El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 2 de noviembre de 2006

Cine de terror

Aquí teneis una nueva historia. No me he olvidado de los chicos de aquel curioso pueblo, no. Prometo esprimir mi cerebro y acabar aquella historia pronto. Los últimos acontecimientos me han inspirado esta otra. Hasta otro rato...

Eran cerca de las ocho de la tarde de un día de otoño. Ya había oscurecido y la niebla había comenzado a ocupar las calles de la ciudad, dando un aire misterioso e inquietante a las luces de las farolas, humedeciendo suavemente los coches aparcados en las calles y el pelo y la ropa de los viandantes. Unos jóvenes caminaban apresuradamente por las calles empedradas de la ciudad.
-¡Date prisa!
-Ya, ya. Tranquilo. Vamos a resbalar en este maldito empedrado y entonces si que no llegamos. Calma.
-Nos vamos a perder el comienzo de la película. O nos quedaremos el sitio bueno. Camina un poco mas rápido.
-Tranquilo... Llegamos de sobra, hombre. Además mi novia nos guarda sitio. Salía de trabajar e iba directa. Seguro que ya está allí.
-¡Es que es el último día, la última oportunidad!

El edificio del viejo teatro se alzaba silencioso entre la niebla y las luces de la calle principal, como un mausoleo, guardando misteriosos enigmas en su interior. Había una o dos personas en la entrada esperando a alguien, seguramente. Ya estaba abierto. En la puerta el viejo acomodador, estaba quieto, con la mirada perdida en algún lugar.
-Buenas tardes
-Buenas tardes. Pasad. Pasad.
Un aire melancólico le envolvía. Hoy era el último día. Cerraban el viejo teatro. Los grandes centros comerciales con sus multicines antisépticos y fríos habían ganado la batalla. El teatro no podía competir, sus paredes forradas de terciopelo con molduras doradas, su suelo entarimado, sus sillas labradas,... todo reflejaba una época en la que la gente venía al teatro, al cine, no sólo a ver la película, sino a contarle historias a los muros del edificio, a fundirse entre las butacas y sentir el espíritu que habitaba entre las paredes del viejo teatro. Un espíritu alimentado las luces y sonidos de un millón de personas que a lo largo de 100 años se había asomado al escenario, habían brillado a través del celuloide o se habían escondido tras las butacas compartiendo el sabor de un beso con el protagonista de la película.

-Le dije a mi novia que nos cogiera sitio en el primer piso, cerca de la escalera. Así podemos estirar las piernas... y tú tener más cera a tu chica de las palomitas.
- Bueno, bueno. Ya...
-Sí, sí. No lo niegues. Miras más para ella que para la película. A ver que haces ¿eh? Hoy es tu última oportunidad.
-No veo a tu novia. Y esto está a tope, tío. ¡Te dije que teníamos que venir más pronto!
-Se habrá retrasado por algo...
-Hola locos. Siento llegar tarde. Mi jefe nos lió a ultima hora. Besó a Jose y echó una ojeada al patio de butacas del primer piso. –Parece que esto está a tope. Nos vamos a tener que perder la doble sesión esta de terror... aún no se como me habéis convencido para venir.
-Ni hablar. Vosotros dos podéis iros al guardarropa juntitos, pero yo no me pierdo las pelis. La Invasión de los Zombies Tóxicos y La Casa. ¡Llevo toda mi vida queriendo verlas!. Luis estaba nervioso mirando aquí y allá, buscando un rincón, pero... nada. Todo lleno
-No te sulfures, hombre. Mira allí.... vaya, sólo hay un sitio. ¿Oye, y si nos metemos en un palco?
-No se puede. Nos verán y nos largan y entonces si que nos perdemos las pelis
-Va, seguro que si se lo dices a tu chica de las palomitas, nos dejan, ja ja ja.. Mira, vamos a ese del segundo piso. Así no nos verán.
-Que no tío, que nos la cargamos y...
-Va pamplinas, venga.

El pasillo de los palcos estaba a oscuras. A mano izquierda, una luz salía de la cabina de proyección.
-Como mola. Mira. Con puerta y sillas buenas. Vamos a ver las pelis como reyes. Elige uno princesa.
-El primero, que no quiero comerme la pantalla.
-En ese nos ven fijo –Luis estaba nervioso, mirando aquí y allá.
-Vaya cobardica. ¿Y este es tu colega el que ve pelis de terror? Pues sique.
-No es miedo, es que no quiero que nos echen.
-¡Eh! Luís, Vero, venid al final del pasillo. Es la escalera al gallinero
-Eso, tu grita más y veras como nos largan. Va ha empezar la peli.
-Tiene una reja. Cerrada. Que pena. No espera...
-Oye para de hacer idiota. Empiezo a estar de parte de Luís. Vamos al palco, venga.
-Está abierta, mra...
-¿Qué demonios hacéis aquí?
-¡¡¡Ostia!!!
-¡La chica de las palomitas! Que susto.
-María, si no te importa. No se puede entrar a los palcos. Y ahí arriba no hay nada. Esta cerrado. -Hoy no.
Jose se apartó. La reja se abrió lentamente con un chirrido. Un aire especial salió de la angosta escalera. No se veía nada adentro.
-Me la voy a cargar –dijo María- Venga, largos. A las butacas como todo el mundo o a la calle, una de dos.
-No seas aguafiestas. Que te van a hacer, ¿echarte? ¡Pero si es el último día! Mañana estás en el paro de todos modos. Vamos vero.
Jose empezó a subir con su novia de la mano, usando el movil como linterna.
-¡Espera!-María, la chica de las palomitas, sacó una linterna del bolsillo y agarró al Luis- Vamos. Todos o nadie.
-Al final, te cazó a ti tu chica de las palomitas... rió Jose.
-Cállate. Nos perdemos la peli.
La escalera era bastante empinada, los peldaños se notaban gastados. Al final, dieron con una puerta de madera. Estaba cerrada. No cedía.
-¿No tendrás llave?
-No, solo llevo trabajando aquí un año y eso lleva cerrado 20 o 30. A ver, los machos, que le den un empujón.

