El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 15 de septiembre de 2006

En un pueblo sin nombre. Segunda Parte.

Caminó tranquilamente por la calle que bajaba hasta la avenida principal del pueblo, hasta los jardines de ayuntamiento. Las casas estaban impolutas, blancas y brillantes, como vestidas para una boda, todas con espléndidas flores en sus jardines. No había nadie por las calles, pero, ¿Quién iba a pasearse a las 6:05 de la mañana? Tampoco se oía nada, ni un canto de pájaro, ni una brisa en el oído. Nada.

Bajó por la calle principal hasta el ayuntamiento. Pasó por delante del cine, de las tiendas de ropa, los bares. Todo estaba tranquilo, cerrado, como solía pasar un día cualquiera a las 6 de la mañana. Y todo estaba extrañamente limpio. Todos los edificios estaban resplandecientes, como si fuesen recién construidos o como si formasen parte de un decorado de ensueño de esos de la época dorada de Hollywood, antes de que los informáticos llegasen con sus nuevas tecnologías y creasen realidades impalpables.

Siguió el camino hasta casa. Al llegar se detuvo ante la puerta principal, nervioso, sacó las llaves del bolsillo del pantalón y dirigió la mano lentamente a la cerradura, haciéndola girar lentamente. Antes de entrar quedó quieto mirando la puerta, acariciando ese barniz brillante, aplicado el domingo pasado más o menos.

Dejó la maleta en el hall y caminó hasta la cocina, observando cada milímetro de la casa, brillante, limpio, todo perfectamente ordenado. Al entrar en la cocina, se sobresaltó a la imagen de su padre, senado con un café, leyendo el periódico.

- Hola.

Su padre se giró, como si no se hubiese dado cuenta de que su hijo estaba en casa, como si no se hubiese percatado de su presencia hasta aquél mismo instante del saludo.

- Ah, hola, ya has llegado ¿eh? ¿Qué tal el viaje?

- Bien, un poco largo, ya sabes. ¿Qué... que haces levantado tan temprano?

- Esperándote. ¿No te acuerdas? Me dijiste que llegabas en el tren de las 6. Ahí tienes café caliente y tostadas. Come algo que traes cara de muerto. Voy a afeitarme y marcho. Tu madre bajara ahora...

Antes de que pudiese darse cuenta su padre ya no estaba en la cocina. Miró fijamente el tostador al lado de la cafetera. Se sentó y comento a desayunar.

- Ya estás aquí, ¿eh? Ya volvió el hijo pródigo. Me alegro. Hay bastante trabajo en casa, cuando acabes de desayunar, vete al jardín. Hay que podar y cortar los arbustos del atrás. Yo me voy. Nos veremos a la hora de comer. No seas vago y poda eso ¿eh?

- ¡Espera! – Todo iba demasiado deprisa- ¿A caso no vas a darme un beso? ¿No quieres que charlemos? ¡Hace ya 5 años que no os veo!

- Bueno, luego, a la hora de comer, con más calma. Ahora tengo que irme.

- ¿Irte? Pero... ¿a dónde?

- A trabajar, claro. Adiós

- Pero...

Su madre desapareció igual que había desaparecido su padre. Un pestañeo y ya no estaba en la cocina. Pasa algo raro. Algo no cuadraba. Pero ¿el qué? Se sentó en sofá, pensativo y cansado, no por el viaje, sino por aquellos diez minutos de desayuno. Decidió tratar de poner las cosas claras en su mente. Sus padres levantados a las 6 de la mañana de un viernes. Eso no era normal, pero, bueno, llegaba él, y claro, le estaban esperando. Eso sí tenía sentido. Pero si le estaban esperando, por qué esa prisa, apenas había cruzado unas palabras, y... no, no tenía sentido. Se iban a trabajar ¿A trabajar? Primero, su madre no trabajaba, y su padre tenía una tienda de electrodomésticos. ¿Desde cuando se abre a las 6 de la mañana? ¿Quién va a querer comprarse un televisor o una lavadora tan temprano?

Se levantó caminó inquieto por la casa, sin saber que hacer. “Llamaré a Jose, el y los otros llegaron ayer” Cogió el teléfono y lo colgó de nuevo sin marcar, era temprano quizá asustase sin necesidad a alguien. De repente se acordó “Voy a afeitarme...” Su padre se estaba afeitando. No había bajado aún por la escalera, así que tenía que estar arriba.

Subió corriendo y se detuvo ante la puerta del baño. No se oía ningún ruido. Su padre se afeitaba con maquinilla eléctrica. Quizá ya había acabado, y estaba aseándose, pero él tenía un extraño presentimiento. Giró el pomo, y, como pensaba, adentro no había nadie. Y no lo había habido antes. La ventana estaba cerrada, y el lavabo, la ducha, todo, estaba seco y brillante, como si no lo hubiesen usado en la vida.

No aguantaba más en esa casa, tenía que salir, ver a los amigos, ver si sus familias también eran como fantasmas de carne y hueso que desaparecían sin que uno se diese cuenta.

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