillido inhumano y se cubrió el rostro con los ojos antes de caer desfallecido. Los otros, automáticamente, recogieron su cuerpo y se lo llevaron sin volver la vista atrás.
Esperé a que hubiesen salido del cine y miré a través de la calle. Pude ver como se llevaban el cuerpo en dirección a la plaza. Había más gente ahora por la calle. Marta la taquillera, el panadero y alguno de esos viejos que siempre andan dando paseos por la plaza y charlando en algún banco al sol mientras se calientan los hueso, pero ahora ninguno miraba al cine ni hacía ademán de entrar, estaban quietos, observando como se llevaban el cuerpo de Ramón, luego. empezaron a caminar lentamente hacia la plaza.
Tenía que aclarar mi mente, ordenar los sucesos que había vivido en las últimas horas. Debí quedarme dormido. Eran las dos del mediodía cuando desperté. Decidí ponerme manos a la obra. Tenía que mantenerme vivo hasta mañana por lo menos, hasta que llegara alguno de vosotros y me ayudara a saber qué pasaba en nuestro pueblo, pues aquí no parecía quedar nadie normal. Busqué las llaves del cine. Me cercioré de que todas las salidas estaban cerradas y cerré la puerta principal con llave al salir, el cine era el mejor refugio y no podía permitir que fuese tomado por esas "cosas". Armado con una linterna me dirigí a casa. Seguía sin haber nadie, o no comían o no sabían que hacer conmigo y estaban tramando algo. Mme dirigí al supermercado para abastecemre con algún alimento, pues algo me decía que no tendría plato para almorzar en nigún lado. También pasé por la ferretería y cogí todas las linternas y pilas que pude. No encontré a nadie por el pueblo mientras iba de un sitio a otro. No había rastro de actividad alguna por el pueblo, salvo en la fábrica que seguía zumbando y emitiendo humo.
Empezaba a atardecer, me fuí a mi refugio cinematográfico, me aseguré de que todo funcionaba y de que las puertas estaban bien cerradas, puse en marcha el proyector y me acomodé en una butaca, viendo película trás película hasta quedar dormido."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece una reflexión muy interesante. A mí también me parece que la industria musical, al menos la de la música que más vende, se ha convertido más en un mercado de ganado que en otra cosa en los últimos años. Reivindico como tú el valor cultural de la música sobre todas las cosas.
Mario.