La puerta se abrió con un crujido que resonó por todo el edificio. Ante ellos, apareció el gallinero. En penumbra, iluminado sólo por la luz del proyector, unos metros más abajo, tenía un aire fantasmagórico.
-Como mola.
-Vaya vaya, mira a mi amigo el miedica. ¿Podías darme las gracias al menos no?
-Vamos a sentarnos que ya está empezando, vega.
Los cuatro jóvenes se sentaron en primera fila, con sus miradas casi más pendientes de las paredes del gallinero que de la película que se proyectaba ante ellos. Los zombies atómicos empezaron a desfilar por la pantalla, sustos, tripas, imágenes espeluznantes. Al otro lado, espectadores pálidos, gritos, jóvenes que se abrazan y apartan la mirada, con el pulso a cien, con cara de susto y satisfacción a la vez..

Una hora y veinticinco minutos más tarde, los zombies se habían adueñado del planeta Tierra y se despedían dejando a los espectadores con una extraña sensación... y con el estómago algo revuelto. Había un descanso de media hora antes de que el proyector volviese a dar vueltas e introdujese al público por los inquietantes pasillos y oscuros secretos de La Casa, una desconocida película de terror de los años 20. La que dicen que fue la primera película sonora de terror de la historia, una espeluznante producción de la UFA censurada en su día y perdida en algún sótano o desván hasta que alguien la encontrase hacía sólo 2 años. Habían pasado 80 años desde su estreno y volvía a causar sensación (y según decían, paros cardiacos también)
María había bajado corriendo a atender su puesto de palomitas. Luis con ella, mientras Jose y Vero se quedaban en el gallinero, dando vueltas, observando la decoración de las paredes y sacando fotos con el móvil aquí y allá, sin asomarse mucho al patio de butacas, temiendo que Julián, el viejo acomodador, u otros trabajadores del cine les descubriesen.
Unas risas de complicidad anunciaron el regreso de María y Luis, cargados de palomitas y refrescos. Sonó la campanilla. Las luces se apagaron. Y comenzó el viaje más espeluznante de sus vidas. La película era un bombardeo constante de imágenes impactantes, demasiado reales, con una música hipnótica y un ritmo frenético manteniendo la tensión sin descanso. A la mitad de la película, ya no se oían gritos, ni comentarios entre el público, las palomitas habían caído al suelo, regadas por refrescos que siguieron el mismo camino. El público estaba inmóvil, sin pestañear, rostros pálidos, serios, desencajados. Vero se había abrazado a Jose, con la cara contra su pecho para no ver más, Jose, inerte no parecía sentir nada. María y Luis, se habían agarrado de la mano con fuerza, pero ya no había rubor en las caras de dos personas que temen mirarse a las caras y descubrir que se miran el uno al otro, ahora estaban pálidos y algo en aquella pantalla les mantenía atrapados.
Fundido en negro. Fin. La película había acabado. Nadie se movía. Todos seguían en tensión en sus asientos. El teatro seguía oscuras, por fin el acomodador despertó de la pesadilla y encendió las luces de la sala. Poco a poco la gente empezó a levantarse y marchar, sin una palabra, sin un comentario. Solo se oía el crujir de las butacas, como si por fin descansasen del peso y tensión que habían soportado durante casi dos horas.
Los cuatro jóvenes permanecían quietos, mirando a la pantalla como si la película aún no hubiese concluido. Luis fue el primero en apartar la vista. Miró a los demás, sus ojos recorrieron sus rostros, el gallinero, el suelo con las palomitas caídas, hasta posarse en María y que reaccionó de pronto soltándole la mano y comenzando a recoger las palomitas y los refrescos. Los demás reaccionaron y empezaron a ayudarla, sin decir una sola palabra, sin emitir un solo sonido.
Ya estaba todo recogido. Los cuatro jóvenes, mas relajados, echaron un último vistazo al teatro, como si fuera una despedida solemne, un último adiós a un amigo que se ha ido. De pronto se oyó un golpe metálico. Un instante después el cine quedó a oscuras. Los cuatro jóvenes se precipitaron escaleras abajo... la reja, sí, estaba cerrada.
Coninuará...

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